KIMBO (PARTE 2: EL RESCATISTA)


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Escrito por
@RUYVALENTE

23/02/2017#N62358

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KIMBO

II

El rescatista.

 

     Llegó la mañana del siguiente día y Kimbo despertó junto a su dueña. La niña le había dado su biberón la noche anterior y no tenía hambre. Gateó fuera de la canasta y se acercó a la cama. Con mucho esfuerzo, se paró sobre sus patas delanteras y empezó a gemir hasta despertar a la jefa de la manada (según el punto de vista de Kimbo). Diana, la niña, se despertó, se desperezó estirando los brazos, dio unos bostezos y, de un salto, estuvo en el suelo, al lado de su nueva mascota.

     —¡Kimbo! ¡Ya caminas! —exclamó, mientras lo alzaba en el aire.

     Kimbo lambeteó la mejilla de su dueña.

     —¡Diana! —la llamó su madre desde el pie de las escaleras—. Quiero que bajes enseguida.

     Ese día no se habló sobre qué harían con Kimbo, salvo la mención del padre de Diana respecto a que debían llevar la mascota al veterinario.

     Ocho días después, lo llevaron a su primera cita médica. La hija mayor acompañó a su madre y a su hermana. Al verlo, el profesional arqueó las cejas, sorprendido. La madre de la niña creyó oportuno dar algún tipo de explicación.

     —Edgar —dijo ella, dirigiéndose al veterinario—, lo encontramos cerca de la Reserva Ecológica; estaba tirado a cien yardas del camino. Su aspecto es un poco extraño, pero creemos que es un perro.

     El veterinario lo levantó, lo observó algunos segundos, dándole vueltas en el aire, y lo volvió a poner en la camilla.

     —Es un perro —confirmó—. Una mutación, pero un perro al fin. Voy a verificar su estado de salud y también tomaré algunas muestras. Es un ejemplar muy raro.

     Lo examinó durante unos veinte minutos, le sacó placas, tomó muestras de tejido y le inyectó una vacuna antivirósica. Devolvió el cachorro a Diana, se quitó los guantes y habló con Sheila, la madre de Diana.

     —El estado de salud de este cachorro es óptimo. De todas maneras, como es un mutante, voy a enviar las muestras de tejido y las placas a los forenses de la Universidad. En cuanto tenga el informe, te llamaré.

     —¿A qué edad deberíamos castrarlo? —preguntó la hermana mayor de Diana.

     —Eso no será necesario: el animal es eunuco. Por fuera parece entero, pero sus testículos no se han desarrollado.

     — Mami, ¿qué es enuco? —intervino Diana en el coloquio—.¿Es algo malo?

     —Eu-nu-co, querida, significa que no podrá ser papá.

     —¡Pero, mamá, a Kimbo no le importa ser papá!

     Sheila se despidió del profesional, puso a Kimbo en la canasta y los cuatro se volvieron a su casa.

     Al cabo de un mes, Kimbo había crecido más allá del tamaño promedio correspondiente a un cachorro de su edad. Entre él, Lori y la gata, que respondía al nombre de Naomi, revolucionaron la casa. Richard, el padre de familia, tuvo que acostumbrase un poco al desorden y, aunque renegaba bastante, el observar los juegos de la contrahecha mascota le proveía un difrute extra que compensaba grandemente los destrozos que éstos ocasionaban. Le había tomado un gran cariño. El cachorro se llevaba bien con la caniche, pero su compañera de juegos preferida era Naomi y, cuando ya agotaban sus energías y el sueño los vencía, se dormían un encima del otro; o más bien, Naomi encima de Kimbo. A media tarde, Diana volvía a darle su biberón y, poco después, salían los dos a jugar al patio trasero, donde permanecían hasta el crepúsculo. Por la noche, la niña lo llevaba a su dormitorio, escaleras arriba, y, juntando sus brazos a modo de cuna, lo mecía suavemente mientras lo arrullaba con una nana. Esa era más o menos la rutina de los días laborables; los fines de semanas y feriados incluían salidas en auto al Parque, visitas a los amigos y paseos en bote por el río.

     Pasaron ocho meses y Kimbo había alcanzado ya el tamaño de un labrador adulto, pero seguía siendo un cachorrito. Su aspecto era más grotesco que nunca: sus grandes orejas se curvaban hacia adelante, su vientre se había redondeado y las patas delanteras, más altas que las traseras, lo forzaban a caminar como un pato y a correr como un conejo. Jennifer, la hermana mayor de Diana, lo describía a sus amigas como una “calabaza con orejas”.

     A la mañana de un día viernes, llegó Edgar, el veterinario para examinar al cachorro. Dos veces al año debía revisar al animalito por encargo de la Universidad, interesada en el espécimen. Richard no había permitido que se lo llevasen para estudiarlo y aceptó cooperar con los catedráticos bajo la condición de que las pruebas y exámenes las llevara a cabo el veterinario de la familia y que los honorarios los pagara la Universidad. Edgar terminó su tarea en unos cuarenta minutos y, acto seguido, se reunió con todos para comunicarles las novedades.

     —Kimbo tiene una salud de hierro como siempre. Su metabolismo difiere bastante de cualquier perro ordinario. Eso explica por qué crece tan rápido. —Desvió la vista hacia Richard, que era el único de los cinco allí presentes que estaba sentado —. Deberías considerar la oferta de la Universidad, Dick.

     Sheila se adelantó un paso.

     —¿Qué oferta, Edgar? —preguntó la mujer.

