EL ARQUERO QUE MURIO DOS VECES-


Registrate en Encontrarse y empezá a conocer gente ya

Publicado por
@JONES

11/03/2010#N30860

0 Actividad semanal
1130 Visitas totales


Registrate en Encontrarse y empezá a conocer gente ya

 



Moacir Barbosa fue el arquero en la tristeza más grande de la historia del fútbol brasileño: el Maracanazo. Pasó ese día de superhéroe a villano perpetuo. A su entierro, hace diez años, no fue casi nadie.

 






11/03/2010 - 13:43 / Waldemar Iglesias - wiglesias@clarin.com








$(document).ready(function() {

//$("a[rel^='prettyPhoto']").prettyPhoto({theme:'facebook'});


$("#nav-sociedad_multimedia").tabs_cases();

$("#nav-sociedad_multimedia ul.nav-sociedad_multimedia").find('li:first').addClass('active');




});




Fue un segundo que le partió la vida en dos. Voló, como en tantas otras ocasiones similares: elástico, seguro, convencido. El remate de Alcides Ghiggia traía la pelota que lo debía consagrar para siempre como lo que era: un arquerazo. Pero esta vez, la decisiva, la más importante, la del destino, Moacir Barbosa Nascimento no llegó. En ese instante que todavía parece durar, aquel 16 de julio de 1950, el Maracaná era un monstruo de más de 200.000 cabezas, un hervidero de gente sólo preparada para la felicidad. Pero Uruguay, el ocasional invitado al festejo de Brasil, terminó siendo el dueño de la alegría propia y del silencio ajeno.





Se vivió como una tragedia deportiva en Brasil y luego se le puso nombre en el mundo: Maracanazo. También se eligió un responsable desde entonces y para siempre: Barbosa. "Llegué a tocarla y creí que la había desviado al tiro de esquina, pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar hacia atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro del arco, un frío paralizante recorrió todo mi cuerpo y sentí de inmediato la mirada de todo el estadio sobre mí", contó entre sollozos el arquero, ya con la certeza de que Brasil se había quedado a la sombra del capítulo más épico del fútbol mundial. Las consecuencias las retrató también el escritor uruguayo Eduardo Galeano: "Los moribundos demoraron su muerte y los bebés apresuraron su nacimiento. Río de Janeiro, 16 de julio de 1950, estadio de Maracaná: la noche anterior, nadie podía dormir; y la mañana siguiente, nadie quería despertar".





Obdulio Varela, partícipe imprescindible y símbolo de la hazaña de La Celeste, peón de albañil, laburante del fútbol y militante de los rezagados, abrazó a los vencidos y bebió la derrota junto a ellos por los mostradores de Río de Janeiro. Palabras más, palabras menos, contó más tarde sobre el gol de Ghiggia: "La culpa no fue de Barbosa. A esa pelota la hizo entrar el destino". Que el Negro Jefe lo eximiera no le alcanzó tampoco a Barbosa.





Hasta ese momento, Barbosa se había ganado un pedazo de la historia. Nacido en Campinas, San Pablo, en marzo de 1921, empezó a jugar al fútbol en Almirante Tamandaré, un modesto club de su ciudad. Lo ponían de wing para aprovechar su velocidad. Al arco llegó mucho por casualidad y un poco por pereza: no le gustaba correr demasiado durante los partidos. Para comer, lavaba vidrios; también atajaba para sus empleadores en el Laboratorio Paulista de Biología, a modo de changa. El siguiente paso fue decisivo: le ofrecieron jugar para Ypiranga, un equipo pequeño de la Liga de San Pablo de entonces.





Sorprendía por su destreza. Y por eso lo contrató Vasco da Gama: se mudó a Río de Janeiro y pronto se hizo crack. Fueron los mejores años del club carioca: con su emblemático equipo conocido como El Expreso de la Victoria (Expresso da Vitória, en portugués) ganó cinco Estaduales en ocho años (entre 1945 y 1952) y el Campeonato Sudamericano de Campeones de 1948 (una suerte de antecedente de la Copa Libertadores). Luego Barbosa jugó también en Bonsucceso, Santa Cruz y Campo Grande.





