LA DECISION DE CAMBIAR.....


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@ESCORPIANA

09/12/2009#N29847

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La Decisión de Cambiar

Si usted quiere cambios pequeños, trabaje en su conducta;  si quiere cambios significativos, trabaje en sus paradigmas.

Stephen R. Covey

 

 

 

 

La decisión de cambiar

Una vez han llegado a este punto, la reacción de muchas personas consiste en levantar las manos al cielo, horrorizadas ante lo que podemos llamar el desastre de sus vidas, y renunciar a cualquier intento de hacer nada. Otras se enfadan consigo mismas o con la vida, y también abandonan la partida.

 

 

En general, piensan que si la situación es desesperada, y parece imposible hacer cambios, ¿para qué intentarlo?. Y el razonamiento continúa así: «Quédate como estás. Por lo menos es un sufrimiento que ya sabes cómo manejar. No te gusta, pero ya lo conoces, y es de esperar que las cosas no empeoren».

Para mí el enfado habitual es como quedarse sentado en un rincón con un sombrero de burro. ¿No les suena familiar?. Sucede algo y uno se enfada; sucede otra cosa, y vuelve a enfadarse, una y otra vez, pero nunca se va más allá del enojo.

 

 

¿De qué sirve esto? Es una reacción tonta que desperdicie uno su tiempo sin hacer nada más que enojarse. También es negarse a ver la vida de una manera nueva y diferente.

Sería mucho más útil preguntarse cómo es que uno va creando tantas situaciones enojosas.

¿Cuál cree usted que es la causa de todas estas frustraciones?. ¿Qué es lo que usted emite, que genera en los otros la necesidad de irritarlo?. ¿Por qué cree que necesita enojarse para conseguir lo que quiere?.

Cualquier cosa que demos, la volvemos a recibir. Si lo que damos es enojo, estamos creando situaciones que nos darán motivos de enojo, como si nos quedáramos en un rincón con un sombrero de burro, sin ir a ninguna parte.

Si mis palabras han hecho que usted se enfadara, ¡perfecto!. Es que deben estar dando en el blanco. Y eso es algo que usted, si quisiera, podría cambiar.

 

 

Tome la decisión de disponerse a cambiar

Si realmente quiere saber hasta qué punto es terco, encare la idea de estar dispuesto a cambiar. Todos queremos que nuestra vida cambie, que nuestra situación mejore, pero no queremos tener que cambiar. Más bien querríamos que cambiaran ellos. Para hacer que eso suceda, debemos cambiar nosotros interiormente. Debemos cambiar nuestra manera de pensar, nuestra manera de hablar, nuestra manera de expresarnos. Sólo entonces se producirán los cambios externos.

 

 

Éste es el paso siguiente. Ya nos hemos dedicado bastante a aclarar cuáles son los problemas y de dónde provienen. Ahora es hora de disponerse a cambiar.

Yo he sido siempre muy terca. Incluso ahora hay veces que, cuando decido hacer algún cambio en mi vida, esa terquedad aflora y refuerza mi resistencia a cambiar mi modo de pensar. Y puedo volverme temporalmente incoherente y, enfadada, refugiarme en mí misma.

 

 

Sí, eso me sigue pasando después de tantos años de trabajo. Es una de las lecciones que he aprendido, porque ahora, cuando me sucede, sé que me encuentro, ante un punto crucial en mi camino. Cada vez que decido hacer un cambio en mi vida, para liberar alguna otra cosa, tengo que profundizar más en mí misma. Cada uno de esos viejos estratos debe ceder para ser reemplazado por maneras de pensar nuevas. A veces es fácil, y otras es como empeñarse en levantar una piedra con una pluma.

 

 

Cuanto más tenazmente me aferró a una vieja creencia cuando he dicho que quiero cambiar, más segura estoy de que ese cambio es importante para mí. Y sólo al ir experimentando y, por tanto, aprendiendo estas cosas puedo luego enseñarlas a otras personas.

 

Estoy segura de que muchos maestros realmente buenos no nacieron en hogares felices donde todo era fácil, sino que han experimentado mucho dolor y sufrimiento, y han ido superando diversas vivencias negativas hasta llegar al punto desde donde, ahora, pueden ayudar a que otros se liberen. La mayoría de los buenos maestros trabajan continuamente para seguir liberándose, para hacer desaparecer limitaciones cada vez más profundas. Y eso llega a ser una ocupación de toda la vida.

 

 

La diferencia principal entre cómo solía trabajar yo en esta labor de liberación de creencias y la forma en que lo hago hoy reside en que ahora ya no tengo que enojarme conmigo misma para hacerlo. En estos momentos, ya no creo que sea una mala persona porque todavía encuentre en mí cosas para cambiar.

 

 

La limpieza de la casa

El trabajo mental que hago ahora es como limpiar una casa. Voy recorriendo mis habitaciones mentales y examinando las ideas y creencias que hay en ellas. Como algunas me gustan, las limpio y las pulo, y hago que me sigan sirviendo. Veo que hay que reemplazar o reparar algunas, y me ocupo de ellas tan pronto como puedo. Otras son como el periódico de ayer, o como ropa y revistas viejas: ya no me sirven. Entonces las doy o las tiro a la basura, y me deshago de ellas para siempre.

