"Mi Club"...de Banfield.

“Mi Club… de Banfield”


Nací en Lanús, pasé ahí mi adolescencia, mis primeros bailes, y mis noviecitos infarto-juveniles.
“Mi Club” de Banfield, era el lugar de baile obligado. Toda la semana nos preparábamos la ropa, el pelo, nos peleábamos con el acmé, para “matar” el sábado a la noche.
De domingo a viernes hablábamos sobre los pibes con los que habíamos bailado. “Mi Club” era algo más que el clásico casamentero del lugar, era la razón de ser joven en el sur del conurbano bonaerense.
Hubo un sábado diferente, los dados quisieron que me tocara a mí “hacer la guardia”...había que ir temprano a “reservar mesa” y quedarse de lo contrario tenías que pasar la noche parada, cual ganado en exposición y mostrarte. Cosa que nunca soporté.
Esto implicaba ir a la hora de la siesta de rigurosa “toca”, vaqueros y zapatillas.
Culo en silla y cara de póker hasta las 22 hs. en que llegaba la primera reemplazante ya vestida “de luces”.
Me llevaba un libro para hacer que leía pero en realidad... me servía para esconderme...! Dios! que nadie me viera a cara lavada y sin la ropa bolichera.

Lucía, llegó a las 22hs., pintada como vedette del Maipo y muy nerviosa, se había enterado que su ex novio iría a bailar esa noche… Era el carilindo del grupo. Ella nunca había perdido las esperanzas de “engancharlo” nuevamente.
Nosotras guardábamos la esperanza de que eso no pasara. El morocho ameritaba ser disputado.

Apenas llega ella me voy a cambiar a casa, sin antes preguntarle por el maquillaje de sus ojos, estaba espléndida: -Es una receta nueva, me dice, pero no se las digas a nadie… “cuando ya estás por salir, te ponés en cada ojo unas gotas de limón puro y el brillo de tus ojos deslumbrarán al más difícil…te dura toda la noche y es algo natural”.
¡Le agradecí tanto que me diera el secreto de ese toque de magia!
Llegué a casa, me bañé sin el gorrito de plástico que mi viejo tiraba cada tanto y se me volvió a ensortijar el pelo. ¡Tá que lo parió a mi viejo!.
Me pinté casi tanto como Lucía y me puse un hot-pant blanco para que la luz negra me iluminara la superficie más amplia de mi cuerpo y nadie reparara en mis rulos.

Tocan el timbre de casa. Mis otras amigas venían a buscarme y ahí nomás corté un limón de la planta del fondo y me di sin asco en ambos ojos.
¡Ayyyyyyyy! ¡vieja!…!paaaaaaaaaaá! Mis gritos se oían a una cuadra, ¡estoy ciega! ¡No veo! , Corrieron mis amigas! (adiós secreto), corrió mi hermana, corrió mi vecino del tallercito de al lado…Eso me había quemado de tal manera que terminé en el hospital Evita a tres cuadras de mi casa, en la sala de oftalmología. Llorando – obvio.
¿Cómo que se puso limón en los ojos? Me increpó el facultativo. Ni loca iba a contar la verdad, los médicos no entienden de esas cosas. Tampoco entenderían el grado extremo de boludismo de mis 17 años.

Mis amigas no fueron esa noche a bailar, jugamos scrabel hasta las tres de la mañana.
Lucía se dio el lujo de sacarnos de la competencia y yo caí en su trampa.
Anécdotas de juventud, cosas de limones...de minas...

Aprendí así que el brillo en la mirada nace del cuore y no en un limonero.
Sólo sé que desde entonces cumplo al pié de la letra ese Mandamiento que dice “no desearás a la mujer de tu prójimo”. Bueno...ese lo cumplo.

Ariadna

 

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