Seguir con vida (nuevo formato)


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Escrito por
@EMILEO

09/05/2011#N36153

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Seguir con vida 

 
 

Todas los relatos de esta serie (Seguir con vida) son reales. Pueden parecer pura ficción, producto de la mente de un escriba inspirado, pero son sólo la transcripción escrita de hechos sucedidos tal cual se relatan. Seguro hay miles de anécdotas como ésta entre los miles de personas que enfrentaron a la dictadura militar que se instauró en Argentina en el 76, sea cual fuera su posición política, el partido al cual pertenecían, la organización de derechos humanos en la cual actuaban o aún la acción social que desarrollaron. Durante seis o siete años, convivimos con la muerte, con la posibilidad inmediata de desaparecer o ser torturados, aún cuando algunos ni tenían noción de ello.

 

Esto también intenta ser un homenaje a todos los que arriesgaron su vida para derrotar el gobierno militar más sangriento que conoció nuestro país y trasformó a éste en un campo de concentración gigante. Eran costumbre cotidiana los allanamientos, los retenes, los cacheos, las requisas y los arrestos en la vía pública por el más nimio de los motivos.  Y es, sobre todo, un homenaje a aquellos que no tuvieron la suerte que acompañó al que escribe estas líneas.

 

 

1 - Un simple trozo de papel

 

 

Mientras las gotas de sudor delataban el temor que quería ocultar y el corazón me latía apresuradamente, intentaba permanecer lo más calmo y sereno posible. Tenía los ojos clavados en ese pequeño trozo de papel que se había convertido en la llave para un posible futuro de torturas y dolor. Mi vida y la de otras cuatro personas dependían de un papelito de no más de dos por cinco centímetros. 

  - “¿Nombre y apellido?”, preguntó cortante y autoritario.-

  - “Jorge Luis Montero”, respondí, sin animarme a agregar nada.-

  -“¿Dónde vive?”, volvió a preguntar.-

  -“A seis cuadras de aquí, en Ramallo 2333”.-

  - “Que estaba haciendo…….

  Y mientras respondía lo mas tranquilo posible, mis ojos y mi pensamiento no se apartaban del diminuto papel destinado a ser tal vez, quién iba a marcar nuestro destino.-

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 - “¡De pie! ¡No toquen nada y salgan al pasillo! ¡Ningún movimiento raro!”. – Estos gritos fueron acompañados por unas manos que, tomando desde atrás nuestras cinturas, nos apremiaron violentamente a pararnos y cumplir las órdenes.

  Fue todo muy rápido, nos tomó por sorpresa. Estábamos en un bar de Avda. San Isidro y Vedia, a pocos metros de Puente Saavedra. El Negro Raúl, Pestaña, El Negro Pachi, Beba y yo, el Gringo. Eran las nueve de la noche de mediados de diciembre de 1976. Nos habíamos reunido a comer y brindar con motivo de fin de año. Todos éramos amigos del hermano de Pestaña, que había muerto pocos meses antes en un accidente de alpinismo.  La idea fue reunirnos y recordarlo.

  Entró un grupo de trabajadores vestidos con la humildad o sencillez normal en ese bar y esa zona, que se dirigió, charlando animadamente, hacia las mesas vacías del fondo. Al llegar a la altura de la mesa donde estábamos, con movimientos precisos y veloces se ubicaron detrás de nuestras sillas y gritaron sus órdenes. Otros dos quedaron parados en el pasillo.

 -“ ¡Cada uno de ustedes se queda con el agente que tienen a su lado! ¡Sólo le hablan a su agente! ¡Ni se les ocurra moverse o hablar entre ustedes!”.-

  La sorpresa nos congeló. La sorpresa y el temor. Porque en realidad, al hermano de Pestaña ni lo conocíamos. Todos éramos dirigentes de la Regional Norte de la Juventud, integrantes del Partido Socialista de los Trabajadores (en la clandestinidad desde el golpe de estado). Intentábamos rearmar la zona, destruida después del golpe. Esa era una reunión de urgencia para cerrar la campaña financiera, nos había fallado una casa en Munro y decidimos hacer una cita rápida de media hora en ese bar.

  Antes de entrar acordamos cual era el motivo (ficticio) por el cual nos reuníamos, precisamos y memorizamos cuál iba a ser nuestro “minuto”. Así llamábamos a la coartada o excusa que decíamos en un caso como este. Era la explicación de la causa de la reunión o del encuentro y nuestras relaciones (de donde nos conocíamos, como llegamos ahí, etc.). El nombre estaba relacionado con el primer minuto del interrogatorio. Si nuestra explicación era coherente, sólida, creíble y la decíamos tranquila y convincentemente, las preguntas después eran de rutina.