Su llegada al seleccionado verdeamarelo fue un paso natural e inevitable. Un año antes del Maracanazo, había ganado la Copa América. Pero el día de la maldición llegó y transformó un paraíso en infierno. Lo contó el periodista Ariel Scher, en su espacio De Rastrón: "Barbosa, que merecía los derechos de un individuo corriente, se volvió esclavo de esa circunstancia durante el medio siglo completo que transcurrió desde el instante en el que aquella pelota tocó la red hasta la hora en la que él respiró el último de sus aires. Se lo señalaron en las veredas modestas de Río de Janeiro en las que parecía haberse quedado sin sitio, en los ómnibus en los que viajaba con las miradas de los otros astillándole la piel y en las tribunas desagradecidas que antes le habían aplaudido hasta los tiros que tapaba con las uñas".





Fue declarado culpable sin razón y sin juicio. Y condenado a cadena perpetua por todas las tristezas que el gol de Ghiggia había generado. Con él fueron injustos y hasta miserables. En 1993, en plena disputa de las Eliminatorias para el Mundial de los Estados Unidos, Barbosa quiso pasar por la concentración brasileña a saludar a los futbolistas. Fue hasta la puerta. No lo dejaron entrar. "Que no pase y que no vuelva", fue la orden de las autoridades. Ya entonces, Barbosa vivía de prestado en la casa de una cuñada y se alimentaba gracias a una jubilación de hambre. Lo dijo y lo escribió el periodista Armando Nogueira: "Fue la persona más maltratada de la historia del fútbol brasileño. Era un arquero magistral. Hacía milagros, desviando con mano cambiada pelotas envenenadas. El gol de Ghiggia, en la final de la Copa de 1950, le cayó como una maldición. Cuanto más pasa el tiempo, más lo absuelvo. Aquel partido Brasil lo perdió en la víspera".





En una noche de viernes de abril de hace 10 años, murió Barbosa. Solo, olvidado, despreciado. En Praia Grande, donde entonces vivía y donde lo enterraron luego, no había más de cincuenta personas para despedirlo. Lo evocó un viejo rival, Idario Peinado, estrella del Corinthians en los años 50. Y sobre su ataúd habitaba una bandera del Club Atlético Ypiranga, que entonces ya no jugaba más al fútbol profesional. No había dirigentes, ni famosos, ni autoridades nacionales. Barbosa era un olvido. Lo retrató el escritor mexicano Juan Villoro, autor de Dios es Redondo: "El primer arquero negro de la historia de la selección brasileña murió pobre, humillado y condenado. La prensa casi no registró su muerte. Barbosa no se habría sorprendido. La segunda muerte de Barbosa será la definitiva".




 

Comentarios

@QUIQUERAF

12/03/2010

"Cuando anotaron el 2 a 1..., aquel silencio pesó..., Ghiggia avanzó, yo avisaba el centro al área donde estaban tres verdugos babeando, a la espera del balón..., Bigode perseguía a Ghiggia, Juvenal intentaba cubrirle, yendo al encuentro de Ghiggia, pero en el centro del área sólo están ellos, ningún defensa nuestro, si centra no hay manera, es gol seguro, me quedo esperando el centro de Ghiggia, doy un paso adelante, porque seguramente hará la misma jugada que en el primer gol, él siente que estoy fuera aunque corriera cabizbajo como un toro miura, chuta con el empeine del pie en la pelota, yo la toco y creo haberla mandada a córner, pero fue como un chut vacilón, la pelota bota en la hierba, sube y baja, entonces hice un paso lateral y un salto a mi izquierda con todo el impulso posible... cuando sentí el estadio en silencio total me armé de coraje, miré para atrás y vi la bola de cuero marrón allí dentro...".

No es la trama de una pelicula de suspenso, el la narración de Barbosa, arquero de la selección brasileña de 1950, que perdió contra Uruguay el Mundial, en Río.
 