     —¿No le dijiste? ─Edgar se dirigió a Richard—. Opino que es una cuestión que deberían discutir.

     Richard acompañó sus palabras con un gesto de desdén.

     —No lo juzgué relevante —se excusó, mirando a su esposa de reojo—. Me ofrecen una fortuna, si permito que clonen a Kimbo.

     —No lo entiendo —dijo Sheila —; ¿por qué tanto interés en un animal deforme? ¿Qué valor puede tener para la ciencia?

     Edgar miró hacia el piso y sacudió la cabeza.

     —No lo sé. Algo deben haber descubierto en el cachorro, algo que les interesa... y mucho.

     —¡Qué ridículez! —exclamó Jennifer—. ¡Tanto revuelo sobre un mutante con cuerpo de calabaza y orejas de burro! Ni siquiera puede ser padre.

     —Lo que, a estas alturas, parece una bendición —bromeó Richard—¡Ah!, si hubiera nacido yo eunuco!

     —No es momento para bromas —intervino Sheila—. Deberías haberme contado lo de la oferta.

     —No se ganará nada con los reproches, Sheila —terció el veterinario—. Ustedes están acreditados legalmente como dueños del ejemplar. La ley federal los ampara; no hay de qué preocuparse. Se fue.

     En el transcurso del siguiente año, Kimbo no sólo incrementó su tamaño sino también su repertorio de conductas. Había desarrollado un talento especial para encontrar mascotas perdidas y, cada vez que ubicaba alguna, la traía a la casa y Sheila Bentley y sus hijas se encargaban de devolverlas a sus dueños. Luego extendió su labor de rescatista en favor de los animales heridos del bosque. Se hizo asiduo visitante del Parque Nacional. Si encontraba una animal salvaje atrapado en la alambrada o herido, iba en busca de la patrulla de guardabosques y los conducía al lugar. El punto culminante en su carrera de rescatista se dio en ocasión del incendio del condominio Shallow River. Salvó a tres residentes del complejo, e incluso a un bombero que había recibido un fuerte golpe en la cabeza por una viga desprendida del techo. Hasta tuvo tiempo para rescatar del infierno de llamas a una gata y a sus cinco crías. La foto de Kimbo sosteniendo uno de los gatitos por la piel de la nuca se convirtió en la más popular y dio la vuelta al mundo. Por estas acciones, el cuerpo de Bomberos de la ciudad de Aspen le concedió una medalla al valor.

     Ocho años después de la condecoración, se fue un integrante de la manada: Lori, la caniche toy murió a los trece años de edad. Cuando la enterraron en el patio, no lejos del rosal donde Naomi y Kimbo solían perseguirse, corriendo en redondo, el cachorro se sentó al pie de la tumba y emitió un aullido largo y grave. Era la primera vez que oían a Kimbo aullar; su repertorio vocal resultaba bastante escueto: gemidos para indicar que tenía hambre y un ruf, ruf insistente, en tono bajo, cuando quería comunicar una novedad. La mayor parte del tiempo no emitía sonido alguno. Era un perro —o quasi perro— silencioso. Los años también habían cambiado a Diana; la ingenuidad infantil había dado paso a la picardía adolescente. Ahora tenía dieciséis años. Su vínculo afectivo con Kimbo había aumentado en progresión geométrica desde aquél día en que lo encontrara a la vera del camino. Jennifer tenía veinticuatro, acababa de casarse y se había mudado a Denver, donde administraba una tienda de ropas. Su esposo se había recibido de ingeniero civil ese año y estaba en proceso de insertarse en el mercado laboral. El matrimonio aún no tenía hijos. Sheila y Richard Bentley festejaban sus bodas de plata. Naomi, la gata, estaba mucho más gorda y dormía casi todo el día, generalmente, recostada sobre Kimbo.

     Un viernes, llegó el veterinario a hacerle el examen de rutina a Kimbo. A pesar de tener casi diez años, Kimbo seguía siendo un cachorro. Ésa era la razón del interés que despertaba en la comunidad científica este raro especimen canino. Habián descubierto que los telómeros en los cromosomas del cachorro estaban desactivados. El telómero controla el número de divisiones de la célula eucariota y es, por ello, el principal responsable del envejecimiento del organismo. Al no producirse nuevas células que suplanten a las deterioradas el organismo decae paulatinamente hasta que muere. Los telómeros en los cromosomas de Kimbo no se reducían, no operaba la restricción sobre la división celular y, como resultado de ello, Kimbo se hallaba siempre joven.

     Sucedió algo fuera de lo común durante esos días; Kimbo dio un estirón, incrementando su tamaño en el curso de unos pocos meses. Y algo más extraño sucedería poco después. Cuando Kimbo alcanzó el tamaño de un caballo, dejó el hogar de los Bentley. Como se había convertido en la principal atracción de Aspen —y tal vez de todo el estado de Colorado—, se organizaron cuadrillas de búsquedas en todas partes que peinaron una vasta área, desde las montañas Elk hasta el centro de ski de Crested Butte, sin lograr hallarlo. Kimbo había desaparecido.

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

@CARLOS_PILAR

23/02/2017



Wao adoptaron un chupacabras!!! hermoso e interesante cuento!!!  
@LILIANABRUJI

23/02/2017



continuará?  
@LUCIA21

23/02/2017



Muy bueno!  
@LILIANABRUJI

23/02/2017



sí ... me gustó el final!!! tomó un giro inesperado el relato.... muy bueno.... mantiene el suspenso