Olmedo (Instantánea de una soledad)

OLMEDO

Querida Familia:

No tengo por objeto el detalle de mi exiguo aporte al equipamiento. Al contrario, quiero dar cuenta de una baja lamentable en el inventario de este departamento de veraneo que nos legara tía Sarita, que en paz descanse.

Vine a conocerlo. Llegué el jueves por la mañana para pasar una Semana más que Santa con la sola compañía de un libro. Imaginen mi sorpresa y mi alegría cuando, mientras abría la persiana del balcón, me encontré con el perrito detrás de la cómoda.

Yo no sabía nada. A él también se lo veía contento. No cabía su alegría en el envoltorio de nylon, que empañó pronto con el aliento desesperado, y casi rompió con el loco rasguñar. Lo solté, jugué con él un rato, le limpié de babas el moño amarillo.

Después lo dejé para darme un baño. No fue mucho tiempo: mi aria favorita de Aída y una vidala.

Cerré la ducha cuando terminé el canto, y no sé si fue el silencio que me devolvió la casa lo que me llenó el corazón con un presentimiento aciago: “¡El perro! ¡El balcón!” Corrí. Pero no alcancé a ver más que la cola y las patitas traseras. Me asomé esperando un charco blanco, las manchitas negras regadas en la vereda, o cualquier rastro de un dálmata de peluche caído de un quinto piso. Nada.

Un inusitado cerrar y abrir de persianas en el edificio de enfrente me hizo caer en la cuenta de que había salido al balcón desnuda. Quise explicar. Grité: “¡Acabo de llegar! ¡Fui a bañarme y zas, Olmedo, mi perro, se tiró por el balcón!” Entonces todas las persianas de enfrente se cerraron con estrépito y entré.

Sobre la cama había, destrozada, una caja rotulada “Zapatillas Sarita”. Junté y tiré los pedazos. Nadie tocó el timbre, y casi me convencí de que Olmedo no había existido. Pero más tarde encontré en el cajón de la cómoda el inventario prolijo de tío Gerardo, y ahí figuraba el perro, entre la cómoda y el televisor blanco y negro. Fue entonces cuando me animé a dejar esta nota.

Mar del Plata, marzo de 2008

 

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