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@HELVIOSO

24/04/2009#N26193

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Traspiés, bochornos, torpezas. Pérdida de la compostura. Ese minuto fatal que tira al diablo toda la imagen que habíamos querido sostener a fuerza de sobreactuación. Los hay físicos, sexuales, pero también verbales, de esos que dejan en evidencia, en el peor momento, lo que realmente pensamos o sentimos. Lo mejor, convertir al papelón en una anécdota digna de ser contada en cualquier sobremesa. Lo peor: tratar de explicarlos.

Marta B. era periodista y acababa de conseguir su primer trabajo en una radio de alcance nacional. La entrevista que la había llevado a asegurarse el lugar había transcurrido en forma tranquila, lo que le había permitido poner sobre la mesa todas sus habilidades. Había establecido buen contacto con quien sería su jefe, el conductor del programa, y confiaba en que con el tiempo esa química podría ser percibida también por los oyentes. Estaba feliz, se estaba haciendo realidad su sueño de trabajar de lo que quería y para lo que había estudiado tantos años.

Pero toda la seguridad que sentía tras ese encuentro, se desvaneció la noche previa al Día D. Marta no pudo pegar un ojo hasta muy entrada la madrugada. Imaginó situaciones de las que no sabría salir. Recelos de parte de sus compañeros. Malentendidos con su jefe, del que se decía que era sumamente exigente, y que solía subestimar la inteligencia de las mujeres.

Esa mañana, se levantó nerviosa y mal dormida. Se vistió tratando de no estar ni demasiado formal, ni demasiado casual. Leyó todos los diarios e hizo zapping por todos los noticieros de radio y TV. Cuando se sintió segura (no era fácil sentirse así ese día), salió a la caza de un taxi. Primer contratiempo: ningún auto paraba. Una vez que lo logró, una manifestación callejera la demoró cerca de 20 minutos cuando todavía estaba a mitad de camino. Finalmente, aunque con el tiempo justo, llegó a la compañía, donde la guiaron hasta la sala de reuniones. Ya estaba todo el equipo del programa de radio, solo faltaba ella. Saldrían al aire en cuestión de minutos…

Nunca supo qué la hizo tropezar. No estaba subida a tacos aguja, ni se trató tampoco de un resbalón. Pero Marta B. después de saludar a viva voz con un gran “Buen día”, aterrizó en brazos de su jefe que, muerto de risa, y ayudándola a reincorporarse, le dijo: “No te preocupes, no eres la primera que se arroja a mis brazos para asegurarse el puesto”.

Es cierto, no había dado la mejor primera impresión, pero había conseguido romper el hielo. Y fue un buen debut.

¿Cuál fue tu “mejor” papelón y cómo lograste salir adelante?