A Ciegas
Escrito por
@MABE
Abrió los ojos.
Cerró los ojos.
Los volvió a abrir.
Se asombró pensando que la oscuridad parecÃa tener vida. Como si fuera una masa caliente y pesada que querÃa entrarle en el cuerpo por los poros.
No era miedo, era extrañeza, no más.
Y los ruidos que dejaban de ser cotodianos; las aspas del ventilador de techo que rechinaban con ritmo - chirrido, soplo, soplo, soplo, chirrido, soplo, soplo -; las gotas de la canilla del baño que se reiteraban interminables y el roce de la piel contra las sábanas que se arrugaban bajo su espalda.
"No quiero pensar", pensó.
Le dolÃan las articulaciones y se encontró reconociendo, casi gozando, el dolor. Todo le parecÃa nuevo. Sin el consuelo de las aspirinas. Todo dólÃa.
Estrenando sentimientos en la noche.
No era sensiblerÃa, eran dudas, no más.
Estiró la mano y tocó el muslo que yacÃa a su lado.
Trató de sentir más allá de la tela; siempre le gustó la piel de adentro, tan suave, tan lisa.
Era suya, esa piel le pertenecÃa.
"No me quiero acordar", recordó.
Apretó la rodilla que yacÃa a su lado, con suavidad, con ternura, con despedida.
Deseó dormir y despertarse y que fuera ayer, y no haberlos visto.
Pudo clavarle un cuchillo.
Pudo envenenarle la comida.
Pudo disparale con la matagatos.
Pero no pudo.
Estiró la mano y tanteó la mesa de luz, el primer cajón. Lo abrió sabiendo que siempre se atascaba en las correderas, le gustó que siguiera previsible.
Tomó la bolsita de papel, siempre con una mano; la otra se adherÃa al cuerpo ajeno.
"Era mÃo", se lamentó, "era mÃo".
Sacó el espiral y la chapita, la caja de fósforos, el platito, la vergüenza y el rencor.
Encajó el espiral en la chapita, apoyó la chapita en el platito, puso el platito en la mesa. Recuperó su otra mano y encendió un fósforo.
La luz le hizo cerrar los ojos. Casi lo apaga.
"Mierda", pensó, "mirá lo que tengo que hacer·
Acercó el fósforo a la punta verde, tardo unos segundos y se encendió; primero la llama y después el ascua que empezaba el lento recorrido circular.La pestilencia subió y se expandió por todo el cuarto. Imaginó que el vaho se aplastaba contra los muebles y lamÃa las paredes.
Inspiró hondo y sonrió.
-¿Qué hacés? ¡Sabés que no soporto el olor! - habló la boca que ya no era suya.
Se levantó despacio. En la oscuridad la brasa crecÃa quemando insecticidas y traiciones.
-Apagá eso, te digo!
Recorrió el dormitorio de memoria. SabÃa que la galerÃa del patio esperaba con su luz de luna, sus mosquitos y su necesaria soledad. Apoyó la mano en el picaporte.
-Que te lo apague Rodriguez - dijo.
Y salió cerrando con un portazo.
Mabel Decoud
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