De repente me sentí viejo y… me gustó autor: Ricardo Donaire


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@ASERET

22/11/2010#N34096

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De repente me sentí viejo y… me gustó

de Ricardo Donaire, el Lunes, 22 de noviembre de 2010 a las 15:21
 
Algo que escribí hace algunas semanas, en caliente aún, para no olvidarme de una sensación que se me coló en la cabeza y que decidí poner en letra con la esperanza de que la fría reflexión no me obligara a retractarme posteriormente. Aquí va...
 
Todos los hechos que se sucedieron desde el 27 de octubre, desde la muerte de NK, me produjeron una conmoción en la cabeza. Qué me pasaba? No lo terminaba de entender bien. No sentía que hubiera perdido un referente propio. No me sentía triste por eso. Sí, era muy difícil mantenerse ajeno a la tristeza generalizada de los compañeros que simpatizaban o directamente apoyaban este proyecto, o más bien, lo que de popular tiene este proyecto, y que efectivamente habían perdido ese referente. Es como si se muere el padre de un amigo, aunque no lo hubieras ni conocido, es difícil no conmoverse con esa muerte tan solo por la solidaridad que sentís con tu amigo. Pero no era sólo eso. Había algo más. Bastantes cosas más que me quedaron dando vuelta en la cabeza. Aparecía un fenómeno nuevo, al menos para mí, que no había visto anteriormente en mi vida política. En principio, muchos compañeros tristes por la muerte de un dirigente político. Eso ya me sonaba suficientemente raro. Pero además, eso era parte de una masa más grande del pueblo que vivía y sentía lo mismo. Qué estaba pasando?
Empecé a buscar respuestas, explicaciones. Necesitaba pensar, reflexionar, debatir lo que estaba pasando. A muchos compañeros y amigos cercanos les pasaba algo similar. Se sentían conmovidos, y trataban de poner en palabras lo que sentían.
Todas esas explicaciones aportaron, pero hubo un tipo de explicación que aportó y mucho, porque fue una explicación que me sublevó. Era algo que creo se podría sintetizar así: nuestra generación, la de los noventas, la escéptica, la individualista, había perdido una situación por la que no había luchado, ni siquiera había imaginado, pero que sin quererlo ni buscarlo, “nos había devuelto la política”. Y ahora, parecía que sólo quedaba llorar por esta excepcionalidad perdida. Y hacia delante, “encolumnarse tras este proyecto, no cuestionar nada, no vaya a ser que se le haga el juego a la derecha”.
Decía que este tipo de explicación, que en más o en menos, circula en mi generación y la que nos antecede, me había sublevado. En principio, lo que me surgió espontáneamente como reacción fue una reivindicación de mi propia generación: después de todo, fue la que vivió la marcha federal, el paro y medio, los cortes de ruta, por sólo mencionar algunos hitos, entre tantas otras luchas… y obviamente el 19 y el 20. Todos esas luchas que, nos gustara o no, se aglutinaban en torno de la bandera “contra el modelo neoliberal” y “por otro modelo económico”. Todas esas luchas sin las cuales, resulta muy difícil explicarse lo que vino después.
Creo que lo que me sublevaba era leer un no hacerse cargo de esas luchas de ayer y su incidencia en las de hoy. Hacerse cargo de que la política siempre había estado, no se había ido a ningún lado. Y que muy distinto es que buena parte de mi generación haya querido mirar para otro lado.
Pero, sin embargo, en una segunda lectura, me di cuenta que tal vez lo que me sublevaba de esa explicación, era que encerraba algo de verdad. Porque era verdad que hubo lucha y que hubo mucha. Pero también era verdad que esas luchas se dieron en un contexto de aislamiento, de derrota, luchar estaba mal visto, tener ideales también. “Setentista” era un calificativo despectivo, para los tontos que no se habían dado cuenta que el mundo había cambiado, que se había caído el muro, que se habían muerto las ideologías.
