El Agrimensor (Rodobal)


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Escrito por
@FITO

17/03/2013#N42984

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El Agrimensor
 
 
 
         “¡No se mueva! Una pequeña sonrisa, que una foto es para siempre.”
 
William, sonrió, y el encapuchado fotógrafo disparó su cámara y la foto para su credencial, estaba en marcha, podría pertenecer al Colegio de Graduados de Agrimensores, mucho tiempo se había preparado para ello y hasta fue cuidadoso con la ropa que había elegido ese día. Fue prolijo al hacer el nudo de la corbata, el chaleco; por el frío húmedo de la mañana; el pañuelo prolijamente doblado en el bolsillo del saco. Los zapatos lustrados hasta el punto de devolver su imagen reflejada en ellos. 
Tenía casi nueve años cuando cerca de su hogar iniciaron la demarcación de un loteo en Chacarita de Colegiales, a fin del siglo XIX,
Lo fascinante de la demarcación de calles, el instrumental que utilizaron y que le permitieron usar, lo marcó para siempre, sería agrimensor.
 
Una semana atrás había cumplido veintiséis años, sopló una sola vela que su madre había colocado en la torta, hecha  con la vieja receta familiar, a la que había agregado la leyenda  “Congratulations William - Your parents”, luego los abrazó con fuerza, luego miró al diploma ya enmarcado que le transmitía orgullo a toda la familia. Lo mismo que el sobre y la carta abierta sobre la mesita del rincón, donde le comunicaban su primera tarea como profesional era en el sur, cerca de Puerto Madryn. Sólo Rosalía, la hija de la encargada estaba leyendo una y otra vez las líneas que alejaban a su prometido a más de mil kilómetros de su casa.
Empacó toda su ropa el día anterior a su viaje en barco; incluyendo las camperas que habían tejido su madre y su novia, ambas en franca competencia;  dejó a la vista su pasaje y la credencial. Esa noche la tomó entre sus manos, pensando en el adiós a la corbata, los zapatos lustrados para darle la bienvenida a las botas, la tierra y el barro.
Estaba nervioso y preocupado antes de abordar, vio a su madre llorar y notó cómo su padre evitaba mirarlo. Rosalía hacía esfuerzos enormes para mantener una sonrisa que a veces se transformaba en otro tipo de expresión, casi siempre incomprensible. A medida que la nave se alejaba del muelle, del puerto de Buenos Aires, sus ojos se fueron secando, al igual que los de familia, cada vez más pequeños. El viento norte infló las velas con rumbo al mar, a su destino, entonces callaron las calderas y el hecho de escuchar los sonidos del viento y del agua quebrada por la roda lo alejó en forma paulatina, de todo pensamiento terrenal. En su camarote releía apuntes y en el salón comedor preguntaba una y otra vez por la colonia galesa que lo albergaría.
Soportó con entereza una tormenta, a la altura de Cabo Corrientes, en la recién fundada Mar del Plata, hasta pudo ayudar a otros pasajeros que sufrieron por ella.
El muelle de madera de Puerto Madryn los aguardaba, no tenía suficiente calado alrededor, para descender se ayudaron con chalupas y botes de remo. Lo estaban esperando, un señor de gruesos bigotes, sombrero y un saco caro y ajustado preguntaba en todos los botes por William Evans, hasta que dio con él y lo llevó hasta la posada, donde pudo descansar y acomodar el instrumental y la ropa.
Al día siguiente en la misma posada, compartieron un desayuno, con tostadas, mermeladas, tortas negras galesas, con funcionarios de la ciudad y de la empresa que iba a hacer el nuevo emprendimiento. Un pequeño carro le ayudó a recorrer los alrededores de Madryn, fueron durante dos horas camino adentro, reconociendo el terreno donde se iba a construir en un futuro algunas fábricas que pudieran utilizar los recursos naturales de la zona.
William tomó notas y al día siguiente volvió con sus instrumentos y comenzó su labor. A caballo y a galope tendido se acercó el señor de bigotes. Le pedía que fuera urgente a la intendencia, un telegrama originó cambio de planes. Debería continuar viaje hacia la zona de San Carlos de Bariloche.
Ya en el camino, esta vez en una pesada carreta, pero provista de los elementos necesarios para tal viaje, William notó que unos aborígenes lo seguían, a una distancia más que prudente.
Una mañana, casi a medio camino, cerca del pueblo Ingeniero Jacobacci, se les acercó, les ofreció torta y café caliente, se rehusaron, pero terminaron sentados sobre unas matas y hablaron. Se enteró que eran aborígenes, mapuches. Le preguntaron que era lo que estaba haciendo en las afueras de Madryn. Trató de explicarles con sencillez que querían construir unas pocas fábricas, unos depósitos.
 
-       ¿Ahora hacia dónde va? – preguntó secamente el mayor de ellos.
-       A San Carlos de Bariloche, tengo que hacer algo parecido.
-       Mi nombre es Catrileo. Cacique de los mapuches.
 
William, se sorprendió, no estaba previsto en su facultad una situación así, en la cual conocería un cacique y que compartieran café y torta, recibiendo aguardiente a cambio, sentados en el suelo de una zona casi desierta.
Catrileo, Cacique Mapuche, le explicó al Ingeniero Agrónomo William Evans que un Señor del Gobierno, Parques, ordenó arrasar todas sus chozas.
 
-       Hemos tenido que dormir mirando las estrellas. No pretendemos que nos  reconstruyan nuestras rukas, pero si necesitamos que nos devuelvan el Rehue, nuestra tierra sagrada y poder en ella invocar a Nguechen, nuestro dios. Queremos ver volar a los üñen en nuestro cielo. - el cacique se mantuvo sereno explicando su presencia. 
-       ¿Por qué me cuenta todo a mí? – se extrañó William.
-       Nos dijeron que iba a venir un Señor amigo de Parques…
-       Sinceramente, no se que puedo hacer, que puedo decir ahora.
-       No se fije en nuestro suelo con sus aparatos, le puedo contar la historia de cada roca, tantos años hacía atrás como usted quiera.
 
William, sintió un escalofrió en su cuerpo, notó que de alguna manera era  participe de un despojo y todos los años para lo que se estuvo preparando se oponían.  No llegó a San Carlos de Bariloche, regresó a Puerto Madryn y desde ahí a Buenos Aires. La fiesta de casamiento con Rosalía fue sencilla y poblada de tristeza, todos sabían que la luna de miel iba a ser en un lugar muy lejos y no duraría una semana o dos. Quizás sería por mucho tiempo.
Catrileo, vio llegar a una carreta con dos personas, se apoyó en su bastón, se acomodó su capa y fue al encuentro de ellos.

 

Comentarios

@SIL_VANA

17/03/2013



 Cuando nos hace pensar y reflexionar , significa que ese cuento es muy bueno . El agrimensor lo logrò ampliamente . El respeto al OTRO se ve reflejado . Gracias por compartirlo y hacernos pensar . 

Silvana   
@GABYNET

19/03/2013



muy bueno el cuento,nos muestra nuevamente  el poder  de la injusticia,la violacion a los derechos humanos y la nobleza de la gente que aun hoy queda.