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@KOPSI

06/08/2005#N6316

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Mi padre se llamaba Moisés en los papeles, pero en la realidad todos le decían Mauricio. Cosas extrañas de los funcionarios de Inmigración.
Hijo de Doba y Abraham. Perdió a su madre siendo niño aún, y dejó a su padre a los 16 años para venir a la Argentina en busca de un sueño, de un mejor futuro.

Fue abuelo de varios nietos a los que disfrutó: Hernán, Pablo, Diego, Marcelo. Luego, ya sin su presencia física nacieron los mellizos Federico y Andrés y Micaela.

Mi padre no va a figurar en ningún libro de historia oficial, porque no tuvo actividad pública, pero está presente en mi memoria y allí se quedará, por siempre.

Mi padre no fue un hombre demostrativo del enorme amor que tenía hacia sus hijos porque no lo expresaba verbalmente, sino que con sus hechos, sus gestos, yo tenía la total convicción de su amor hacia mí.

Mi papá no tuvo estudios formales con títulos. Fue un autodidacta, y con él uno podía enfrascarse en conversaciones acerca de variados temas, pues su cultura general era amplia, porque siempre fue un incansable lector.

Mi padre amó la música, su gran pasión, y logró que al menos 2 de sus 3 hijos la amasen como él y se dedicasen a ella. No tenía cantidades de dinero, pero no lo amedrentaron los costos de la educación musical que quería que sus hijos tuviesen: los mejores profesores, los libros necesarios, los instrumentos musicales, la asistencia a conciertos, los discos (en aquél entonces de pasta) a nuestro alcance.

Mi padre era un ser perfeccionista, se enorgullecía de su trabajo diario en el que ponía lo mejor de sí para que fuese calificado de excelente. Ese orgullo por la tarea diaria, ese nivel superior al de sus pares en sus tareas la fuimos libando de modo tal, que quedó grabada en mí la imperiosa necesidad de hacer las cosas lo mejor que puedo y un poco más, poniendo en mi trabajo pasión cuidando hasta el más mínimo detalle y no dejar de aprender algo más todos los días para ir alcanzando la excelencia no por el halago ajeno sino por la satisfacción de una tarea bien hecha.

Mi padre fue un gran hombre para mí, porque supo ser amigo, compañero, confidente, consejero. Nunca me dijo que no tenía tiempo para escucharme, sino que por el contrario, propiciaba esas conversaciones en las que yo, sentada frente a él, aprendía tanto por sus opiniones, como por sus experiencias y relatos.

Mi padre siempre me alentó a estudiar, porque opinaba que el destino de una mujer no puede reducirse a 4 paredes y 5 ollas, como solía decir. Mi padre quería criar mujeres independientes, que supiesen defenderse solas en la vida. Conmigo lo logró.

Mi padre nos dio la sorpresa a mis hermanos y a mí de resultar un excelente cocinero cuando operaron a mamá. Ni siquiera sospechábamos nosotros que él supiese hacer algo más que exprimir su pomelo matinal o preparar un mate o un café. Resultó ser un chef de altísimo nivel.

Mi padre tenía una letra prolija, cuidada, era metódico, ordenado, y amaba profundamente a mi madre. Eso se reflejaba en el trato diario llamándola con su nombre en diminutivo, alabando siempre las comidas que ella hacía, aunque no fuesen de su agrado. Nunca discutieron ellos en mi presencia, sino que conversaban en tono normal de voz, y dejaban para hablar “en otro momento” los temas en que no estaban de acuerdo.

Mi padre tenía un corazón enfermo desde muy joven, pero eso no le impidió a ese gran músculo ampliarse para albergar a mis amigas con problemas, extendiendo su mano amiga, abriendo sus brazos para cobijarlas y su mente para aconsejarlas. Siempre hubo en casa lugar para ellas, que se sentían incomprendidas por sus padres.

Mi padre fue tema de conversación entre mis amigas, que no dejaban de repetirme lo afortunada que era por haber tenido un padre como el que tuve.

Mi padre fue en mi vida un pilar fundamental, sentando bases éticas, morales, conceptos lógicos acerca del bien y del mal, enseñándome sin palabras pero con actitudes modos de proceder. Fue un hombre lógico y coherente, que no caía en contradicciones entre sus pensamientos y sus acciones.

Mi padre fue una presencia que, mientras la tuve a mi lado, valoré en su justa medida. Desde que ya no comparte físicamente mis días, vive en mis recuerdos, en mis pensamientos. Hasta cuando debo decidir o elegir, pues me remito a sus consejos e intento seguirlos, lo mejor que puedo, porque soy la excepción a la regla que dice “el alumno supera al maestro”.

Mi padre fue ese ser del que no puedo escribir tanto como él merece. Ha sido en mi vida referente y referencia, modelo y ejemplo, mentor e instructor, amigo y compañero y, sobre todo, ese ser tan amado al que siempre quise parecerme aunque sé que jamás lo lograré.

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