Quienes entramos a la vida política en los noventas, lo hicimos en ese contexto. Y eso nos “formateó” la cabeza, nos imprimió una manera de pensar la política, tanto a aquellos que hacíamos una opción política, que cargamos con la mochila del aislamiento y la derrota, como para los que no, los “escépticos”.
Y ahí es donde aparecen los pibes. Aparecen porque irrumpen en mi reflexión, pero también parece que irrumpen en la vida política. Todo el mundo habla de los pibes que estuvieron en la plaza el 27 y el 28 de octubre. Sin embargo, a decir verdad, no es la primera vez que aparecen los pibes. Cada tanto se comenta la cantidad de pibes que aparecen como distintas oleadas. Siempre aparecen los pibes. De hecho, nosotros fuimos esos pibes alguna vez, y fuimos el comentario cuando se cumplieron los veinte años del golpe y “aparecimos” en esa plaza multitudinaria que se llenó “imprevistamente”, ¿se acuerdan?. ¿Por qué llama entonces la atención nuevamente ahora? ¿por qué me llaman particularmente a mí la atención? Creo que lo que me sorprende es que estos pibes son otros, no son los mismos, son distintos, no son los pibes que eramos nosotros. En fin, son otra generación.
Pibes que nacieron durante los noventas, tal vez un poco antes. Pibes que vivieron su adolescencia después del 2001. Pibes que entraron en la política, no cuando un presidente indultaba a las juntas militares, sino cuando un presidente expropiaba los centros clandestinos para transformarlos en centros de la memoria. ¿Cómo “pega” esto en la cabeza de un pibe? Me di cuenta que jamás me lo había preguntado. Y ahí aparece lo más importante: son pibes que no vivieron el aislamiento y la derrota! Y que no tienen en la cabeza, ni las huellas ni las taras que eso genera.
No quiero idealizarlos, seguramente no son impolutos. Seguramente tendrán otras trabas, quién sabe, tal vez una excesiva confianza en el sistema parlamentario? tal vez una ingenua esperanza en la posibilidades de conciliación entre capital y trabajo? No sé. Lo que sé es que seguramente, tendrán sus taras y sus virtudes. Pero, que serán otras que las nuestras.
Este exacerbado optimismo que me genera no implica que crea que todo esté saneado y resuelto de aquí para adelante, o que hayamos iniciado un camino sin escalas hacia la victoria. No, no creo eso. Los procesos históricos no son lineales, son tercamente contradictorios. Siempre implican la lucha para que la balanza logre inclinarse para algún lado.
Pero tal vez sea precisamente porque la lucha siempre está presente, que me subleva mi generación. Porque si, como mínimo, existen hoy las condiciones para que entre en crisis la forma en que nosotros aprendimos desde la derrota a pensar la política, ¿qué lugar vamos a ocupar en eso?
¿Vamos a llorar una situación en la que no terminamos de entender bien qué hicimos para generar y transmitirles a los pibes que “no le hagan el juego a la derecha” y que “hay que elegir el mal menor”?. Pucha, si estamos ante una generación que puede empezar a cuestionar sin esas taras en la cabeza, ¿nosotros se las vamos a transmitir? ¿Es ese nuestro lugar en la historia? Estos pibes seguramente van a buscar referentes, así como en su momento los buscamos nosotros, y nos encontramos con una generación desaparecida y derrotada… ¿nos vamos a poner los pantalones? ¿vamos a constituirnos en ese referente que a nosotros se nos dificultó encontrar o vamos a seguir flagelándonos y mirando el futuro con la nuca?
Tal vez exagero las posibilidades que se plantean hoy. Tal vez me ilusiono con lo que creo, o quiero creer, que un pibe de hoy tiene en la cabeza. Pero lo cierto, es que no lo sé. No sé que tiene un pibe hoy en su marote. Y es precisamente eso lo que me pone optimista. Que tal vez tenga la cabeza muy distinta a la mía, a la de mi generación. Y que tal vez las formas en que nosotros aprendimos a pensar y a movernos políticamente estén caducas. Y en ese sentido es que me sentí viejo… y la verdad que me gustó.

 

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