Por una franja de cielo


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@GISELA505

09/11/2007#N18580

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Por una franja de cielo
diciembre/2006
por Gisela Vanesa Mancuso

Desde el escritorio veo una franja azul del cielo, y una nube poco menos que pasajera. Él está en el auto; se dirige al taller de herrajes donde concurre dos o tres veces por semana para diseñar modelos y encargar accesorios para carteras. Es carterista. Roba corazones y te tiene bajo sus brazos de tal manera que difícilmente pueda una guardarse más a gusto en otro lugar. Recién me llamó. Dice que está nublado, que se avecinan tiempos muy duros, que a la intemperie hay olor a agua fresca, que le dan ganas de beberse el aire para saciar su sed. Desde el escritorio veo una franja del cielo azul. Estoy a la altura de un décimo tercer piso, frente a una franja de cielo, un trozo de techo y un balcón. Él está llegando, está pinchado, yo lo sé. No, no es que las gomas del auto dieron con una chinche, ni con una mina –ni con una mujer-, ni con un clavo. Se le pinchó un globo de cumpleaños. Y le quedó toda una superficie de aire con la que tiene que convivir, como si le pusieran forzadamente un cigarrillo de pasado en la boca, y lo obligaran a aspirar. Frustración. Y yo desde el escritorio, quiero entender su desarraigo, abanicar lo que aún invisible lo toca, lo golpea, y lo rasguña, y se pincha. Y es el tiempo. Con el tiempo. Y ese pedazo de cielo azul que yo veo, y él no. Ahora. Estoy en mi escritorio, tengo a la vista el reloj, que hace que pasa, que hace que pase, pero mientras tanto se queda reloj. Y él está encargando arandelas y cadenas doradas de bronce para la cartera de cuero negro quemado, accesorio rupestre donde el fuego dejó su llama. Y no hay vuelta atrás. No en esa cartera. Que es hermosa. Pero que es hermosa así. Y miro el pedazo de cielo azul. Y sí, todos tenemos historia. Yo estoy queriendo armar, amar, andar, alentar. Azar. Es casi azar que esto funcione. Que esa cadena combine con ese cuero. Que mi temperamento pegue con tu cielo nublado de ahora. Que tu flecha y mi flecha que se lanzan en el mismo abismo acuerden algún día el cruce, y nos hagamos cartesianos en un punto que nos deje ahí firmes suspendidos en el aire nuevo de nuestra propia historia. De nuestro propio amor sobresaltado. Atemporal. Somos tan distintos. Si digo que me gustás por lo que oculto, y que yo te gusto por lo que te falta. Estás saliendo del taller. Creo que recibiste mi mensaje de texto. Te puse ‘te quiero’, ¿cierto? No sé cómo querer a un hombre con historia. Me quedé allá por el noventa cinco, en el debut de un corazón. En mi corazón agrietado del después. Y cuánto tiempo voy a esperar. Cuánto tiempo lleva curar lo herido si después viene otro zigzag, y otra vuelta. No voy a subirme a la calesita de los duelos impecables. Debería llorar a cada instante, sin tregua. Más bien que el aire, que no es agua y parece agua y uno quiere beber, se encargue de hacernos transcurrir la vida sin detenerla en la frustración. Que tengo un abrazo que te puede ayudar. Que no sé de otra manera hacer que las manecillas giren sin que yo lo advierta. Detenida. Esperando. A que vos termines de recorrer el camino hacia Asia. Hacía muchos años que no advertía que nunca podré mirarme. Y que vos sos mi lector. ¿Vos creés que voy a mirar el cielo nublado que está en la planta baja si miro para arriba o en la carretera donde ahora circulas hacia donde no sé? No, no. Todo es ahora, y no es que sea impaciente. De todo lo que tengo, y aún de todo lo que es tan gris que no lo veo, ese pedazo de cielo es mi lugar en el mundo. Ni si quiera esta silla, este trabajo, este lugar donde todo sucede detrás de la ventana. En el precipicio. El cielo es azul detrás de la nube negra. Y si me levanto de la silla voy corriendo a buscarte. Voy corriendo detrás de tu auto y te alcanzo. Subo los vidrios polarizados. Te miro a los ojos -nuestros ojos son de lechuza en la peor de las pesadillas- y te leo una novela. Te saco el pelo de la frente, me excuso para acariciarte, me excuso, y me descontrolo, entonces te arrimo y me da un calambre en las piernas. Salto sobre los pisos del auto, apoyo las plantas sobre tus empeines, me peino con tus colmillos, me encajo sobre tu panza como si fuera el cinturón de tu seguridad. Y nada, te miro otra vez. Y me da un calambre en los ojos, y empiezo a pestañar. Y el tic se me va haciendo chin chin con tus cejas. Y ahí me quedo. En tu paraguas. En tu frente. Y la acribillo con un beso efusivo de cura cuando te da la penitencia. Y podés quedarte en paz. Conmigo. Que bajo a tu nariz. Tenemos narices parecidas ¿viste? Te huelo. Tenés olor a aire fresco. A la humedad del pedazo de cielo que querés ver, pero no te saldrás con la tuya. Tengo amarrado en la liga un pedazo azul. Me da frío. Hago un caminito con mis dedos sobre tu cuerpo, y cuando llego a tu cuello, circulo, doy vueltas, y se me queda pegada la lengua en tu nuca. Te respiro allí detrás. Sos mi artesanía. Cuando te hago el amor así, te esculpo sobre mí en cada movimiento, y me quedo con todo lo tuyo, y te dejo todo de lo mío, y todo lo nuestro se queda en el aire. ¡Se queda en el aire y ya no hay más desesperanza! La única manera de estar bien es olvidándolo todo. Y me concentro y entonces te disfrazo con mi piel de gallina -porque a esta altura estoy desnuda. Me despolarizo. Me transparento. Mi estómago vacío lleno. Mis pechos chiquitos son casi enormes como soñaba cuando era chiquita. Mi columna no está. No tengo nada estructurado adentro. Te pinto los labios con pegamento adherente y te doy un pico. Te picoteo hasta que yo quiero, hasta que vos quieras, y tiramos uno para un lado atrás, otro para el otro atrás. Es el despegue. Nos aterrizamos. Bajamos las ventanillas. Y todo el cielo es azul.

 

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