Previo al Combate


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Escrito por
@FITO

01/03/2013#N42881

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Previo al Combate
                Estaban en cuartos separados, pero ambos sabían de la existencia del otro. Uno de ellos comenzó a colocarse su túnica de franciscano y sus sandalias, cuando finalizó, se arrodilló y rezó una oración, para pedir  que todo saliera bien. El otro, con lentitud, se calzó el pantalón, las botas de caballería, el poncho y decidió llevar  el sombrero en la mano.  Salió de ese cuarto, se enfrentó a un pasillo y luego entró a otro más espacioso, con una pequeña ventana que dejaba ver el atardecer, donde un escritorio enorme; con dos velas encendidas, algunos papeles y un par de tinteros y plumas; dividía el espacio en dos áreas.  Había gente, algunos parados, otros sentados. Saludó inclinando la cabeza y miró la cara de los presentes para recordarlos. Estaba el Cap. Bermúdez  y del otro lado del escritorio el Padre Guardián del Convento San Carlos, Fray Pedro García y su asistente, no recordó su nombre. Se acomodó en un sillón y miró con severidad al fraile, quién le sostuvo  la mirada con la misma intensidad.
               
-          Los realistas están a trescientos metros de aquí, quiero solicitarle tener a bien, otorgarme protección para mis soldados en el convento.
-          Usted sabe, Coronel, que yo soy español, no puedo ayudar en forma abierta a vuestra  causa.
-          Hemos seguido a esta tropa desde que ingresaron en el Paraná. ¡Padre! Sus intenciones pueden ocasionarle mucho daño al convento.
-          ¡Lo sé! Hemos tomado conocimiento que si llegan  aquí, será para saquearnos.  
-          ¡Así es!  Además no hay viento, están varados y muy necesitados de víveres.  
 
El sacerdote habló con su asistente, fue inaudible,  luego miró al militar.
 
-          En caso que aceptemos, necesitamos  vuestras garantías.
-          A partir de ahora los excluiremos de los decretos en contra de los europeos.
-          Además quiero que nos  den Carta de Ciudadanía, para todos los que habitan el Convento.
 
Unos ruidos se escucharon y todos callaron. Se escuchó un murmullo que fue descendiendo hasta obtener un silencio total, sólo interrumpido por la tos de un Sargento Mayor.
 
-          En caso que aceptemos, necesitamos garantías.
-          A partir de ahora los excluiremos de los decretos en contra de los europeos.
-          Quiero que me den carta de ciudadanía, para todos nosotros.
-          Serán entregadas.
 
José de San Martín, se quitó el poncho, por el calor intenso, se alejó del escritorio con la idea de refrescarse, el soldado Cabral, lo detuvo con una sonrisa  y le ofreció un mate.
 
-          Ya vuelvo. Quiero lavarme la cara.
-          Te espero, parece que hay para rato.
 
Pasaron unos instantes y regresó, volvió a colocarse el poncho, volvió a mirar con severidad al fraile. Alguien entre las sombras pidió que hicieran silencio.
 
-          En caso que aceptemos, necesitamos vuestras garantías.
-          A partir de ahora los excluiremos de los decretos en contra de los europeos.
-          Además quiero que nos den Carta de Ciudadanía, para todos los que habitan el Convento.
-          Serán entregadas.
 
Todos miraron al que había hablado y éste sonrió. Salió del escritorio, mientras veía que palmeaban al fraile,  entró a un cuarto más amplio que el anterior, donde varios soldados, acomodaban las cosas como podían. Todos se detuvieron, se pararon y saludaron al Coronel, quién les pidió que descansaran y se retiró del cuarto. Ellos prosiguieron con su tarea.
 
-          Quiero hacerte una pregunta.
-          Decime, no hay problema.
-          ¿Habrá que repetir algo? Tengo ganas de cambiarme, sacarme la sotana un rato.
-          Hacelo, cualquier cosa te aviso.
 
Se paró al lado del soldado Cabral, que estaba afilando sables, entre ellos el suyo, el sable corvo, le apoyó la mano en el hombro y mirando a los otros soldados habló: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales, que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder. Vamos a pelear por primera vez en nuestra patria, por la libertad e independencia de este pueblo reprimido. No debemos dejar nada librado al azar,  mi reconocimiento será tan eterno como mi existencia.”
 
Afuera del Convento de San Carlos, había una gran mesa con los cubiertos puestos, copas y vasos, alguna bebida ya servida, en una cabecera estaba Pedro García, enfrentando a San Martín, al lado Bermúdez, Baigorria, Cabral y otros más. Díaz Vélez, quería que jugaran un truco con las cartas españolas. Uno que se acercaba le dijo a su compañero — “Mirá, parece una cena entre calles y avenidas.”
De manera  insólita, Antonio Zabala,  con su uniforme realista,  le dio la razón y sonrió. San
 

RODOLFO

 

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