 
 
VINI, soy tan viejo que lo vi atajar a Yashin en la cancha de River. No me acuerdo el año.-
 
@JONES

12/03/2010



Que lindos aportes che.... besos  
@QUIQUERAF

12/03/2010



 
@SERGGIO

12/03/2010



Esto escribió Galeano sobre Obdulio Varela , el artífice del triunfo uruguayo , el ganador?. Obdulio nunca se perdonó haber arruinado la fiesta de millones de brasileros. A veces el triunfo y la derrota tienen la misma triste cara.

Obdulio

Yo era chiquilín y futbolero, y como todos los uruguayos estaba prendido a la radio, escuchando la final de la Copa del Mundo. Cuando la voz de Carlos Solé me transmitió la triste noticia del gol brasileño, se me cayó el alma al piso. Entonces recurrí al más poderoso de mis amigos. Prometí a Dios una cantidad de sacrificios a cambió de que Él se apareciera en Maracaná y diera vuelta el partido.
Nunca conseguí recordar las muchas cosas que había prometido, y por eso nunca pude cumplirlas. Además, la victoria de Uruguay ante la mayor multitud jamás reunida en un partido de fútbol había sido sin duda un milagro, pero el milagro había sido más bien obra de un mortal de carne y hueso llamado Obdulio Varela. Obdulio había enfriado el partido, cuando se nos venía encima la avalancha, y después se había echado el cuadro entero al hombro y a puro coraje había empujado contra viento y marea.
Al fin de aquella jornada, los periodistas acosaron al héroe. Y él no se golpeó el pecho proclamando que somos los mejores y no hay quien pueda con la garra charrúa:
—Fue casualidad —murmuró Obdulio, meneando la cabeza. Y cuando quisieron fotografiarlo, se puso de espaldas.
Pasó esa noche bebiendo cerveza, de bar en bar, abrazado a los vencidos, en los mostradores de Río de Janeiro. Los brasileños lloraban. Nadie lo reconoció. Al día siguiente, huyó del gentío que lo esperaba en el aeropuerto de Montevideo, donde su nombre brillaba en un enorme letrero luminoso. En medio de la euforia, se escabulló disfrazado de Humphrey Bogart, con un sombrero metido hasta la nariz y un impermeable de solapas levantadas.
En recompensa por la hazaña, los dirigentes del fútbol uruguayo se otorgaron a sí mismos medallas de oro. A los jugadores les dieron medallas de plata y algún dinero. El premio que recibió Obdulio le alcanzó para comprar un Ford del año 31, que fue robado a la semana.


   
@QUIQUERAF

12/03/2010





no se si te gustan los relatos o lo que sucedió en ese mundial. Te cuento algunos detalles.

Era este el primer mundial luego de un lapso como consecuencias de la segunda guerra mundial. Brasil contruyó el MARACANÁ en donde, en la final, entraron 172.000 espectadores. La India, dejó su participación debido a que  la FIFA no le permitió que sus jugadores, salgan a la cancha y jueguen, SIN BOTINES, es decir DESCALZOS. El seleccionado Italiano vino totalmente disminuido ya que el equipo del Torino completo falleció en un accidente aéreo.En este Mundial se hace homenaje a Jules Rimet poniendo su nombre a la Copa Mundial de la FIFA.

ah ARGENTINA no participó de este mundial porque todos los jugadores emigraron a Colombia y no había para formar un seleccionado.

Pero lo más exacto de lo que ocurrió en el partido final, lo cuenta un profesor de educación física uruguayo, que de niño "jugaba" con la figura del mundial, Obdulio Varela.Jorge de Hegedus dice:

 




Comenzó el segundo tiempo, y ante un descuido de la defensa uruguaya, apenas a los 2 minutos de iniciado el juego el equipo brasileño convierte un gol. Si la entrada de estos al estadio había sido apoteósica, en esta ocasión el grito eufórico de los asistentes al encuentro se escuchó prácticamente a varios kilómetros del estadio. Todo Brasil estaba radiante, eufórico, ¡ya podían comenzar a festejar!

