Freud, la intimidad de un joven enamorado.
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@DANTEX
La agresividad puede dominar el campo de los afectos y al mismo tiempo se la padece y actúa, decía Lacan, cuando hablaba del fenómeno de los celos.
En Freud existía esa pasión que lo acorralaba en el sufrimiento, lo vivía en carne viva mientras establecía su romance con Martha Bernays. Su idea del amor absoluto era una constante. Le pregonaba a su amada un amor incondicional esperando, bajo ciertas exigencias, que ella estuviera a la altura de sus demandas.
Esa posesión vanidosa -en pleno cortejo- solía provocar que su mujer reaccionara con una entereza inaudita.
Sigmund atravesó su noviazgo intentando apaciguar la desesperanza en busca de un equilibrio que lo alejará de esa pasión incontrolable a la que los celos, lo sucumbían. Ella jamás dudó del amor que Freud sentía pero ante los bruscos cambios de humor, provocados por la cólera de su amado, reaccionaba en tono burlón y distante; apostando a no rendirse frente a los chantajes emocionales.
Él esperaba que ella pudiera asimilar sin dudas los valores de él, una especie de fusión que a la vez lo atormentaba: “debes amarme con la misma irracionalidad con que aman otras personas”. Una tarea nada sencilla para Martha, razón para que la tensión flotante no se disipara con facilidad. Freud se declaraba infeliz sin ella, era la única que podía hacerlo ceder, a pesar de que las discusiones se hacían frecuentes en sus vidas. La actitud que tomó implicaba atravesar esas etapas para volver a su remanso -habilidad que supo encarnar Martha-, al único dote que sentía que tenían: “el amor del uno por el otro”. Freud estaba convencido de que su amor no podía compararse con el de nadie. Vivieron juntos 53 años, en medio de agitaciones y su frenético ritmo, luchando para que aquello que los amenazaba no destruyera su compromiso; si bien Martha se mostraba menos impulsiva y apasionada, no faltaba en ella ese toque de dulzura hacia su amado. La elección de mantenerse unidos fue la apuesta más cuidada entre ellos.
- “estar juntos a través de todas las vicisitudes de la vida”. “Después de todo, sé de tu dulzura, sé que puedes convertir una casa en un paraíso”, convencido de que sólo Martha podía gobernar su ser con esa extraña afección que se llama amor.
Gisela Calderón
En Freud existía esa pasión que lo acorralaba en el sufrimiento, lo vivía en carne viva mientras establecía su romance con Martha Bernays. Su idea del amor absoluto era una constante. Le pregonaba a su amada un amor incondicional esperando, bajo ciertas exigencias, que ella estuviera a la altura de sus demandas.
Esa posesión vanidosa -en pleno cortejo- solía provocar que su mujer reaccionara con una entereza inaudita.
Sigmund atravesó su noviazgo intentando apaciguar la desesperanza en busca de un equilibrio que lo alejará de esa pasión incontrolable a la que los celos, lo sucumbían. Ella jamás dudó del amor que Freud sentía pero ante los bruscos cambios de humor, provocados por la cólera de su amado, reaccionaba en tono burlón y distante; apostando a no rendirse frente a los chantajes emocionales.
Él esperaba que ella pudiera asimilar sin dudas los valores de él, una especie de fusión que a la vez lo atormentaba: “debes amarme con la misma irracionalidad con que aman otras personas”. Una tarea nada sencilla para Martha, razón para que la tensión flotante no se disipara con facilidad. Freud se declaraba infeliz sin ella, era la única que podía hacerlo ceder, a pesar de que las discusiones se hacían frecuentes en sus vidas. La actitud que tomó implicaba atravesar esas etapas para volver a su remanso -habilidad que supo encarnar Martha-, al único dote que sentía que tenían: “el amor del uno por el otro”. Freud estaba convencido de que su amor no podía compararse con el de nadie. Vivieron juntos 53 años, en medio de agitaciones y su frenético ritmo, luchando para que aquello que los amenazaba no destruyera su compromiso; si bien Martha se mostraba menos impulsiva y apasionada, no faltaba en ella ese toque de dulzura hacia su amado. La elección de mantenerse unidos fue la apuesta más cuidada entre ellos.
- “estar juntos a través de todas las vicisitudes de la vida”. “Después de todo, sé de tu dulzura, sé que puedes convertir una casa en un paraíso”, convencido de que sólo Martha podía gobernar su ser con esa extraña afección que se llama amor.
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