EL PELUQUERO de Marcelo Birmajer-


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@JONES

22/01/2011#N34872

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Los sillones, las tijeras, los espejos, y hasta el diálogo, del peluquero de hombres, se han mantenido iguales a sí mismos desde los comienzos del siglo pasado hasta nuestros días. También el tipo de revistas que se ofrece a los clientes. En algún lugar de la calle Uriburu, no mucho después de Córdoba ni tan lejos de Corrientes, a mediados de los años setenta, atendía un peluquero completamente calvo, a quien por hoy llamaremos Atilio.


Cierta vez, sin que viniera a cuento, Atilio le había comentado a mi padre el supuesto motivo de su calvicie: “ no quiero competir con mis clientes ”. Pero corría el rumor, limitado a unos pocos entendidos, de que Atilio no siempre había llevado el estilo Kojak: veinte, tal vez veinticinco años atrás, lucía una melena memorable.


Esa tarde de septiembre, más calurosa de lo esperado, portando un batallón de piojos, fui a dar al sillón giratorio de Atilio, con un libro entre las manos. La prescripción: rapado a cero . El libro: una serie de relatos bíblicos en tono juvenil.


Podía ser casualidad o adrede, pero me hallaba en el capítulo de Sansón. Los temas de conversación con Atilio se habían agotado en el River bicampeón de J.J. López, Alonso y Morete. De todos modos, a un peluquero no se le puede ocultar nada. Ve lo que leemos. Ningún estado de ánimo permanece velado cuando conversamos, a través de un espejo, con el reflejo de nuestro interlocutor y nuestro propio reflejo.


Después de que la máquina hubo arrasado la tapa de mi cabeza, Atilio consultó: –¿Por qué Sansón le dijo la verdad a Dalila? Me sorprendió tanto su intromisión, que cerré el libro.


Cambió bruscamente de tema: –¿Qué vas a ser cuando seas grande? –Ya le dije –corté, queriendo volver a la lectura–. Creo que maratonista.


–¿Y de qué vas a vivir? Correr la coneja es una metáfora.


Como ese era un enigma que yo no había logrado resolver a lo largo de mis entrenamientos, simplemente agité la cabeza, en señal negativa. Pero Atilio estaba cebado.


–Si vas a ser maratonista –especuló– ¿por qué andás siempre con un libro en la mano? –Me gustan las historias –dije. Retomé el libro.


Dalila le pide a Sansón el secreto de su fuerza sobrehumana. Para sacársela de encima, Sansón responde que nunca lo han atado con mimbres verdes. Con los filisteos escondidos, ella lo ata mientras duerme. Cuando Dalila grita: “Sansón, filisteos sobre ti”; Sansón se desata tranquilamente y los filisteos no atacan. Dalila no escarmienta: acusa a Sansón de engañarla y reclama la verdad. Sansón inventa que nunca lo han atado con cuerdas nuevas. Y otra vez Dalila lo ata, guiñando a los filisteos al acecho. Sansón se desata y ella insiste. Luego de otra farsa, dice la Biblia que “con el alma reducida a mortal angustia”, el hombre más fuerte del mundo revela a su esposa: “Nunca a mi cabeza llegó navaja. Si soy rapado, mi fuerza se apartará de mí, me debilitaré y seré como todos los demás hombres”.


–Yo te voy a contar por qué me quedé pelado –me interrumpió Atilio.


El anuncio del gran secreto me ganó. La historia bíblica milenaria, en un segundo, dejó paso a su predecesor: el chisme. No cerré el libro, pero miré el espejo. Mientras leía, Atilio me había rapado completamente.


–¿Sabés lo que pasó después? –preguntó, implicando que había leído el párrafo mientras segaba.


–Los filisteos lo atraparon –recité–. Le arrancaron los ojos, lo ataron a las columnas del templo pagano, lo humillaron de las peores maneras.


–Pero … ¿por qué le dijo la verdad a Dalila? Atilio tomó la posta de mi silencio: –Hace veinticinco años, quedé pelado. Me compré un peluquín formidable. Parecía mi propia cabellera. Ningún cliente ha tenido nunca un cabello como el mío. Pero cuando estaba a punto de casarme, le confesé a mi prometida la verdad: era un peluquín. Ella pareció no alarmarse, pero me pidió que no le dijera la verdad a sus padres. Y que utilizara el peluquín para siempre. Me negué. Lloró, protestó, me pidió que eligiera: la calvicie o ella. Elegí mi calva.


–¿Por qué? –pregunté estupefacto.


Cuando Sansón se entregó, revelando su secreto, tenía todo el cabello. Por lo tanto, no era que le cortaran el cabello su punto débil. Era el amor. Estar dispuesto a cualquier cosa por amor. Por eso yo elegí quedarme pelado.

 

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