    Pero a continuación ocurrió un hecho insólito, sumamente llamativo y que tomó a todos por sorpresa. Fue una situación que verdaderamente hizo historia, que de cierta forma "paralizó" tanto a brasileños como uruguayos y que causo una especie del "quiebre" en el desarrollo del encuentro, que revirtió todo lo realizado hasta ese momento por ambos contrincantes. Fue una situación que nadie hubiera imaginado. ¿Qué fue entonces lo que sucedió? No bien el jugador Albino Cardoso Friaça (1924 - ) convirtió su tanto, Obdulio Varela tomó rápidamente la pelota, y sin desprenderse de ella se dirigió al juez, Mr. George Harris (de Inglaterra) para quejarse dado que para él, ese gol debía de anularse, había sido hecho en situación de "fuera de juego", es decir, "off side". Obviamente el "negro jefe" hizo su reclamo en el idioma español, pero como el árbitro de las Islas Británicas no hablaba dicho idioma, hubo que llamar a un intérprete; este tardó en llegar, con lo cual el tiempo estaba pasando y por dicho motivo el reinicio del juego se demoraba . Según se relata en el libro del periodista deportivo uruguayo Juan Pippo titulado "Obdulio Varela: desde el alma", "¿La verdad? Yo había visto al juez de línea levantando la bandera. Claro, el hombre la bajó enseguida, no fuera que lo mataran… me insultaba el estadio entero ? obviamente por la demora del juego ? pero no tuve temor... ¡Si me banqué aquellas luchas en canchas sin alambrado, de matar o morir, me iba a asustar allí, que tenía todas las garantías! Sabía lo que estaba haciendo", agregó. "(...) "Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego, si no lo aquietábamos, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del juego, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido".

    El parlamento entre el capitán de los uruguayos y el árbitro del partido se prolongó durante varios minutos; ello causó lo que Obdulio Varela esperaba, el objetivo tan deseado, dado que él sabía muy bien lo que ello significaría: enfriar a los brasileños, tanto jugadores como también al público. Luego de ello les dijo a sus compañeros con un espíritu muy, pero muy positivo, "bueno, se acabó, ahora vamos a ganarles a estos 'japoneses'", término que utilizaba con frecuencia para referirse a cualquier extranjero. De esta forma el "negro jefe" le entregó el balón a Mr. Harris para reiniciar el juego. El escritor Osvaldo Soriano comentó sobre la perspicacia de obdulio Varela: "No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido ? y el rival ? fueran otros. Hubo un intérprete, una estirada charla, algo tediosa, entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba uno a cero, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo".

   

@SERGGIO

10/04/2010



Hablando de futbol ,mundiales y con Sudáfrica tan cerca... va esta nota publicada en el diario El País de España. Saludos. Sergio

Messi y Maradona en el diván

 





JOHN CARLIN 04/04/2010
 


 
 


- "A ver si es verdad que va a ser mejor que yo". Un no del todo feliz Diego Maradona, a un compañero, tras un gol de Messi contra Francia en febrero de 2009.
 
 
 
    Diego Armando Maradona Franco

    Maradona

    A FONDO

    Nacimiento:
    30-10-1960
    Lugar:
    Villa Florito
     
     
    Lionel Andrés Messi Cuccitini

    Messi

    A FONDO

    Nacimiento:
    24/06/1987
    Lugar:
    (Argentina)
     
     
 

 

 

Que se fije en Pep, que mima a Messi y le recuerda que el resultado es del equipo



Opinando sobre la brillantez sin adjetivos de Leo Messi el otro día, un bloguero inglés ofreció la siguiente reflexión: que la única fuerza en el universo capaz de parar al argentino era su compatriota, y seleccionador, Diego Maradona.

