AARON ANCHORENA LA AVENTURA de NAPOLEON BACCINO P DE LEÓN


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Publicado por
@JONES

21/05/2009#N26626

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Fuente: www.youtube.com
 


 

Aquella mañana del 25 de diciembre de 1907 en el estadio de la Compañía de Gas La Sportiva.

Gran cantidad de curiosos se habían dado cita desde temprano, decididos a no perderse ningún detalle del insólito acontecimiento. Las damas paseaban en pequeños grupos, protegidas por sus parasoles de seda, los caballeros, de riguroso cuello duro, y "rancho de paja" cruzaban apuestas con discreción, y las matronas vigilaban a los galanes que festejaban a sus hijas, disimulando su celo detrás del aleteo nervioso de los abanicos.

Toda la alta sociedad argentina se había reunido donde hoy se ubica el Campo Argentino de Polo, para ser testigos de la hazaña del soltero más codiciado de la época: el joven Aarón de Anchorena.

A medida que transcurría la mañana y continuaban los preparativos, se iba sumando sencilla gente de pueblo, en especial niños, atraídos más que por la ya no tan novedosa ascensión de un globo aerostático, por lo arriesgado de la meta que Anchorena se proponía. En efecto, en los últimos años habían sido varios los extranjeros que habían llegado a Buenos Aires con la intención de ganarse la vida haciendo tímidas exhibiciones en aquellos extraños artefactos. El norteamericano Wells solía remontarse unos cientos de metros y luego se lanzaba en paracaídas, aunque nunca llevó a cabo la hazaña que tanto pregonaba: cruzar la cordillera. En 1868, el francés Baraille se abatió con su globo sobre un barco que navegaba en el Plata y provocó una catástrofe que costó numerosas vidas. Pero los favoritos del público habían sido los esposos Silimbani. José y Antonieta habían llegado de Italia en 1902 e hicieron numerosas y arriesgadas ascensiones hasta que el globo de la desdichada mujer cayó a las aguas del Río de la Plata el 13 de marzo de 1904 y murió ahogada.

Sin embargo, lo que se proponía el joven Aarón tenía otro carácter. Cruzar el Río de la Plata era una proeza que hasta ahora nadie había soñado siquiera.

Para llevarla a cabo, el audaz Secretario Honorario de la Legación Argentina en París, había traído de Francia un globo de 1.200 metros cúbicos de capacidad, construido en algodón, al que había bautizado "Pampero". Y, como no era un hombre al que le gustase improvisar, había contratado además los servicios de un experto francés que debía acompañarlo en la travesía; y no porque fuera un novato en este tipo de aventura. Todo lo contrario. En 1905 había debutado nada menos que con Santos Dumont como instructor y fue tanta la fascinación que le produjo aquella primera experiencia que se inscribió en el Aero Club de Francia, en cuyo campo de Saint Cloud recibió instrucción de otro célebre aeronauta, Paul Tissandier. De modo que cuando se decidió a efectuar su primera ascensión en suelo argentino y cruzar el Río de la Plata, ya había hecho once vuelos de diferente envergadura, algunos de ellos en compañía de su amigo Marcelo T. de Alvear, el mismo que años después sería Presidente de la Nación.

Pero aquella tarde, los problemas empezaron cuando el globo aún yacía flácido en medio de la cancha. A medida que desde la Sportiva, la compañía encargada del alumbrado público de la ciudad de Buenos Aires, se le insuflaba el gas, el experto francés se mostraba cada vez más inquieto. Discutía con Aarón e intentaba demostrarle científicamente que aquel no era el fluido indicado. Le explicaba que la fuerza ascensional en kilos por metro cúbico del Hidrógeno era de 1.203, que la del Helio era de 1.115 y que la del gas de hulla del alumbrado que ellos iban a utilizar era de apenas 0.725. Ante la indiferencia de Aarón por aquellos detalles, que consideraba minucias técnicas sin importancia, el ingeniero se empeñó en referirse a la fórmula conocida como "densidad referida al aire" y le demostró, con lápiz y papel, que el poder ascensional del gas que utilizarían era muy pobre ya que solo lograrían aprovechar el 16 % de su fuerza. Cuando terminaron de discutir el "Pampero" ya se erguía refulgente en medio de la pista.

Hubo un momento de vacilación en ambos hombres, que se miraron mudos a los ojos.

Aarón se negó a suspender la prueba y el técnico francés a embarcarse en una empresa que calificó de suicida.

La noticia corrió de boca en boca y los curiosos rodearon el lugar de la ascensión.

Aarón se inclinó hacia el interior del canasto, tomó una maleta que contenía algunos efectos personales del francés y se la arrojó a los pies con un gesto despectivo.

Después preguntó quién de los presentes deseaba acompañarlo. Hubo un largo silencio durante el cual se oyó el ligero gualdrapeo del globo, listo para partir y enseguida, la voz del Director de Alumbrado de la Municipalidad y destacado deportista, el Ingeniero Jorge Newbery, diciendo con firmeza:

- Yo iré -.

