EL SUSTENTO DE LOS DERECHOS


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@OLIVOSCITY

17/12/2005#N7246

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EL SUSTENTO DE LOS DERECHOS INDIVIDUALES

“Toda la armazón filosófica y jurídica sobre la que descansa la democracia liberal se articula en torno a la existencia de un ser superior del que emanan los “derechos naturales” que protegen a los individuos frente a la acción del Estado o frente a la voluntad de otras personas”.

Zenón (siglo IV A. de C.), el fundador de la escuela de los estoicos, sostuvo que los hombres, por su carácter único, poseían derechos que no emanaban de la tribu, ni de la ciudad ni del estado, sino de los dioses. Estos derechos, anteriores a todas las creaciones humanas, eran inalienables y no podían ser modificados por las autoridades puestos que eran anteriores a ellas.
Como bien dice Montaner a fines del siglo XVII John Locke en Inglaterra retomó la idea de los estoicos reafirmada por el cristianismo y de ahí surgieron las bases de la democracia liberal. Ni el rey ni el parlamento pueden legislar contra el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, entendiendo ésta última con mucha más amplitud de lo que el vocablo parece significar. Sus ideas fueron llevadas a la realidad por la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra y cien años después por los norteamericanos fundadores de los Estados Unidos y por los franceses en su Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano en tiempos de la Revolución Francesa.
Cuando se lee a pensadores como Locke, Hume o Berkeley, considerados, en mayor o en menor medida, pilares del liberalismo, suena como algo inconsistente y hasta anacrónico el fundamento divino que atribuyen a los derechos personales y su mención constante a la Divinidad como fuente de los mismos, especialmente a aquellas personas que siendo liberales o no, son al mismo tiempo ateos o agnósticos.
Sostiene Montaner que si no hay Dios no hay derechos naturales del hombre porque es la Divinidad el sustento y el punto de partida de esos derechos.
No estamos de acuerdo. Parecería que de Zenón a Montaner no ha cambiado nada y solamente ha variado la cantidad de dioses y no la esencia misma de los derechos: antes, varios dioses; hoy, uno solo. La peligrosa conclusión a la que llega Montaner es que para aquellos que no creen en Dios o dudan fundadamente de su existencia, todo vale porque no hay moral. Esto no es así. Sócrates fue condenado a muerte por impiedad, es decir por no creer en los dioses, y sin embargo es difícil encontrar en la historia universal alguien con mayor sentido de la moral y la ética, de la rectitud y el respeto por el acatamiento de la ley, como que bebió la cicuta según había sido condenado, no obstante sus amigos habían arreglado con los guardias su fuga de la cárcel.
Contrariamente, ha habido legiones de creyentes desde San Cirilo de Alejandría en los primeros siglos del cristianismo (incluyendo papas de la iglesia católica como Alejandro VI Borgia) que han cometido crímenes horrendos sin que para ellos imperara el respeto por los derechos de los demás seres humanos.
Si Hitler o Stalin mataron millones de personas porque no creían en los derechos humanos o porque eran ateos (sin que ambos casos tengan relación alguna), no significa que todos los ateos salgan a torturar y a asesinar gente en forma indiscriminada o sean amorales que se permitan cometer cualquier aberración contra otros hombres. Pueden también tener, y de hecho muchos (la mayoría, seguramente) las tienen, sus propias normas morales (como Sócrates) y que a su vez éstas no coincidan con las cristianas, o con las judías, o con las islámicas o con las de cualquier otra religión monoteísta o no. La amenazante tendencia de pensar que los que no creen como uno pueden llegar a cometer atrocidades es no sólo autoritaria e irracional sino también extremadamente peligrosa para el libre pensamiento.
Justamente cuando no está probado ni que Dios existe ni que tampoco no existe, si los derechos individuales dependieran exclusivamente de su existencia, llegaríamos a la terrible conclusión de que los derechos del hombre también pudieran no existir. Y esto es inadmisible. Los derechos del hombre existen más allá de que haya o no haya Dios o dioses algo que materialmente es imposible de probar. Los derechos son innatos, imprescriipt ibles e inalienables. La amenaza a esta posición, atea o agnóstica, siempre está latente. Hace unos años una distinguida señora, ferviente católica, abogada, jueza e intelectual brillante llegó a decirnos en la cara y sin ruborizarse: “Es curioso que siendo Vd. agnóstico sea, a pesar de eso, una muy buena persona”. La frase nos hizo temblar por un instante: la señora podía haber sido en otra época la hermana gemela de Torquemada o de Savonarola. Y nosotros su asado a las brasas.

CARLOS ALBERTO MONTANER (“Dios y la democracia liberal”,
publicado en La Nación del día 11-12-05).

 

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