Sobre el campo nadie está a la altura porque el secreto consiste no en pararlo con los pies, sino con la cabeza. Hay que penetrar el cerebro de Messi e influir en su estado de ánimo con el propósito de diluir su altísima dosis del elixir de la vida, la confianza. El objetivo es inhibirle, hacerle dudar de sí mismo en aquellos momentos decisivos que en un partido marcan la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre el regate certero y la pérdida del balón, entre el gol y el acierto del portero. Estamos hablando de microsegundos en los que, con la mente despejada, Leo es Leo y lo imposible se vuelve realidad. Con la mente contaminada, en cambio, incluso lo posible se le complica.

Y éste es precisamente el impacto que Maradona tiene sobre Messi. Maravillosamente perverso, se podría decir, ya que el éxito del dios argentino como seleccionador en el Mundial de Suráfrica dependerá de la capacidad de Messi de jugar a su más alto nivel. Un Messi liberado y feliz es capaz de llevar a Argentina a la conquista de la Copa del Mundo, como hizo Maradona el jugador en 1986. Pero, como los argentinos no dejan de lamentarse, cuando Messi cambia la camiseta blaugrana del Barcelona por la albiceleste de su selección se convierte en un ser triste, flojo, enjaulado.

El problema no es el color de la camiseta; la kriptonita del supermán es Maradona. ¿Será consciente Maradona del impacto destructivo que está teniendo sobre Messi, y sobre sí mismo como seleccionador? Con toda seguridad, no. Maradona es muchas cosas pero nadie jamás le ha acusado de ser un Sócrates de la reflexión. Entonces, no nos queda más remedio que recurrir al resorte favorito de la clase media argentina, el psicoanálisis.

El mensaje que el inconsciente le transmite a Diego va a algo así: soy Dios en mi tierra porque gané el Mundial de 1986 y me convertí para mis compatriotas -y para buena parte de la humanidad- en el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Mi condición de Dios depende de que mantenga ese estatus, de que no me quiten del pedestal, o de que no aparezca otro -un hijo mío, o sea de Dios- digno de compartir el panteón conmigo, o incluso de destronarme. Si dejo de ser considerado como el mejor, como el argentino más admirado de la historia, dejo de ser yo. Porque yo no soy yo, sino una noción fabricada en la mente de los argentinos que yo también me he creído. Con lo cual, si dejo de ser el único y verdadero Dios, pierdo mi identidad. Ya no sabré quién soy. Porque no hay nada más.

El destino de Argentina en el Mundial dependerá de si Maradona es capaz de imponer la razón a las poderosas fuerzas que emanan de su inconsciente, tarea que es muy difícil, aún para gente normal. La razón, en este caso, consiste en hacer lo humano y lo divino para que Messi se sienta tan bien jugando para su selección como cuando juega para el Barcelona; en dejar de hacer lo que Maradona ha estado haciendo, que es minar su confianza transmitiéndole mensajes ambiguos, declarando un día que es un chupón, otro que todo depende de él. Que se fije en Pep Guardiola, el entrenador del Barça, que mima a Messi en privado, seguro, y en público no deja a) de elogiarle; b) de recordar que el peso de los resultados recae en todo el equipo, no sólo en él.

La pregunta, entonces, es, ¿cuántas ganas tiene Maradona realmente de ganar un Mundial como seleccionador? El desafío consiste en anteponer los intereses de la patria al ego que la patria tanto ha hinchado. Muy difícil, repetimos. Pero con el Diego, que ha frenado (se supone) su pasión por la cocaína e incluso ha vuelto del lecho de la muerte, nunca se sabe. Maradona tiene que obrar otro milagro: se tiene que vencer a sí mismo para que Messi sea invencible, en todos los colores.
 
