AGUAFUERTES PORTEÑAS - LOS TOMADORES DE SOL EN EL BOTANICO
Publicado por
@MPELLE
LOS TOMADORES DE SOL EN EL BOTANICO
La tarde de ayer lunes fue espléndida. Sobre todo para la gente que nada tenÃa que hacer. Y más aún para los tomadores de sol consuetudinarios.
Gente de principios higiénicas y naturistas, ya que se resignan a tener los botines rotos antes que perder su bañito de sol. Y después hay ciudadanos que se lamentan de que no haya hombres de principios.. Y estudiosos. Individuos que sacrifican su bienestar personal para estudiar botánica y sus derivados, aceptando ir con el traje hecho pedazos antes de perder tan preciosos conocimientos.
Examinando la gente que pulula por el JardÃn Botánico, uno termina por plantearse este problema: ¿Por qué las ciencias naturales poseen tanta aceptación entre sujetos que tienen catadura de vagos? ¿Por qué la gente bien vestida no se dedica, con tanto frenesÃ, a un estudio semejante, saludable para el cuerpo y para el espÃritu? Porque esto es indiscutible: el estudio de la botánica engorda. No he visto a un bebedor de sol que no tenga la piel lustrosa, y un cuerpazo bien nutrido y mejor descansado.
¡Qué aspecto, que bonhomÃa! ¡Qué edificación ejemplar para un señor que tenga tendencias al misticismo! Porque, no dejarán de reconocer ustedes, que una ciencia tan infusa como la botánica debe tener virtudes esenciales para engordar a sujetos que calzan botines rotos.
De otro modo no se explicarÃa. Cierto es que el reposo debe contribuir en algo, pero en este asunto obra o influye algún factor extraño y fundamental. Hasta los jardineros tienden a la obesidad. El portero -los porteros están bien saciados-, los subjardineros ya han adquirido ese aspecto de satisfacción Ãntima que producen las canonjÃas municipales, y hasta los gatos que viven en las alturas de los pinos impresionan favorablemente por su inesperado grosor y lustroso pelaje.
Yo creo haber aclarado el misterio. La gente que frecuenta el JardÃn Botánico está gorda por la influencia del latÃn.
En efecto, todos los letreros de los árboles están redactados en el idioma melifluo de Virgilio. Al que no está acostumbrado, se le embarulla el cráneo. Pero los asiduos visitantes de este jardÃn, deben estar ya acostumbrados y sufrir los beneficios de este idioma, porque he observado lo siguiente:
Como decÃa, fui hasta allá ayer por la tarde. Me senté en un banco y, de pronto, observé a dos jardineros. Con un rastrillo en la mano miraban el letrero de un árbol. Luego se miraban entre sà y volvÃan a mirar el letrero. Para no interrumpir sus meditaciones mantenÃan el rastrillo completamente inmóvil, de modo que no cabÃa duda alguna de que esa gente ilustraba sus magnÃficos espÃritus con el letrero escrito en el idioma del latoso Virgilio. Y el éxtasis que tal lectura parecÃa producirles, debÃa ser infinito, ya que los dos individuos, completamente quietos como otros tantos Budas a la sombra del árbol de la sabidurÃa, no movÃan el rastrillo ni por broma. Tal hecho me llamó sumamente la atención y decidà continuar mi observación. Pero, pasó una hora y yo me aburrÃ. El deliquio de esos pelafustanes frente al letrero era inmenso. El rastrillo permanecÃa junto a ellos como si no existiera.
¿Se dan cuenta ustedes ahora de la influencia del botánico latÃn sobre los espÃritus superiores? Estos hombres en vez de rastrillar la tierra, como era su deber, permanecÃan de brazos cruzados en honor a la ciencia, a la naturaleza y al latÃn. Cuando me fui, di vuelta la cabeza. Continuaban meditando. Los rastrillos olvidados. No me extrañó de que engordaran.
