PORQ LAS MUJERES PREGUNTAN TANTO Y LOS HOMBRES NO RESPONDEN


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@DANTEX

28/11/2017#N64955

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Las frases-trampa que crean problemas en todas las parejas(FRANCESC ORTEU)

Por esa sorprendente experiencia que es la vida en pareja seguro que sonríen cada vez que escuchan este viejo dicho: hablando se entiende la gente. Bien, quizás eso fue así siglos atrás, en sociedades rurales, en una economía preindustrial; pero lo cierto es que hoy en día, en nuestras casas, hablar no sirve para entenderse.

}Hablar sirve para descargar el estrés cotidiano, para resarcirse de todo tipo de frustraciones y, en definitiva, para hacer eso tan humano que es someter al cónyuge humillándolo. ¿Cuántas veces hemos escuchado una misma frase en boca de nuestra pareja? ¿Y cuántas veces hemos caído en una misma tediosa discusión circular? Una y otra vez, en esos debates, se nos ha acusado de los mismos tópicos, se nos han recriminado los errores de siempre, se nos ha agredido con las mismas frases.
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Pues bien, este modesto tratado de fraseopatología conyugal pretende acudir en ayuda de esas personas que, cansadas de ser la diana habitual del mal humor de la pareja, pretenden responder de manera tanto efectiva como elegante a sus injustas invectivas. «No me estás escuchando», «No debemos tener secretos», «¿Qué me pongo?», «Eres un egoísta», «¿Ya te has dormido?», «¿Por qué tengo que hacerlo todo yo sola?», «¿Por qué la aceptas como amiga si no la conoces de nada?», «Todos los hombres sois iguales» o ese gran clásico: «Te dejo». Estas son, entre muchas otras, algunas de las trampas que habitualmente nos tiende la pareja

. En este ensayo analizaremos un buen número de ellas con el objetivo de encontrar frases efectivas con que poder responderlas. A esta innovadora disciplina científica que, gracias al uso estricto de la razón, combate las diversas fraseopatías de la pareja, la denominamos fraseopatología conyugal.

La fraseopatología conyugal es una especialidad de la psicopatología matrimonial. Así como la psicopatología conyugal tradicional parte de la base de que las buenas intenciones del paciente pueden tener un uso terapéutico efectivo, la fraseopatología conyugal que aquí aplicaremos niega que los conflictos de intereses en el seno de la pareja puedan resolverse con buena fe, con comprensión o con diálogo, afecto, empatía u otras dudosas técnicas paranormales. Cuando un médico receta antibióticos para curar una infección, no se plantea dilemas emotivos.

Una infección no se produce porque, después de convivir un tiempo con un virus, algo entre nosotros se haya roto. El virus no traiciona. No nos culpa de la rutina. No nos ataca porque hayamos dejado de ser algo especial en la vida de ese microorganismo. Pues si este planteamiento es absurdo cuando se trata de microbiología, también lo es para la fraseopatología conyugal. Y es que, demasiado a menudo, la psicología y la mediación familiar han buscado la negación de los conflictos por la vía de la aceptación y la sumisión. Llevada al extremo, esta actitud desemboca en la filosofía contemplativa y el misticismo. Muy contrariamente a esa forma de rendición, la fraseopatología conyugal entiende el ámbito doméstico como un campo de batalla, como una guerra de trincheras en la que cada palmo de terreno tiene un precio muy alto. La convivencia, pues, es una lucha de contrarios que solo puede terminar con la restitución de nuestra plena libertad. Se trata, por lo tanto, de una disciplina combativa y sincera, que no busca que la persona adquiera una dignidad pactada y miserable, sino que sea capaz de mantener con la moral alta, el pulso firme y una sonrisa amable, tantos frentes abiertos como sea posible. Así es como entendemos la vida en pareja. Por qué las mujeres preguntan tanto y los hombres no contestan nunca reúne y analiza muchas de esas frases que las parejas se arrojan mutuamente. Y es que las mujeres preguntan tanto porque saben que a los hombres les incomodanlas  preguntas.

Los hombres, en cambio, pasan de responder no porque así molesten, sino porque ciertamente no saben qué pueden decir que no implique una nueva pregunta. Este libro, pues, está pensado para que lo lea él. Aunque también para que lo lea ella. O, mucho mejor, para que lo lean juntos. Finalmente, este modesto tratado ha sido escrito no solo con rigor, sino también con afecto hacia ambos sexos. Quizás algún lector considere que en tal o cual pasaje hayamos podido caer en la tentación de exagerar. Pero puede estar seguro de que no nos ha guiado otro deseo que el de hacerle reflexionar y sonreír. Aun así, y en previsión, será prudente pedir disculpas ya de entrada.

