Las siete puertas
Escrito por
@OILIMEYER
Kurt había vivido una vida bastante larga. Postrado en su lecho de muerte, experimentaba la ironía de tener tiempo de sobra a pesar del poco que le quedaba. Dormía mucho y cualquiera pensaría que era una pésima elección, teniendo en cuenta que pronto “dormiría” sin interrupciones y por un tiempo más que considerable.
Desde hacía unos días, Kurt encontraba en sus sueños una forma de viajar en sentido inverso, a lo largo de toda su vida. Dormía y se embriagaba de imágenes de todo lo que había sido, lo que había hecho, lo que amó y lo que no amó tanto. Tenía un asiento en primera clase en el tour onírico de su existencia. Hilvanó y desmadejó toda su vida. Fue a la vez espectador y protagonista, consiguiendo entender sobre él y sobre el sentido de las cosas, mucho más que en todos los años que tenía. Sin embargo, él sospechaba al despertar,, que aún le faltaban ciertos recuerdos que por alguna razón insondable, no habían sido invocados hasta ahora en sus sueños. Presentía lugares en donde alguna vez habría estado y que su mente retrospectiva al parecer omitía.
Entonces soñó nuevamente y su sueño se presentó de manera diferente a los anteriores: estaba en un largo y estrecho pasillo, inundado por una luz intensa y opaca, levemente azulada. Había siete puertas, todas cerradas. Kurt se desplazaba por aquel corredor sin siquiera mover sus piernas, como si el piso se fuera deslizando suavemente bajo un cuerpo inmóvil y ligero de peso. Pasaba por delante de las puertas una y otra vez, tratando de aferrarse de los picaportes pero no lograba percibir el contacto con ellos. Le embargó una sensación de impotencia por todos esos intentos frustrados que lo hacían verse como un fantasma.
Las puertas seguían allí y el sueño no terminaba. Fue ahí mismo o en otro momento, cuando las puertas comenzaron a abrirse al pasar enfrente de ellas. Primero una, luego la siguiente. En cada puerta abierta, Kurt podía reconocer un lugar y una escena de su propia vida, que descubría, sin dudas, como un eslabón esencial de su propia historia.
Una tras otra, hasta la sexta…
Se dio cuenta de que el piso ya no se movía y que caminaba por sus medios. Al llegar a la séptima puerta, tomó el picaporte y sintió el metal frío en la palma de su mano. Giró su muñeca y entró a una habitación en penumbras. Era su propia habitación, donde yacía moribundo desde algunas semanas atrás. Se acostó. Su rostro desbordaba una serena alegría. Seis puertas lo habían conectado con lugares olvidados, con eventos menospreciados que, por algún motivo cerraron un círculo: su propio círculo.
La séptima puerta lo llevó nuevamente hasta él.
Desde hacía unos días, Kurt encontraba en sus sueños una forma de viajar en sentido inverso, a lo largo de toda su vida. Dormía y se embriagaba de imágenes de todo lo que había sido, lo que había hecho, lo que amó y lo que no amó tanto. Tenía un asiento en primera clase en el tour onírico de su existencia. Hilvanó y desmadejó toda su vida. Fue a la vez espectador y protagonista, consiguiendo entender sobre él y sobre el sentido de las cosas, mucho más que en todos los años que tenía. Sin embargo, él sospechaba al despertar,, que aún le faltaban ciertos recuerdos que por alguna razón insondable, no habían sido invocados hasta ahora en sus sueños. Presentía lugares en donde alguna vez habría estado y que su mente retrospectiva al parecer omitía.
Entonces soñó nuevamente y su sueño se presentó de manera diferente a los anteriores: estaba en un largo y estrecho pasillo, inundado por una luz intensa y opaca, levemente azulada. Había siete puertas, todas cerradas. Kurt se desplazaba por aquel corredor sin siquiera mover sus piernas, como si el piso se fuera deslizando suavemente bajo un cuerpo inmóvil y ligero de peso. Pasaba por delante de las puertas una y otra vez, tratando de aferrarse de los picaportes pero no lograba percibir el contacto con ellos. Le embargó una sensación de impotencia por todos esos intentos frustrados que lo hacían verse como un fantasma.
Las puertas seguían allí y el sueño no terminaba. Fue ahí mismo o en otro momento, cuando las puertas comenzaron a abrirse al pasar enfrente de ellas. Primero una, luego la siguiente. En cada puerta abierta, Kurt podía reconocer un lugar y una escena de su propia vida, que descubría, sin dudas, como un eslabón esencial de su propia historia.
Una tras otra, hasta la sexta…
Se dio cuenta de que el piso ya no se movía y que caminaba por sus medios. Al llegar a la séptima puerta, tomó el picaporte y sintió el metal frío en la palma de su mano. Giró su muñeca y entró a una habitación en penumbras. Era su propia habitación, donde yacía moribundo desde algunas semanas atrás. Se acostó. Su rostro desbordaba una serena alegría. Seis puertas lo habían conectado con lugares olvidados, con eventos menospreciados que, por algún motivo cerraron un círculo: su propio círculo.
La séptima puerta lo llevó nuevamente hasta él.
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