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@JONES

02/02/2010#N30407

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Los bebotes


Por Rolando Hanglin

Especial para lanacion.com
 



"Uno de los principales problemas de nuestro país es la permanencia de los jóvenes en el seno familiar". Suscribe esta afirmación el Istat, organismo oficial de las estadísticas en Italia. En efecto: el 70 por ciento de los hijos vive en casa de sus padres hasta los 40 años. La tendencia es muy acentuada entre los varones.



El ministro de Administración Pública, Renato Brunetta, efectuó varias propuestas provocativas: "Yo los obligaría por ley a dejar la casa paterna a los 18 años... si es complicado conseguir trabajo y vivienda para los jóvenes de hoy, sugiero otorgarles un subsidio de 500 euros para que se independicen... los fondos pueden salir de los depósitos de los jubilados".


Nadie aceptó las sugerencias de Brunetta. Al contrario, los jueces parecen apuntar en sentido opuesto. Un tribunal de Bérgamo condenó a un padre a pagar los alimentos de su hija soltera, de 32 años, estudiante universitaria que aún no pudo recibirse y, como papá se mostraba renuente a suministrarle dinero, entabló juicio.


Algo parecido sucedía en la película francesa Tanguy.


En Italia, estos jóvenes que permanecen junto a sus mayores hasta los 40 reciben el nombre de "mammoni" (mamones, mameros) o "bamboccioni" (bebotes, nenes grandes y gordos) mientras que en el mundo anglosajón se dice que padecen el síndrome de Peter Pan: no quieren dejar de ser niños.


Ya en 1998, en mi libro El Hippie Viejo, describí ampliamente los caracteres de este fenómeno, que he estudiado junto con el periodista español José Luis Alvarez Fermosel. Convinimos en llamarlo "el Macho Posmo". Es decir, el varón post-moderno, que busca todos los atajos para no crecer, no terminar sus estudios, no casarse ni juntarse con mujer alguna y, sobre todo, no ser padre.


Para complementar la información que la corresponsal de LA NACION, Elisabetta Piqué, envía desde Roma, quiero consignar ciertos pormenores que ya hemos estudiado hace una década con mi colega Fermosel. Efectivamente, nuestros bebotes -salvando algunos detalles propios de cada cultura local- presentan el mismo perfil en la Argentina, España, Italia, Alemania, los Estados Unidos, México... en fin, en todo el mundo capitalista. Que hoy día es todo el mundo.


Nuestros bebotes tienen 38 años pero aparentan 20, gracias a sus bucles, sus zapatillas de básquet y su aire tímido.


Se autodenominan "chicos", "pibes" o "chavales".


Interrogados sobre su interminable permanencia en el hogar de papá y mamá, responden con la boca entreabierta y sacando un poco la lengua: "¿Por qué me voy a ir, si yo con pa y ma estoy bien, cómodo y ellos me necesitan...? ¿Para qué tengo que irme?"


Después de terminar el colegio secundario, se dejan caer en un año sabático. Luego viene... otro año sabático. Apremiados por los padres, inician una carrera universitaria convencional: digamos Derecho o Medicina. Pero al cabo de un año se declaran deprimidos y toman... un nuevo año sabático. Para reflexionar concienzudamente sobre el futuro. Al terminar este lapso inician una carrera terciaria no-convencional: Chef, Bartender, Escenografía, Cine, Reiki o Ikebana. El impulso dura sólo un año, porque la carrera "no resultó lo que parecía", motivo por el cual nuestros bebotes toman? ¡Otro año sabático!


Los papás de los bebotes tienen mucho respeto por la sensibilidad de sus hijos: no quieren ser déspotas irracionales como sus propios padres. Por ejemplo, permiten que el bebote traiga a su novia a dormir a casa (agradeciendo al cielo que Gonza, Fer o Luismi, consiga una novia) para que los chiquillos no deban salir de noche a meterse en hoteles sórdidos y lugares peligrosos.


Es que los papás nos sentimos culpables porque somos todos divorciados una, dos o tres veces. Sabemos que nuestros bebotes han sufrido mucho. Queremos ahorrarles todo padecimiento, todo esfuerzo y toda lucha, ya que nosotros ya hemos luchado por ellos.


El bebote veranea en Pinamar, en casa de sus padres, y pide que papá le compre un cuatriciclo de 5000 dólares. Si no lo obtiene, arma una pataleta.


El bebote dedica su vida a la computadora, el celular con sus deliciosos SMS, la Play-Sation y los recitales de rock. Los Redonditos de Ricota, Las Pelotas... ¡Bono! La única compañía del bebote son sus amigos, con los que puede permanecer horas en silencio solidario, en una mesa del cyber.


El bebote no quiere ser tomado por un simple pedazo de carne: por eso no le gustan las chicas. Son muy sexuales.


Cuando emprende una aventura por su cuenta y riesgo, el bebote suele elegir destinos poco habituales: viajar a dedo a Chichén-Itzá, Atacama o Guanajuato es una excelente propuesta, a cualquier altura del año. También le da por acampar en algún lago de la Patagonia cuyas orillas nunca antes nadie haya pisado, o tal vez visitar la selva del Matto Grosso, sección urbana. Son viajes largos (de 3 a 18 meses) al cabo de los cuales vuelve a la casa de los papás. Allí descansa durante un nuevo año sabático.


Nuestro bebote permite que su mamá le lave la ropa, le haga de comer, le compre zapatillas nuevas y algún regalito extra, en efectivo. Es para hacerla feliz. Ya que, si no se ocupara de tenderle la cama y lavarle los calzoncillos: ¿qué haría mamá? Ella, con papá, se aburre. Además, ya es vieja.


El principal objetivo en la vida de nuestro bebote es "ser él mismo". O sea, "yo mismo". El chiquillo de 39 años sospecha que una siniestra conspiración de vejestorios (más de 50) intenta obligarlo a ser otro.


Son chicos muy dulces, muy buenos, muy inteligentes y, sobre todo, hipersensibles. El problema es que salen muy caros. Pero esto... ¡Ni mencionarlo!


En esta casa no se habla de plata. ¡Faltaría más!

 

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