Estuve en... el Tibet


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@OLIVOSCITY

17/05/2006#N9737

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Reza una pequeña plegaria en el mágico techo del mundo

Estuve en... el Tibet
Por Herminia Ethel Mancini

Cuando alguien se propone visitar el Tíbet debe considerar, entre otras muchas cosas, que estará en la meseta más elevada del mundo -entre 4000 y 6000 metros de altura sobre el nivel del mar- y que, una vez en aquel remoto territorio bajo el azul intenso de un cielo impoluto, será receptor involuntario de una radiación solar inusualmente potente. Además, el organismo deberá adaptarse rápidamente a la baja presión atmosférica y a un aire deficitario en oxígeno.

Sin embargo, a pesar de estas condiciones, el desafío se ve generosamente recompensado cuando uno advierte que inició el camino, extraño en estos tiempos, al singular mundo de la espiritualidad, ya que tras la humildad austera de este pueblo milenario se esconde muy íntimamente una riqueza interior insospechada.

Lo que sorprende al desprevenido forastero es el obsequio de una chalina de seda blanca, llamada kata , que nos revela que los tibetanos defienden su cultura a ultranza y que sus vidas son simples, moderadas, regidas por los tiempos de la naturaleza y por una filosofía que exalta el amor y la compasión.

Dondequiera que se transite está presente la rueda de la vida , instrumento manual de imploración impreso con mantras o plegarias que al girarlo se esparcen al viento, según creen los tibetanos.

Desde el interior del decano de los templos devocionales, el Jokhand, o sumergido en la atmósfera de los monasterios Sera y Ganden, la monótona invocación de los monjes genera un escenario de real misticismo.

La joya de Lhasa es el Palacio Potala, recostado sobre la estribación Hongsham. A sus pies se percibe la incitante emoción de estar ante una obra arquitectónica majestuosa.

El viajero que sea capaz de superar las barreras culturales puede llevarse del Tíbet lecciones de innegable sabiduría. Y ése fue mi caso.


 

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