Y vi numerosa gente entregada a la santa paz de lo verde. Todos meditando en los letreros latinos que se ofrecen con profusión a la vista del público. Todos tranquilitos, imperturbables, adormecidos, soleándose como lagartos o cocodrilos y encantados de la vida, a pesar de que sus aspectos no denuncian millones ni mucho menos. Pero el Señor, bondadoso con los hombres de buena voluntad, les dispensa lo que a nosotros nos ha negado: la felicidad. En cambio, esos individuos que podrÃan tomarse por solemnes vagos, y que puede ser que lo sean, a la sombra de los árboles empollaban su haraganerÃa y florecÃan en meditaciones de manera envidiable.
En muchos bancos, estos poltrones, hacen circulo. Y recuerdan a los sapos del campo. Porque los sapos del campo, cuando se prende la luz y se la deja abandonada, se reúnen en torno de ella en cÃrculo, y permanecen como conferenciando horas enteras.
Pues en el Botánico ocurre lo mismo. Se ven cÃrculos de vagos cosmopolitas y silenciosos, mirándose a la cara, en las posiciones más variadas, y sin decir esta boca es mÃa.
Naturalmente, a la gente le da grima esta vagancia semiorganizada; pero para los que conocen el misterio de las actitudes humanas, esto no asombra. Esa gente aprende idiomas, se interesa por las llamadas lenguas muertas y se regocija contemplando los cartelitos de los árboles.
¿Dónde se reúnen ahora los enamorados? ¿Han perdido el romanticismo? El caso es que en el Botánico lo que más escasean son las parejas amorosas. Sólo se ve algún matrimonio proyecto que recrea sus ojos sin perjudicar sus rentas, ya que para distraerse recorren los senderos solitarios, separados uno de otro medio metro.
En definitiva, no sé si porque era lunes, o porque la gente ha encontrado otros lugares de distracción, el caso es que el JardÃn Botánico ofrece un aspecto de desolación que espanta. Y lo único noble, son los árboles... los árboles que envejecen apartándose de los hombres para recoger el cielo entre sus brazos.
Roberto Arlt (1900-1942)
La tarde de ayer lunes fue espléndida. Sobre todo para la gente que nada tenÃa que hacer. Y más aún para los tomadores de sol consuetudinarios.
Gente de principios higiénicas y naturistas, ya que se resignan a tener los botines rotos antes que perder su bañito de sol. Y después hay ciudadanos que se lamentan de que no haya hombres de principios.. Y estudiosos. Individuos que sacrifican su bienestar personal para estudiar botánica y sus derivados, aceptando ir con el traje hecho pedazos antes de perder tan preciosos conocimientos.
Examinando la gente que pulula por el JardÃn Botánico, uno termina por plantearse este problema: ¿Por qué las ciencias naturales poseen tanta aceptación entre sujetos que tienen catadura de vagos? ¿Por qué la gente bien vestida no se dedica, con tanto frenesÃ, a un estudio semejante, saludable para el cuerpo y para el espÃritu? Porque esto es indiscutible: el estudio de la botánica engorda. No he visto a un bebedor de sol que no tenga la piel lustrosa, y un cuerpazo bien nutrido y mejor descansado.
¡Qué aspecto, que bonhomÃa! ¡Qué edificación ejemplar para un señor que tenga tendencias al misticismo! Porque, no dejarán de reconocer ustedes, que una ciencia tan infusa como la botánica debe tener virtudes esenciales para engordar a sujetos que calzan botines rotos.
De otro modo no se explicarÃa. Cierto es que el reposo debe contribuir en algo, pero en este asunto obra o influye algún factor extraño y fundamental. Hasta los jardineros tienden a la obesidad. El portero -los porteros están bien saciados-, los subjardineros ya han adquirido ese aspecto de satisfacción Ãntima que producen las canonjÃas municipales, y hasta los gatos que viven en las alturas de los pinos impresionan favorablemente por su inesperado grosor y lustroso pelaje.