1 TE QUIERO

D e las muchas frases con las que puede agredirnos nuestra pareja, las cortas suelen ser las más difíciles de combatir, y un ejemplo claro es «te quiero». En primera instancia, es necesario advertir que algunas personas tienden a confundir afecto y amor. El afecto es una actividad biológica natural inherente a los seres vivos. El hombre y la mujer, como seres vivos que somos, por naturaleza tendemos a sentir afecto por todo aquello que nos rodea. Sentimos afecto hacia el lugar donde vivimos. Sentimos afecto hacia nuestro pijama. E incluso, en casos extremos —que se dan con mucha más frecuencia de lo que la gente cree—, se puede llegar a sentir afecto hacia la persona con quien compartimos el domicilio. Por tanto, el afecto es un proceso natural, espontáneo e involuntario, como puede serlo la respiración o el crecimiento del cabello. Así, cuando nuestra pareja nos dice: «Te quiero», lo que hace es apropiarse esa afectividad instintiva e inocente para convertirla en un arma ideológica. A un simple fenómeno natural la pareja le otorga una trascendencia desmesurada. Es justo reconocer que eso se ha hecho siempre. En culturas de pueblos primitivos, un eclipse solar era considerado un mensaje de los dioses. Esos dioses, claro está, expresaban con el eclipse aquello que el brujo de la tribu consideraba conveniente. En el caso que analizamos, el afecto sería el eclipse y el brujo, la pareja. Esta interpretaría un mero mecanismo hormonal como una ratificación de índole legal de la que pueden derivarse consecuencias patrimoniales.

Expliquemos eso. Cuando se nos dice: «Te quiero», lo que se nos está diciendo realmente es: «Te tengo», «Te poseo». En consecuencia, no solo te poseo a ti, sino que también poseo todo aquello que tú posees. Hay, además, dos variaciones de la frase en la que conviene detenernos un momento: a) «Siempre te he querido», y b) «Te querré siempre». ¿Cómo debemos interpretarlas? En el caso de la locución «te quiero», se trata de hacer constar algo en este momento, de levantar acta: «Tú me perteneces». En los otros dos casos, podemos traducir la frase a su forma legal más exacta: «Tú has sido siempre una propiedad mía» o, proyectada en el futuro: «No pienso renunciar a mis derechos sobre ti». En los tres casos se trata de lo mismo: esclavitud. Pero imaginemos una situación concreta para explicar cómo podemos responder a dicha frase.

Una noche vamos juntos al cine. En la pantalla se proyecta una tórrida escena de cama y nosotros estamos tan pendientes de la trama, de los posibles giros de la historia y de los lugares donde deben de estar hurgando los dedos del protagonista, que hemos bajado la guardia. Estamos viendo algo de sexo bastante explícito y la última persona del mundo que se nos pasaría por la cabeza en ese momento es nuestra propia pareja. Hasta aquí todo normal. Pero entonces, de manera algo brusca, la pareja nos coge el brazo con fuerza y nos susurra dos palabras al oído: —Te quiero. ¿Qué debemos responderle? —Yo también. No hace falta que pensemos en ello. No necesitamos reflexionar sobre si realmente sentimos o no lo mismo que siente nuestra pareja. Cualquiera sabe qué sentirá ella. Y cualquiera sabe qué podríamos llegar a sentir nosotros si en algún momento de aburrimiento hubiéramos estado tentados de perder unos minutos analizando algo tan banal y volátil como eso que se conoce pomposamente como «sentimientos». Simplemente, no le damos vueltas a algo que no tiene ni pies ni cabeza. Por lo tanto, no pretendamos definir ahora esos supuestos sentimientos nuestros en una sola palabra, y menos en mitad de una película. Debemos responder: «Yo también» y concluir ahí mismo el diálogo. De hecho, siempre que alguien, sea o no conocido nuestro, nos diga: «Te quiero», nosotros le debemos responder utilizando el mismo formalismo. Se trata de una norma elemental de cortesía, como responder: «Buenos días» a alguien que nos dice: «Buenos días»

.FRANCESC ORTEU
 

 

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