INSOPORTABLES EN EL RESTAURANTE (Según Planeta Joy)


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@JONES

23/12/2010#N34513

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: quién es quién a la hora de pagar la cuenta

Cuando llega la cuenta a la mesa de un restaurante salen a la luz las peores miserias de una persona: tacañería, ventajismo, glotonería, chantaje y hasta sexismo. Éstos son los personajes más insufribles cuando no queda otra que abrir la billetera y levantar el muerto.

 

 

No hay nada más gratificante y más simple que salir a comer afuera. Se pueden probar platos que no sabríamos preparar en casa, se pueden saborear otras culturas lejanas, y descubrir nuevos ingredientes, nuevas formas de cocción, o nuevas combinaciones que jamás hubiéramos pensado que funcionarían. Pero también es lindo —digámoslo a riesgo de parecer unos vagos—porque después de una semana brutal de trabajo, está bueno ser atendido y no tener que lavar los platos después de cenar.  

Lo único desagradable de salir, si es que hay algo, llega al final, con la cuenta. Comer afuera es más rico, más interesante y más cómodo que comer en casa, pero mucho más caro, por supuesto. Quizás por eso, la elegancia o el buen gusto de una persona tengan poco que ver con su conocimiento de la carta o su habilidad para pronunciar un menú de cuatro pasos en francés, y mucho más que ver con su generosidad y desapego para pagar lo que consumió tan distinguidamente. Los caballeros (¡y las damas!) no se ven a la hora de comer, sino al sacar la billetera.

1. EL MINUCIOSO
Uno de los comensales más tediosos es el minucioso, un obsesivo que agarra el ticket, se pone los anteojos, e interroga al camarero como si estuviese en una comisaría. Lee la factura renglón por renglón y le pregunta qué era cada cosa, aunque se dé cuenta solito de que SERV MES es el servicio de mesa y que los $10 son de las gaseosas de sus hijos pequeños. Si algo cuesta un peso más que lo que dice el menú, enseguida coteja y protesta, pidiendo que se lo corrijan, ofuscado porque según él, “lo están estafando”. Si efectivamente se equivocaron, además pide hablar con el encargado o escribir algo en el libro de quejas, sin afán de conseguir nada más que el placer de ajusticiar a los empleados, que lo único que quieren es que se vaya de una vez para cerrar e irse a dormir la mona. Ya en el auto, analiza los precios con el resto de los comensales, compara el menú con otros restaurantes y analiza si va a volver o no, de acuerdo a lo que pagó. Aunque diga lo contrario, casi siempre está disconforme con el precio, a no ser que haya comido realmente barato en alguna parrilla que se fundirá un mes después por tener precios tan bajos.

2. EL OKUPA
Otro pesado a la hora de pagar la cuenta es el okupa, un desubicado que come unos ravioles y una gaseosa y se queda seis horas en la mesa gritando por el celular y usando el baño del restaurante. Como si fuera poco, ni siquiera consume postre o café. Resiste durante horas, como si estuviera encadenado, garroneando vasitos de agua de cortesía y apagando los puchos en los platos con restos de comida fría, aunque esté prohibido fumar. Cada vez que levanta la mano, los mozos se ilusionan pensando que por fin va a pedir el ticket, pero sólo los molesta porque quiere un café gratis, una Cafiaspirina, o un cargador para el celular, que titila, comatoso, en un borde de la mesa. Los camareros más viejos muchas veces le llevan la cuenta directamente o le preguntan si necesita algo más hasta que ya no puede disimular más y pide que le cobren.

3. EL PAGADIOS
Sin duda, otro de los más odiados es el pagadios, que después de comer opíparamente, elogiar el menú, pedir más paneras, probar de todos los platos, y repetir el postre, desaparece antes de pedir la cuenta. Los más audaces incluso se levantan o hablan por el celular con cara de ocupados, hasta que sus amigos, hartos de esperarlo y avergonzados por la mirada expectante de la moza, sacan la tarjeta y pagan ellos el total. “Después arreglamos”, dice, aunque todos sepan que ese “después” no va a llegar nunca. Si lo presionan, es capaz de tirar un billete de cincuenta pesos sobre la mesa diciendo que no tiene más cambio, aunque su parte sea noventa y tres y todos sepan que tiene tarjetas de cinco bancos diferentes en la billetera.