Ambos hombres se estrecharon la mano, reafirmando en silencio la promesa de enfrentar juntos, los peligros que les aguarden.

La multitud emocionada aplaudió el gesto. Hubo un nervioso intercambio de abrazos con los demás colaboradores, una pose para el infaltable fotógrafo y enseguida, cada uno tomó su lugar dentro de la barquilla.

-¿Listo para despegar?- pregunta el joven aventurero a su flamante compañero.

Jorge Newbery asiente con la cabeza.

-!Corten los cables!- ordena Aarón.

Se escuchan los golpes, secos y precisos del acero y el "Pampero", libre de las amarras se sacude, se estremece un poco al separarse de la tierra, se balancea y, finalmente comienza a elevarse en medio de un silencio que no parece de este mundo.

Son las 12:45 y la brisa que sopla del sudoeste lo empuja hacia su destino.

La redonda silueta se recorta en el aire diáfano del mediodía y se va haciendo más pequeña a medida que gana en altura y se aleja hacia el río. La multitud contempla muda de asombro como aquel artefacto se va convirtiendo en una esfera cada vez más pequeña hasta que al alcanzar los 300 metros de altura y se pierde de vista dejando tras de sí una sensación de vacío total.

La gente permanece largo rato en el lugar de la ascensión, se hace visera con las manos, busca en vano alguna señal; pero aquel mediodía el cielo entero resplandece y el río reverbera como un espejo, sin que se distinga ni el más pequeño punto alejado a aquel derroche de luz.

Arriba todo es silencio. Hace frío pese a la estación y los dos tripulantes observan mudos un paisaje que ningún ojo humano ha visto antes.

Desde la barquilla del globo se divisan perfectamente ambas márgenes, la superficie del río luce levemente rizada y brilla al sola del mediodía, algunos bancos de arena insinúan su silueta a ras de las aguas y una chata que transporta piedra, parece una miniatura, incrustada allá abajo.

El Pampero continúa su ascensión sobre las amarronadas aguas del Río de la Plata y a menos de una hora de vuelo alcanza su altura máxima: 3.000 metros.

Un poco después, al acercarse a la costa uruguaya empieza a perder altura. Los navegantes comienzan a desprenderse del poco lastre que queda a bordo y de cuanto puede ser accesorio, pero es inútil. La fuerza de la gravedad es mayor que el poder ascensional del gas y el globo sigue cayendo. Los dos hombres arrojan sus efectos personales, los sacos de arena que equilibran la barquilla, el ancla de tierra y el ancla marina, los cabos y cuerdas destinadas a asegurar el artefacto en tierra, los salvavidas, el barómetro, el altímetro, el catalejo, el reloj y los demás instrumentos.

Pero todo es en vano. "El Pampero" se precipita hacia como guiado por la implacable mano del destino. En un último esfuerzo por torcerlo, los hombres sueltan la canasta y se quedan colgados de la red que envuelve el globo. Ahora están casi a ras de la superficie del río. Respiran su aroma dulzón. Sienten que caminan sobre las aguas.

"El Pampero" se dirige primero hacia unas altas barrancas y, cuando están a punto de estrellarse, un soplo de brisa los empuja tierra adentro. El globo cae, rebota con los dos hombres aferrados al extremo de la red, vuelve a elevarse unos pocos metros, favorecido por el viento y finalmente termina su loca carrera algunos kilómetros más adentro.

Los aeronautas, algo atontados, se sacuden la ropa, miran a su alrededor preguntándose dónde están y se confunden en un abrazo.

La travesía aérea ha sido un éxito pese al aterrizaje: han atravesado el Río de la Plata.

Aarón mira el campo que lo rodea y recuerda el acuerdo que tenía con su madre.

María Mercedes Castellanos, madre de Aarón, mujer fuerte y emprendedora, que continuó llevando los negocios de la familia a la muerte de su esposo, había hecho un trato con su hijo: si dejaba de volar le compraría una estancia. Convencida que el volar es para los pájaros y que el intentarlo es una suerte de pecado de soberbia, doña Mercedes vivía aterrada con las locuras de su hijo. Por otra parte, Aarón ya tenía treinta años y era hora que dejara la vida rumbosa y frívola que llevaba en Europa y sentara cabeza. El puso una sola condición: elegiría los campos en los que se asentaría desde el aire; más precisamente desde la canasta de " El Pampero".

Aquel viaje había sellado para siempre el destino de ambos tripulantes.

Aarón de Anchorena dedicaría su vida a cultivar y embellecer la tierra que le deparara la suerte. Jorge Newbery, consagraría la suya a la navegación aérea y moriría en un accidente aéreo.

Para Aarón aquel sería su último vuelo; dado que cumpliría la voluntad materna.

Para Jorge, era su primer vuelo, el que despertaría aquella pasión que lo convertiría en el "soberano de los aires" y pionero de la aviación argentina.

 

Comentarios

@JONES

21/05/2009



http://www.youtube.com/watch?v=Z6lizH3i9cM

 

Pa la Ojos, que despues me hace pucheros  

ARG

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