Para hacer todo esto, no es necesario que me enoje ni que sienta que soy una mala persona.

 

 

Ejercicio: Estoy dispuesto a cambiar

Vamos a usar la afirmación «Estoy dispuesto a cambiar». Repítala con frecuencia, reiteradamente. Mientras dice «Estoy dispuesto a cambiar», tóquese la garganta. En el cuerpo, la garganta es el centro energético donde se produce el cambio. Al tocársela, usted reconocerá que se encuentra en un proceso de cambio.

 

 

Cuando la necesidad de cambiar algo aparezca en su vida, esté dispuesto a permitir que ese cambio suceda. Tome conciencia de que allí donde usted no quiere cambiar, es, exactamente, donde más necesita cambiar. Repita: «Estoy dispuesto a cambiar».

La Inteligencia Universal responde siempre a lo que usted piensa y dice. Cuando usted formule este enunciado, las cosas empezarán decididamente a cambiar.

 

 

Hay muchas maneras de cambiar

Trabajar con mis ideas no es la única manera de cambiar; hay muchos otros métodos que funcionan muy bien. Al final del libro incluyo una lista de maneras en que puede usted abordar su propio proceso de crecimiento.

 

 

Piense ahora en unos pocos. Tenemos el enfoque espiritual, el mental y el físico. La curación holista incluye cuerpo, mente y espíritu. Se puede empezar por cualquiera de estos dominios, siempre y cuando en última instancia se los incluya a todos. Hay quien empieza por la parte mental, acudiendo a seminarios o sometiéndose a terapia. Otros comienzan por el ámbito espiritual, orando o haciendo meditación.

 

Cuando decide uno limpiar su casa, en realidad no importa por qué habitación empiece. Puede usted hacerlo por aquella que más le apetezca y las otras casi se irán limpiando solas.

 

 

Las personas que comienzan por el nivel espiritual y están habituadas a comer mal, suelen encontrarse con que les atrae la nutrición. Conocen a alguna persona, o encuentran un libro, o van a una clase que les hace entender que lo que están dando de comer a su cuerpo puede tener mucho que ver con la forma en que se sienten y el aspecto que tienen. Mientras se esté dispuesto a crecer y a cambiar, un nivel siempre irá conduciendo al otro.

 

 

Yo doy muy pocos consejos referentes a la nutrición, porque he descubierto que todos los sistemas funcionan para alguna u otra persona. El hecho es que cuento con una red local de buenos especialistas en el campo holista, y les mando a mis clientes cuando veo que necesitan esa información. Se trata de un terreno en donde uno debe encontrar solo su camino, o bien recurrir a un especialista que pueda orientarlo.

 

 

Muchos libros sobre nutrición han sido escritos por personas que estuvieron muy enfermas y elaboraron un sistema para su propia curación. Después escribieron un libro para divulgar el método que usaron. Pero no todo el mundo es igual.

 

 

Por ejemplo, la dieta macrobiótica y el naturismo crudívoro son dos enfoques totalmente diferentes. Los crudívoros jamás cocinan nada, raras veces consumen cereales, se cuidan muchísimo de comer fruta y verdura en la misma comida y nunca usan sal. Los macrobióticos comen casi todo cocido, tienen un sistema diferente de combinación de los alimentos, y usan gran cantidad de sal. Ambos sistemas funcionan, ambos han conseguido curaciones, pero ninguno de los dos es bueno para todos los organismos.

Mi teoría de la nutrición es simple. Si crece, cómalo. Si no crece, no lo coma.

Hay que ser consciente del acto de comer; es como prestar atención a nuestros pensamientos.  También podemos aprender a prestar atención al cuerpo y a las señales que nos envía cuando comemos.

 

 

Limpiar la casa mental después de toda una vida de complacerse en pensamientos negativos es un poco como iniciar un programa de buena nutrición tras haberse pasado la vida alimentándose mal. Son dos situaciones que con frecuencia producen crisis de curación. A medida que uno empieza a cambiar su dieta física, el cuerpo comienza a deshacerse de la acumulación de residuos tóxicos, y cuando esto sucede, uno puede sentirse pésimamente durante un par de días. Así también, cuando se decide cambiar las pautas mentales, puede parecer que durante un tiempo las circunstancias empeorasen.

 

 

Recuerde lo que pasa al terminar la cena de Nochebuena, cuando llega el momento de limpiar la cazuela donde se cocinó el pavo. Como está toda quemada y llena de costras, usted la pone en agua hirviendo con detergente y la deja remojar un rato antes de empezar a fregarla. Y entonces sí que realmente está frente a un desastre; todo parece peor que nunca. Pero si sigue fregando sin desanimarse, la cazuela pronto quedará como nueva.

 

 

Lo mismo pasa cuando uno se quiere quitar las incrustaciones mentales. Cuando las remojamos con ideas nuevas, todos los pegotes salen a la superficie y se ven más. Insista en repetir las nuevas afirmaciones, y verá qué pronto se habrá librado totalmente de una vieja limitación.