4. EL CONTADOR
Otro pijotero infame —muy repudiado por sus amistades— es el contador, un sujeto que sale a comer con los amigos y exige pagar menos porque él no tomó vino o no probó la entrada que compartieron. Durante toda la cena hace cuentas mentalmente, mira quién pide cada cosa, suma y resta, y al final, cuando alguien propone dividir en partes iguales, aunque sean treinta y seis personas, él aclara que no bebió vino y que le corresponde poner siete pesos menos que a los demás. Si la discusión escala o las burlas son demasiado grandes, es capaz de recitar de memoria cuántas porciones de pizza ingirió cada uno, señalando, colérico, al que comió fainá y al que dijo que no quería flan pero después sacó una cucharada del suyo. Es, además, el que cuenta las empanadas cuando pide delivery con amigos (“¿Las de choclo son las tuyas? Yo tengo una de verdura y una de carne, ¿Cuánto tengo que poner?)” y el que jamás pone un chorizo de más en la parrilla (“Hay uno para vos” “¿Querés el tuyo?”). Casi siempre se sale con la suya, aunque después tenga que aguantar un aluvión de chistes en la oficina por no pagar.

5. EL FALSO GENEROSO
En el costado opuesto del ring, está el falso generoso: un vivo que pide entrada, el plato más caro del menú, una botella de vino para él solo, champagne importado, y postre como si fuera la última cena. Además, propone llamar al mozo como si él fuese a invitar: “Pidamos otro champucito que está riquísimo” “¿No querés comerte un postrecito? A ver, trame uno de cada uno y picamos todos”. Pero de tomarse todo el alcohol él solo, y devorar los postres que nadie quería pedir, pretende dividir todo por partes iguales con los demás, que comieron pizza, Coca y un cortadito. En general, a todo el mundo le da vergüenza su actitud y termina pagando equitativamente aunque por dentro estalle de bronca. El falso generoso lo sabe y ni siquiera le importa. “Dividamos y listo, che, no nos vamos a pelear por dos pesos”.

6. EL RENACUAJO DE PERIODISTA
Otro comensal pesadillesco es el renacuajo de periodista, que cree que porque tiene un usuario calificado en Guía Oleo hace varios años ya es un crítico gastronómico de amplia trayectoria en el país. Aunque ustedes no me crean yo lo he visto, no una, sino varias veces y es más triste que la gente que pide limosna en la puerta de las iglesias. En general, su perverso modus operandi funciona así: va a comer con una sonrisa, pero en secreto espera que el restaurante cometa un error (no tenga algún ingrediente, traiga un plato crudo, o tarde con el café) para llamar a la moza y decirle que espera una atención o un descuento en compensación por el incidente. La moza, que no está autorizada para regalar vinos ni postres, le dice que va a consultar con el encargado, justo antes de que él, sonriente y diabólico, le desliza que no quiere tener que dejar un comentario negativo en internet para que se lo transmita y consiga algo. ¿Lo peor? La mayoría de los restaurantes le regalan un café para que se quede tranquilo, y rezan para que no vuelva más.

7. EL CUPONERO
Un poco menos desagradable pero igual de molesto es el que tiene algún cupón de descuento o alguna promoción y quiere comer como si fuera el invitado de honor de la Casa Real de Windsor. Llega hambriento, con un cupón veraniego de algún diario que dice 2x1 en pastas y se pelea con la moza porque lo quiere usar para pedir una pizza o alguna otra cosa. Termina discutiendo con el encargado, que le repite cuarenta veces que no se puede cambiar el menú, sin terminar de entender nunca que puede pedir lo que quiera al precio normal que pagan todos los demás. Otros del mismo tipo son los que no avisan que tienen el cupón hasta que les traen la factura, los que encima de pagar con 70% de descuento se quejan del menú, y los que quieren combinar 19 promociones de Groupon, la tarjeta de crédito, el Club La Nación y la Guía Oleo para terminar pagando quince pesos por una cena para seis y llevarse las sobras para el perro.

8. LA SUSANITA CHIRUZZI
Pero la peor, al menos para mí, es la Susanita Chiruzzi, que en su arcaico afán de sentirse una princesa, siente que cualquier hombre que esté sentado a la mesa tiene la obligación moral de pagarle la cuenta sólo porque tiene tetas. Aunque ya pasó los treinta, tiene una carrera, y podría pagar cualquier cuenta sin tener que recurrir a esta artimaña, Susanita insiste con esa actitud, que aprendió de una madre ama de casa que siempre le dijo que no se acostara en la primera cita y que jamás pagara una cena. Su actitud de nenita mimada o de mujercita indefensa, lejos de hacerla más deseable, espanta a los mejores candidatos que ya tienen el cerebro en el año 2010. ¿Lo más grave? Ni siquiera disimula. Cuando llega la cuenta no hace ni un falso ademán de sacar la billetera, ni sugiere pagar a medias, ni dejar la propina ella misma, aunque el otro haya pagado trescientos pesos por la comida.  “Yo no le voy a pagar la cena a ningún hombre”, le dice a una amiga, tratando de pasar por feminista cuando en realidad es una pobre amarreta que garronea comida mediante falsas promesas de sexo que nunca llegan.

por Carolina Aguirre / ilustración: María Laura Morales

 

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