  Si fallaba ese primer minuto, no era difícil que un examen más o menos sensato, por una persona mínimamente lucida no hallara grietas y huecos que descubrieran su falsedad. Si eso pasaba, nuestro destino era engrosar la lista de desaparecidos del régimen, con la secuela de torturas y casi segura muerte posterior.

  Las requisas y los interrogatorios eran cosa de rutina. Todos habíamos pasado por uno. Pero pasarlos solos era una cosa. Verlos venir, ver que van a detener el colectivo y nos van a bajar a todos para revisar e interrogarnos, no eliminaba el temor ni los nervios pero daba tiempo a prepararse. Lo sorpresivo de la acción me quitó, a mí al menos, un tercio de mi lucidez y serenidad.

  El temor se acentuaba porque era muy difícil que cinco personas pudieran sostener esa actuación sin que ninguna falle, se ponga nerviosa, se quiebre, dude o se equivoque en una situación de tanta tensión. En mi caso, además, estaba cargado de culpa. Yo era el responsable de garantizar la casa que había fallado.

  Para peor, si bien no teníamos ninguna anotación ni elemento que nos delate (periódico del partido, libro sospechoso de política, etc.), el Negro Pachi había traído una lista de sus contactos en las fábricas de la zona. Con una característica propia del Negro, todos sus contactos eran mujeres. Y esa lista había quedado en el centro de la mesa bajo el salero. Era un papel escrito con letra súper minúscula, un papel muy pequeño que apenas sobresalía del salero. Era así para poder tragarlo en caso de urgencia. La rapidez del procedimiento nos impidió hacerlo.

  Yo estaba parado mirando la cara de cada uno de los que estaban respondiendo las preguntas de la policía. Vi temor, pero no vi a ninguno temblar o trastabillar. Mientras hacía esto por el rabillo de ojo, estaba contestando lo mas sereno y claro que podía las preguntas de mi interrogador.

  También estaba pendiente del que revisaba la mesa. Levantó uno por uno los platos, movió las bebidas y los vasos, hasta la panera. ¡¡¡Pero no tocó el salero!!! Para mí era casi un cartel luminoso el papelito de Pachi. Pero, por suerte, el tipo no le prestó atención o no lo vio. Si lo descubría era nuestro fin.

 -“ Vine caminando, vivo acá a pocas cuadras”. (Eso era verdad, la casa de  mis padres estaba a seis cuadras del lugar).-

 -“ Me llamó Silvia y vine”. “Hubiera ido a cualquier lugar ante un llamado de ella”, le dije con la mejor sonrisa que pude, dándole a entender cuál era la razón real por la que vine a este lugar. Y, repitiendo lo aprendido de memoria tal cual lo habíamos establecido, agregué “A los demás los conozco poco, nos vimos en reuniones en la casa de Silvia algunas veces”.-

 -“ ¿Son de la 35?”, pregunté. “Trabajé llevando la contabilidad en el Pro Hogar Policial hasta hace unos años. La mayor parte de los de la 35 me conocen”, intentando ofrecer un elemento de confiabilidad para que no vayan tan a fondo en la requisa ni el interrogatorio.-

 -“ Agarrá tus cosas de la mesa y traelas acá”, me dijo, sin contestar a mi intento de acercamiento.-

  Ya Beba y Raúl habían pasado por el mismo trámite y me di cuenta que al mandarle a buscar lo que tenían para luego revisarlo es como que ya cerraban el interrogatorio con ellos. Le bajaban la atención.

  En los cinco segundos que tardé en llegar a la mesa cambié veinte veces de opinión entre jugarme a sacar el papelito o dejarlo. Pero había muchos ojos. Cualquiera que notara un movimiento raro iba a ver qué había tomado y todo se venía abajo. Con la mayor calma que pude tome mi bolso y mi chaleco de la silla regresando donde el agente que me había interrogado. Los revisó por arriba y me dijo que me quede ahí quieto.

  Pero a Pachi no lo soltaban. El Negro, cuando estaba nervioso tartamudeaba. Se trababa en la dicción. Pero no entró en contradicciones, ni cometió ningún error. Continuaron interrogándolo dos minutos más, que a todos nos parecieron eternos.

  No más de quince minutos después de los primeros gritos nos dijeron que todo estaba bien, que estaban velando por la seguridad del país, librando una batalla contra la guerrilla apátrida (o algún otro discurso parecido que escuchamos sólo a medias) y que podíamos seguir comiendo tranquilos. Y se marcharon

  Nos sentamos, sin poder hablar. Estábamos todos pálidos y no éramos capaces de ingerir ni un bocado. Fue Raúl quien tomó el dichoso papelito de abajo del salero y le dijo a Pachi:

 -“ Negro, comete esto antes que te reviente la cabeza a patadas”.-

 

Comentarios

@SUSANAGRACIELAG

09/05/2011



Jorge, excelente homenaje!!!!