@SERGGIO

28/04/2010



 

 
Los fantasmas del Maracaná

Puede usted creerme o no. Pero los estadios están llenos de fantasmas, me consta. Detrás de sus muros y entre sus túneles, se esconden leyendas de futbolistas y aficionados. Que en aquellos rincones encontraron muerte o alegría. Al morir y con el alma en pena; algunos regresan al lugar en vida donde fueron más felices. Pero los otros, están condenados a vivir ahí para siempre; justo en el rincón de su desgracia.
La historia que vamos a relatar es auténtica, poco tiene de ficción y mucho de nostalgia. Porque finalmente los espíritus son eso, melancolía ambulatoria. Algo había escuchado, pero no tenía certeza del hecho, ni tampoco quería averiguarlo. Resultaba escalofriante incluso imaginarlo.
Hace año y medio durante alguna larga espera de aeropuerto, me animé a preguntarle a un periodista brasileño si "La Leyenda de Barbosa" era cierta o solo mera superstición. Con los ojos desorbitados y el semblante desencajado, el periodista asumió absoluto anonimato y me hizo prometerle que jamás revelaría su nombre por razones de seguridad.
La Confederación Brasileña de Fútbol prohibió en forma rotunda, difundir, investigar o relatar, cualquier cosa que tuviera que ver con el fantasma que habita en el Maracaná. Incluso existió el inexplicable rumor, de un grupo de reporteros que entraron al túnel de jardinería del monstruoso estadio y jamás salieron.
Durante casi 3 horas de relato el periodista me confesaba nervioso, que directivos de la Confederación Brasileña escondían entre su archivo muerto, el video confiscado de un aficionado que logró captar la figura del fantasma de Maracaná, cuando jaloneaba la camiseta de un delantero uruguayo que enfilaba solo rumbo al marco de Brasil durante un partido eliminatorio del Mundial. Enzo Francescoli también uruguayo, declaró una tarde al salir de los vestuarios del estadio, que pasaban cosas muy raras en Maracaná cada vez que los charrúas visitaban el santuario: en el medio campo corre un viento frío y las luces del vestuario se apagan solas. Los jugadores de la celeste caen al suelo sin que nadie los toque. El balón desvía su trayectoria increíblemente en los tiros libres y en la banca se oyen gritos. Los uruguayos juran que el Maracaná está encantado. La última vez que Uruguay venció a Brasil en aquel lugar, fue hace más de cincuenta años, el día del "Maracanazo", la tragedia más grande en la historia del fútbol brasileño.

Sucedió una tarde de julio en 1950. Brasil virtual campeón de su propio campeonato, salió al campo con la Copa Jules Rimet bajo el brazo. Tan solo un empate frente a Uruguay, bastaba al antiguo "Scratch du’oro" para ganar su primer título mundial. El estadio más grande del mundo se apoderó de las almas y gargantas de casi doscientas mil personas en sus tribunas para ver la final de la Copa del Mundo del ‘50. El gigante brasileño rugía tan fuerte, que su voz podía escucharse hasta Montevideo. La Selección Uruguaya de fútbol arrinconada en su vestidor, debatía minutos antes del partido la decisión de salir al campo a jugar la final o entregar el partido a Brasil por default.

