Muy comunicados
Publicado por
@NEWLIFE
Ahà están en este bar, en la mesa de al lado, dos amigos, frente a frente, tomando un café. Uno habla por celular, el otro parece estar mandando mensajes de texto. Cuando el que habla corta, es al otro al que le suena el teléfono. El que cortó revisa ahora su correo de voz. Frente a frente, todavÃa no han hablado una sola palabra entre ellos.
Sin ninguna melancolÃa lo digo: hubo un tiempo en que para llamar a alguien habÃa que tener un cospel. Y para conseguir un cospel habÃa que buscar un negocio que los vendiera. Y que el negocio estuviera todavÃa abierto. (Un amigo me cuenta que, en su barrio, los compraba en la peluquerÃa de Don Nicola, el único que no cerraba a la hora de la siesta. Pero que sólo vendÃa dos por persona, para que a nadie le faltara después; y que era inútil insistir para que despachara alguno más: el teléfono es para avisar algo urgente, repetÃa como un rezo; si quiere conversar, vaya a la casa y hágalo en persona.)
Pero aun con el negocio abierto y el cospel en la mano, todavÃa quedaba rogar que el teléfono público no lo tragara. Y si el teléfono andaba, rogar que la persona a quien llamábamos se encontrara en la casa, y no en la calle como nosotros, ya que de lo contrario la comunicación era imposible.
En tal empresa habÃa que embarcarse para acariciar el alivio de escuchar la voz del otro y expresar aquello que uno querÃa expresar; asà de incomoda era la cosa para estar comunicados. Si uno querÃa encontrar a alguien para conversar como por casualidad, no tenÃa la posibilidad del chat . TenÃa que salir a buscarla a pie, en auto, colectivo o bicicleta. Asà de sacrificado era comunicarse.
De querer mandar un mensaje de texto, corto y sintético, habÃa que llegarse hasta un correo y dictarle a un empleado el telegrama.
Y con la carta de carne y hueso, la cosa tampoco era sencilla: acercarse a un buzón y dejarla ahÃ, después de haberla escrito con dedicación, pasado en limpio más de una vez porque la letra no estaba del todo clara o porque de alguna palabra nos arrepentÃamos y nunca fue elegante tachar. Dejarla en el buzón, tan huérfana hasta que alguien viniese a recogerla y la llevara hasta el destinatario.
No hay la más mÃnima añoranza en esto que digo: hubo un tiempo en que la comunicación no era cuestión de apretar un botón, sino de poner el cuerpo. Era un esfuerzo estar comunicados.
Ahora, en cambio, todo es tan fácil y sofisticado: podemos comunicar nuestras palabras casi en el mismo momento en que se nos cruzan por la cabeza.
Lo que asombra, lo que llama la atención, es que aun asà de hipercomunicados, aun cuando las palabras van y vienen con inmediatez y eficiencia, el mundo no parece funcionar entendiéndose mejor, escuchándose, conectándose, comprendiéndose; vienen y van las palabras, pero no parecen llegar, realmente.
Ahà siguen los dos amigos, frente a frente, cada uno hablando por su celular, los dos hipercomunicados, como nosotros, como el mundo entero, fanáticos de los canales de comunicación, y tal vez sin tener mucho para decirnos.
Sin ninguna melancolÃa lo digo: hubo un tiempo en que para llamar a alguien habÃa que tener un cospel. Y para conseguir un cospel habÃa que buscar un negocio que los vendiera. Y que el negocio estuviera todavÃa abierto. (Un amigo me cuenta que, en su barrio, los compraba en la peluquerÃa de Don Nicola, el único que no cerraba a la hora de la siesta. Pero que sólo vendÃa dos por persona, para que a nadie le faltara después; y que era inútil insistir para que despachara alguno más: el teléfono es para avisar algo urgente, repetÃa como un rezo; si quiere conversar, vaya a la casa y hágalo en persona.)
Pero aun con el negocio abierto y el cospel en la mano, todavÃa quedaba rogar que el teléfono público no lo tragara. Y si el teléfono andaba, rogar que la persona a quien llamábamos se encontrara en la casa, y no en la calle como nosotros, ya que de lo contrario la comunicación era imposible.
En tal empresa habÃa que embarcarse para acariciar el alivio de escuchar la voz del otro y expresar aquello que uno querÃa expresar; asà de incomoda era la cosa para estar comunicados. Si uno querÃa encontrar a alguien para conversar como por casualidad, no tenÃa la posibilidad del chat . TenÃa que salir a buscarla a pie, en auto, colectivo o bicicleta. Asà de sacrificado era comunicarse.
De querer mandar un mensaje de texto, corto y sintético, habÃa que llegarse hasta un correo y dictarle a un empleado el telegrama.
Y con la carta de carne y hueso, la cosa tampoco era sencilla: acercarse a un buzón y dejarla ahÃ, después de haberla escrito con dedicación, pasado en limpio más de una vez porque la letra no estaba del todo clara o porque de alguna palabra nos arrepentÃamos y nunca fue elegante tachar. Dejarla en el buzón, tan huérfana hasta que alguien viniese a recogerla y la llevara hasta el destinatario.
No hay la más mÃnima añoranza en esto que digo: hubo un tiempo en que la comunicación no era cuestión de apretar un botón, sino de poner el cuerpo. Era un esfuerzo estar comunicados.
Ahora, en cambio, todo es tan fácil y sofisticado: podemos comunicar nuestras palabras casi en el mismo momento en que se nos cruzan por la cabeza.
Lo que asombra, lo que llama la atención, es que aun asà de hipercomunicados, aun cuando las palabras van y vienen con inmediatez y eficiencia, el mundo no parece funcionar entendiéndose mejor, escuchándose, conectándose, comprendiéndose; vienen y van las palabras, pero no parecen llegar, realmente.
Ahà siguen los dos amigos, frente a frente, cada uno hablando por su celular, los dos hipercomunicados, como nosotros, como el mundo entero, fanáticos de los canales de comunicación, y tal vez sin tener mucho para decirnos.
Comentarios
@MENOSMAL
16/03/2008
BuenÃsimo, me trasladaste, me llegaste, me conmoviste! Gracias Hilda
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Te descubriré en las transparencias ...
Piensa que la vida es como una competencia en la cual gana el que vive cada dÃa con alegrÃa y esperanza.
ARG
Me gusta viajar, cicloturismo, teatro, cine, comer, la vida al aire libre. Soy
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Abogado, no carancho. Tranqui. Vida sana, lo que no excluye placeres mundanos. ð
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