Yo creo haber aclarado el misterio. La gente que frecuenta el JardÃn Botánico está gorda por la influencia del latÃn.
En efecto, todos los letreros de los árboles están redactados en el idioma melifluo de Virgilio. Al que no está acostumbrado, se le embarulla el cráneo. Pero los asiduos visitantes de este jardÃn, deben estar ya acostumbrados y sufrir los beneficios de este idioma, porque he observado lo siguiente:
Como decÃa, fui hasta allá ayer por la tarde. Me senté en un banco y, de pronto, observé a dos jardineros. Con un rastrillo en la mano miraban el letrero de un árbol. Luego se miraban entre sà y volvÃan a mirar el letrero. Para no interrumpir sus meditaciones mantenÃan el rastrillo completamente inmóvil, de modo que no cabÃa duda alguna de que esa gente ilustraba sus magnÃficos espÃritus con el letrero escrito en el idioma del latoso Virgilio. Y el éxtasis que tal lectura parecÃa producirles, debÃa ser infinito, ya que los dos individuos, completamente quietos como otros tantos Budas a la sombra del árbol de la sabidurÃa, no movÃan el rastrillo ni por broma. Tal hecho me llamó sumamente la atención y decidà continuar mi observación. Pero, pasó una hora y yo me aburrÃ. El deliquio de esos pelafustanes frente al letrero era inmenso. El rastrillo permanecÃa junto a ellos como si no existiera.
¿Se dan cuenta ustedes ahora de la influencia del botánico latÃn sobre los espÃritus superiores? Estos hombres en vez de rastrillar la tierra, como era su deber, permanecÃan de brazos cruzados en honor a la ciencia, a la naturaleza y al latÃn. Cuando me fui, di vuelta la cabeza. Continuaban meditando. Los rastrillos olvidados. No me extrañó de que engordaran.
Y vi numerosa gente entregada a la santa paz de lo verde. Todos meditando en los letreros latinos que se ofrecen con profusión a la vista del público. Todos tranquilitos, imperturbables, adormecidos, soleándose como lagartos o cocodrilos y encantados de la vida, a pesar de que sus aspectos no denuncian millones ni mucho menos. Pero el Señor, bondadoso con los hombres de buena voluntad, les dispensa lo que a nosotros nos ha negado: la felicidad. En cambio, esos individuos que podrÃan tomarse por solemnes vagos, y que puede ser que lo sean, a la sombra de los árboles empollaban su haraganerÃa y florecÃan en meditaciones de manera envidiable.
En muchos bancos, estos poltrones, hacen circulo. Y recuerdan a los sapos del campo. Porque los sapos del campo, cuando se prende la luz y se la deja abandonada, se reúnen en torno de ella en cÃrculo, y permanecen como conferenciando horas enteras.
Pues en el Botánico ocurre lo mismo. Se ven cÃrculos de vagos cosmopolitas y silenciosos, mirándose a la cara, en las posiciones más variadas, y sin decir esta boca es mÃa.
Naturalmente, a la gente le da grima esta vagancia semiorganizada; pero para los que conocen el misterio de las actitudes humanas, esto no asombra. Esa gente aprende idiomas, se interesa por las llamadas lenguas muertas y se regocija contemplando los cartelitos de los árboles.
¿Dónde se reúnen ahora los enamorados? ¿Han perdido el romanticismo? El caso es que en el Botánico lo que más escasean son las parejas amorosas. Sólo se ve algún matrimonio proyecto que recrea sus ojos sin perjudicar sus rentas, ya que para distraerse recorren los senderos solitarios, separados uno de otro medio metro.
En definitiva, no sé si porque era lunes, o porque la gente ha encontrado otros lugares de distracción, el caso es que el JardÃn Botánico ofrece un aspecto de desolación que espanta. Y lo único noble, son los árboles... los árboles que envejecen apartándose de los hombres para recoger el cielo entre sus brazos.
Roberto Arlt (1900-1942)
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