 

 

Ejercicio: La disposición a cambiar

Entonces, hemos decidido que estamos dispuestos a cambiar, y que usaremos todos los métodos que nos den buen resultado, sin excepción. Quisiera describirles uno de los métodos que uso conmigo misma y también con otras personas.

 

 

Primero, vaya a mirarse al espejo y dígase: «Estoy dispuesto a cambiar».

Observe cómo se siente. Si advierte vacilaciones o resistencias o ve que simplemente no quiere cambiar, pregúntese por qué. ¿A qué antigua creencia está aferrándose? Le ruego que no se riña; limítese a observar de qué se trata. Apuesto a que esa creencia le ha causado mil problemas, y quisiera saber de dónde proviene. ¿Usted no lo sabe?

 

 

Pero no importa que sepamos o no de dónde viene; hagamos algo por disolverla, ahora mismo. Vuelva otra vez al espejo y, mirándose profundamente a los ojos, tóquese la garganta y diga diez veces, en voz alta: «Estoy dispuesto a abandonar toda resistencia».

 

 

Los trabajos con el espejo son muy poderosos. La mayor parte de los mensajes negativos que recibimos de niños venían de personas que nos miraban directamente a los ojos, y que quizá nos amenazaban con un dedo. Hoy, cada vez que nos miramos al espejo, casi todos nos decimos algo negativo: nos criticamos por nuestra apariencia o nos regañamos por algo. Mirarse directamente a los ojos y expresar algo positivo sobre uno mismo es, en mi opinión, la manera más rápida de obtener resultados con las afirmaciones.

 

La conciencia es el primer paso hacia la curación o el cambio

 

 

Cuando llevamos algún modelo mental profundamente sepultado en nuestro interior, para poder curarnos debemos empezar por tomar conciencia de ello. Quizás hablemos al respecto con alguien, o veamos aparecer el mismo modelo mental en otras personas. De una manera o de otra, emerge a la superficie, nos llama la atención y empezamos a tener alguna relación con ello. Con frecuencia, atraemos hacia nosotros a un maestro, un amigo, una clase, un seminario o un libro que comienza a sugerirnos maneras nuevas de abordar la disolución del problema.

 

 

Mi propio despertar se inició con un comentario casual de un amigo sobre una reunión de la que le habían hablado, y aunque él no iba a ir, yo sentí no sé qué respuesta interior y fui. Aquella pequeña reunión fue mi primer paso por la senda de mi evolución. Hasta cierto tiempo después no me di cuenta de su importancia.

Con frecuencia, en esta primera etapa nuestra reacción es pensar que todo eso es una tontería, o que no tiene sentido. Puede ser que nos parezca demasiado fácil, o inaceptable para nuestras ideas. El hecho es que no queremos hacerlo, y nuestra resistencia cobra muchísima fuerza. Hasta es posible que nos enfademos sólo con pensar en hacer «eso».

Una reacción así es excelente, si podemos entender que es el primer paso en nuestro proceso de curación.

 

 

Yo le digo a la gente que cualquier reacción que puedan tener sirve para demostrarles que han iniciado ya el proceso curativo. La verdad es que el proceso se inicia en el momento en que empezamos a pensar en cambiar.

La impaciencia no es más que otra forma de resistencia: es la resistencia a aprender y a cambiar. Cuando exigimos que todo se haga ahora mismo, que se complete de inmediato, no nos estamos dando el tiempo necesario para aprender la lección implícita en el problema que nos hemos creado.

Si usted quiere ir a la habitación de al lado, tiene que levantarse y avanzar paso a paso en esa dirección. Con quedarse sentado deseando estar en la otra habitación no se arregla nada. Pues es lo mismo. Todos queremos terminar con nuestros problemas, pero no queremos hacer las pequeñas cosas que, sumadas, nos darán la solución.

 

 

Ahora es el momento de reconocer nuestra responsabilidad por haber creado esa situación o ese estado. No estoy hablando de sentirse culpable, ni de que nadie sea una «mala persona» por estar donde está. A lo que me refiero es a reconocer ese «poder interior» que transforma en experiencia cada uno de nuestros pensamientos. En el pasado, sin saberlo, usamos ese poder para crear cosas que no queríamos ex-perimentar, porque no nos dábamos cuenta de lo que hacíamos. Ahora, al reconocer nuestra responsabilidad, tomamos conciencia de este poder, y aprendemos a usarlo conscientemente de manera positiva y en beneficio nuestro.

 

 

Con frecuencia, cuando sugiero una solución a un cliente -puede ser una manera nueva de abordar un asunto, o bien perdonar a una persona relacionada con él- veo cómo empieza a contraer y adelantar la mandíbula, y cómo cruza tensamente los brazos sobre el pecho, a veces incluso cerrando los puños. La resistencia está subiendo a escena, y entonces sé que he acertado exactamente con lo que es necesario hacer.

Todos tenemos lecciones por aprender. Las cosas que nos resultan difíciles no son más que las lecciones que hemos decidido tomar. Si las cosas nos resultan fáciles, es porque ya las sabemos hacer.

 

 

 

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