Un viaje y mil escalas para llegar a Río de Janeiro

Un viaje y mil escalas para llegar a Río de Janeiro

Ruta personal hacia la cidade maravilhosa


Siento por Brasil una atracción especial: la combinación de su música alegre, la amabilidad y el servicio en la hotelería, la gastronomía tan particular y sus maravillosas playas hacen que este país sea uno de mis lugares favoritos para las vacaciones.

Al principio de los años 90 realicé un viaje a Brasil. Fue atípico, ya que estaba de vacaciones en ese momento en Punta del Este en casa de mis suegros y un día que estaba medio aburrido sin saber que hacer, le propuse a mi esposa realizar un viaje relámpago hacia Brasil para cambiar un poco de aire, ya que me gusta mucho y me distiende escuchar hablar otro idioma en vacaciones.

En la terminal de Punta del Este tomamos un micro hacia Brasil que llegaba hasta San Pablo con combinación a Río de Janeiro. En esa época, conocer Río era para mí una novedad.

Cuando llegamos a Porto Alegre decidimos bajarnos, ya que el vaivén del micro me dio mareos, y propuse tomar un avión hasta Río de Janeiro. Al arribar al aeropuerto no quedaban lugares para ese día, y allí empezó nuestra gran aventura.

Varados a la mañana temprano en Porto Alegre, nos miramos y preguntamos qué íbamos a hacer. A mi esposa se le ocurrió que alquiláramos un auto para viajar hasta Río de Janeiro. La miré y recuerdo que le dije: "¿Tenés idea cuántos kilómetros son?" Y me contestó: "¡No sé, pero puede ser muy divertido!" Así fue como empezamos nuestra aventura hacia Río. La primera parada fue de noche, en Camboriú. Lo único que anhelábamos ahí era una habitación para darnos un buen baño y comer algo, para seguir viaje al otro día. Pero era temporada alta y no había habitación disponible. Preguntando encontramos una especie de hospedaje donde nos morimos de calor y decidimos no comer nada. Nos acostamos pensando que mañana sería otro día.

Tormenta tropical

Apenas nos levantamos, desayunamos y seguimos. El viaje fue maravilloso ya que paramos en diferentes playas del Sur. Al mediodía comimos en un restaurante sobre la playa. Al atardecer nos encontrábamos cerca de la ciudad de Curitiba. Ibamos anhelando un buen hotel, con una cama grande y mullidita; probar su gastronomía, recuperar fuerzas, etcétera, cuando de repente se desató una tormenta tropical. Fue impresionante: para llegar a la ciudad había que pasar por unos morros en medio de la mata atlántica. La tormenta se hacía cada vez más fuerte hasta que por las laderas de los morros se empezó a desmoronar primero barro, y luego aparecieron troncos. Me estaba preocupando cuando, así como empezó, la tormenta desapareció. Cansados, buscamos un lugar para hospedarnos y encontramos un hotel lindo -creo que fue Dios que nos dio una mano- y después de una cena riquísima, al fin descansamos.

Al otro día temprano salimos decididos a llegar a Río. A la tarde tomamos por un camino de ensueño y arribamos a una de las playas más hermosas del mundo para nosotros: Barra do Saí. Nos estábamos bañando en la playa verde cristalina cuando una pequeña niña se nos acercó y regaló una estrella de mar. Nunca habíamos visto una estrella de mar viva; fue un momento muy especial, nos sentíamos en un paraíso. Toda la arena de esa playa era como diminutas estrellas de mar, me hacía recordar a las playas del sur de Japón. Mi señora conserva hasta hoy arena dentro de un frasquito, y cada vez que lo abrimos recordamos a esa dulce niña de Barra do Sai.

Sin darnos cuenta se pasaron las horas, y cuando nos quisimos acordar vimos que nos faltaba mucho para llegar a Río, nuestra meta; pero en ese momento no nos importó, ya que los dos estábamos maravillosamente felices. Algunos de ustedes se preguntarán cuándo llegamos a Río. Esa es otra laaarga anécdota.

Por Iwao Komiyama

 

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