Pero Obdulio Varela, capitán y antiguo cacique de garra junto con los delanteros Gighia, Schiaffino y el portero Roque Máspoli sacaron a sus compañeros de la oscuridad y la humedad del túnel poniente encaminándolos al campo santo brasileño. El partido arrancó con Brasil cantando y bailando sobre el área rival. Milagrosamente antes de la primera hora de juego, apenas Friaca había marcado el uno a cero. Pero la verdad es que debieron ser por lo menos cuatro. Aquel estadio era la bestia más grande que el mundo del fútbol haya conocido jamás, imposible salir vivo de ahí. La humedad nublaba la vista, el ruido no dejaba escuchar nada, sus ojos perseguían la pelota por todo el campo y su medio millón de manos acariciaban un título que jamás les perteneció.
Con Brasil metido en la portería brasileña, Obdulio el negro jefe destruyo una pelota que cayó en los pies veloces de Schiaffino y ante el monstruo de doscientas mil cabezas empató el partido al minuto ‘66. A partir de ese momento el terror se apoderó de Río. La gente enmudeció, Maracaná empezaba a convertirse en el velorio más grande del mundo. La tragedia se consumó a once minutos del final con la Jules Rimet vestida de verde y amarillo. Schiaffino escapó por el centro y soltó la pelota para Alcides Gighia que iba empeñando almas por la banda derecha. Gighia entró al área y miró fijamente a los ojos de Barbosa. El portero brasileño que vestía un sueter de estambre negro, levantó las manos intimidando al extremo uruguayo y achicó el ángulo a primer palo. En ese momento Gighia, que era el hombre más solitario del campo debía decidirse entre centrar la pelota o definir con fuerza entre el poste y el portero.
Barbosa, Jules Rimet y doscientas mil personas, sabían que Alcides no tendría opción. Tiraría el centro para Schiaffino que estaba marcado por 3 brasileños, de otra forma sería imposible marcar. Pero Barbosa el portero de Brasil en el ’50, dio un paso al frente para cortar el supuesto centro antes de tiempo y dejó abierto el primer palo. En menos de un segundo la pelota ya estaba entre las redes matando a Barbosa y asesinando al Maracaná completo. Uruguy ganó la Final de la Copa del Mundo de 1950 dos goles por uno en el corazón de Brasil.
Al terminar el partido los brasileños escaparon por las puertas del estadio disfrazados de mujeres y de civiles. Mientras Uruguay se llevó el trofeo a Montevideo envuelto en papel periódico. Barbosa se quedó sentado en la portería norte del Maracaná, abrazando entre lágrimas el primer palo. Nunca volvió a salir del estadio, incluso llegó a encarar juicios penales por traición a la patria y fue declarada persona nongrata por la afición brasileña. Jamás se casó, fue abandonado por su novia y condenado por la sociedad a vivir en la ignominia y la soledad absoluta.

Pasó el tiempo y la Confederación Brasileña apiadándose de su pobreza, le ofreció el puesto de guardacampo en Maracaná. Durante años el viejo portero vivió en una covacha arrumbada tras el túnel de jardinería del estadio. Por las noches salía de su oscuridad y recreaba la jugada de Gighia, lamentándose del momento en que dejo descubierto el marco. Se cubría de la lluvia y el frío con el antiguo sueter de estambre negro, que uso aquella tarde del 16 de julio del ’50. Y casi siempre, amanecía abrazado al primer palo de la portería norte del estadio. La última vez que le vieron fue durante la eliminatoria para el Mundial de Italia 90. Sentado tras la portería norte de Brasil, rescató un balón del túnel en pleno partido y lo regresó al campo. Taffarel portero brasileño, suplicó al árbitro central que no reanudara el juego con el mismo balón, temiendo que después de tocarlo Barbosa, también estuviera maldito.
Paulo Barbosa murió años más tarde. Pocos saben cómo y donde. Pero la leyenda dice que encontraron el sueter de estambre negro, amarrado al primer palo de la portería norte del Maracaná y el cuerpo jamás fue descubierto. Desde entonces en aquel estadio, pasan cosas raras como un balón que se detiene en el aire y no cruza la línea de meta o un árbitro que sintió como le arrancaban el silbato de la boca antes de pitar un penal en contra de Brasil. La Confederación Brasileña de fútbol no olvida el día en que se apagaron misteriosamente las luces del estadio al minuto ‘89 de un clásico Flamenco vs Fluminense y desaparecieron las redes de ambas porterías. Ricardo Texeira presidente de la CBF presentó una propuesta para demoler el estadio y construir uno nuevo, pero días después el césped del estadio sobre la portería norte empezó a secarse, debido a una extraña plaga que hasta el momento no se ha podido detener.
Nadie se atreve a entrar al túnel poniente donde dicen, sigue habitando Barbosa portero del Maracanazo. Sus puertas han sido tapiadas con ladrillo y por las noches, se escuchan las cadenas de su celda arrastrando por las tribunas. Puede usted creer en esta historia o simplemente dejarla pasar como una anécdota más del día de muertos. Pero los brasileños pueblo fanático y devoto religioso, piensan que la leyenda de Barbosa es cierta y que su espíritu existe en el Maracaná, formando parte de la magia y misticismo del fútbol en Brasil
publicado por josé ramón fernández gutiérrez de quevedo