Tolón

Era una de esas primaveras que nos apabullan con la explosión de sensaciones, de sentirnos arrollados por la vida...

Y fue una de ésas tardes que comienza esta pequeña historia cuando...

...salieron juntos luego de haber vivido placeres compartidos, de mordidos besos, de caricias profundas...
Salieron tomados de la mano, desafiantes, como gritando al mundo, que por fin, habían encontrado la felicidad, su otro perteneciente.

Quedaron en volverse a ver al día siguiente.

Se cruzaron en un momento de sus vidas muy particular, él habiendo encontrado en ésa frágil criatura, parte de sus sueños hechos realidad.
Ella en la imagen fuerte del hombre que la hacía mujer y al cuál se abandonaba en la confianza de su protección.

Llevaba a cuestas su pesada historia, que obviamente no había compartido con ella. Le llenaba de dudas y descreimientos sobre como podría aceptar ese pasado tan singular.

Ella se había deslumbrado con su porte atlético, su figura, esos ojos castaños que la miraban profundamente y la hacían estremecer de pudor.

Sólo traía su breve historia del noviazgo de barrio, con besos y caricias de zaguán, con la pureza de los sueños del secundario, con aquellos jazmines robados, que le llevaba como ofrenda de amor.

Todo había sido hasta ese momento muy simple.

Y ahora él...

El enorme salón de la confitería estaba semivacía, las mesas algo apartadas entre si, brindaban la suficiente intimidad, alguna que otra ocupada por quienes esperan a alguien, otros, su momento para acudir a una cita, otros ensimismados en la lectura, y algunas pocas parejas que conversaban sus cotidianas cosas, con alguna que otra mano sobre mano, voces bajas, tiernas miradas...

Eligió la mesa más apartada de las ventanas, una suave música dejaba esa sensación de paz e invitaba a relajarse. Se sentó, y extrañamente, no pasó lista por la concurrencia, sino que quedó sumido en sus pensamientos.

Ella, en su oficina, cerró el cajón del escritorio, se dirigió al toilette para retocar su breve maquillaje, y con paso nervioso sobre sus tacos altos salió con rumbo a él.

- Señor? - dijo el mozo.
Un leve respingo lo sacudió de sus enfrascados pensamientos.
- Un café - pidió mientras con mano nerviosa jugaba con el sobre que llevaba su nombre escrito.

- Me extrañaste? - preguntó ella, que había llegado por detrás con su tímida y suave voz.

Tomó asiento, enfrentados, se tomaron de las manos, y comenzó su diálogo de miradas y palabras sólo susurradas.

Ella lo miraba tiernamente, buscando en cada gesto de él dejarlo guardado como una fotografía en su memoria.

Poco a poco, fue cambiando el clima entre ellos, él, nervioso, seco, casi murmuraba un discurso que no tenía principio ni fin. Esquivaba las miradas, observando flotar en el reflejo de la copa de agua, la distorsionada imagen de ella.

En un momento, ella se tensó, estaba pálida, un gesto de incredulidad se dibujó en su rostro. Se levantó de un salto de su silla, que cayó, y con voz temblorosa por la ira, gritó:

- Degenerado.., sos un degenerado!!

Con la cabeza gacha, la mirada perdida viendo girar la espuma del café dejaba que lo agrediera sin siquiera defenderse, sin objetar, sin decir una palabra.

Rodeó la mesa, mirándolo desde todos los ángulos, como quién no puede creer.

- No quiero verte nunca más. No vuelvas nunca a buscarme, no quiero verte nunca más...!!

Se dirigió hacia la puerta, con paso rápido, atravesando el salón, ante la mirada desconcertada, cómplice y divertida de los asistentes, que no muy sorprendidas registraban la escena.

Antes de llegar a la salida, se dió vuelta, pensó las palabras, venció toda su angustia, y con los ojos llameantes y llorosos, gritó antes de salir disparada:

- Si llego a tener SIDA, me mato...! Me mato...!!!

Santa Fé y Cnel. Díaz la vieron desaparecer.

Él se quedó con la mirada perdida en el blanco sobre de dónde sacó un protocolo, y que debajo de su nombre decía H.I.V., Positivo.

Estebano - 2001

 

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