Parábola del Monje y la Hoja
Publicado por
@DANTEX
Érase una vez en un denso bosque, vivía un monje no identificado que había dedicado toda su vida a buscar la iluminación. El bosque era su hogar, y encontró paz entre los árboles y el susurro de las hojas.
Un día, mientras el monje meditaba junto a un arroyo, un joven se le acercó, curioso por su presencia en el bosque. "¿Por qué vives aquí, lejos del mundo?" preguntó el joven.
El monje abrió los ojos y sonrió al joven. "Estoy aquí para aprender el lenguaje de los árboles y los secretos del viento", respondió.
Intrigado, el joven decidió quedarse con el monje por un tiempo, con la esperanza de adquirir algo de sabiduría. Pasaron sus días juntos en silencio, observando la belleza de la naturaleza y el cambio de estaciones.
Con el paso del tiempo, el joven comenzó a inquietarse. Le dijo al monje: "He estado aquí contigo durante meses y, sin embargo, siento que no he aprendido nada. ¿Cómo puedo encontrar la iluminación si ni siquiera sé lo que significa?"
Sin decir una palabra, el monje recogió una hoja caída del suelo y se la entregó al joven. El joven miró la hoja, desconcertado. "¿Qué se supone que debo aprender de esto?" preguntó con impaciencia.
El monje simplemente dijo: "Todo lo que necesitas saber está aquí, en esta hoja".
Frustrado, el joven tiró la hoja y se fue, convencido de que el monje era un tonto. Mientras caminaba por el bosque, el viento sopló suavemente y la hoja descartada volvió a caer a sus pies. El joven hizo una pausa y miró fijamente la hoja, dándose cuenta de cómo había viajado por el aire, guiada por el viento, solo para regresar a él.
Volvió con el monje y se disculpó por su impaciencia. "Ahora entiendo", dijo. “La iluminación no es algo que se busque, ya está dentro de nosotros, como el viento que lleva la hoja”.
El monje sonrió y asintió. "De cierto te digo, has aprendido bien. Ahora regresa al mundo y deja que el viento guíe tu camino".
A partir de ese día, el joven vivió su vida con una nueva comprensión y aprecio por la sabiduría que se encuentra en las cosas más ordinarias. Abrazó el momento presente, sabiendo que la iluminación no era un destino, sino un viaje continuo guiado por el flujo natural de la vida.
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Un día, mientras el monje meditaba junto a un arroyo, un joven se le acercó, curioso por su presencia en el bosque. "¿Por qué vives aquí, lejos del mundo?" preguntó el joven.
El monje abrió los ojos y sonrió al joven. "Estoy aquí para aprender el lenguaje de los árboles y los secretos del viento", respondió.
Intrigado, el joven decidió quedarse con el monje por un tiempo, con la esperanza de adquirir algo de sabiduría. Pasaron sus días juntos en silencio, observando la belleza de la naturaleza y el cambio de estaciones.
Con el paso del tiempo, el joven comenzó a inquietarse. Le dijo al monje: "He estado aquí contigo durante meses y, sin embargo, siento que no he aprendido nada. ¿Cómo puedo encontrar la iluminación si ni siquiera sé lo que significa?"
Sin decir una palabra, el monje recogió una hoja caída del suelo y se la entregó al joven. El joven miró la hoja, desconcertado. "¿Qué se supone que debo aprender de esto?" preguntó con impaciencia.
El monje simplemente dijo: "Todo lo que necesitas saber está aquí, en esta hoja".
Frustrado, el joven tiró la hoja y se fue, convencido de que el monje era un tonto. Mientras caminaba por el bosque, el viento sopló suavemente y la hoja descartada volvió a caer a sus pies. El joven hizo una pausa y miró fijamente la hoja, dándose cuenta de cómo había viajado por el aire, guiada por el viento, solo para regresar a él.
Volvió con el monje y se disculpó por su impaciencia. "Ahora entiendo", dijo. “La iluminación no es algo que se busque, ya está dentro de nosotros, como el viento que lleva la hoja”.
El monje sonrió y asintió. "De cierto te digo, has aprendido bien. Ahora regresa al mundo y deja que el viento guíe tu camino".
A partir de ese día, el joven vivió su vida con una nueva comprensión y aprecio por la sabiduría que se encuentra en las cosas más ordinarias. Abrazó el momento presente, sabiendo que la iluminación no era un destino, sino un viaje continuo guiado por el flujo natural de la vida.
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