ISLAMISMO NO ES IGUAL A TERRORISMO


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@OLIVOSCITY

17/03/2006

El desafío islamista Khatchik Derghougassian (Buenos Aires) El islamismo, o la ideología política que se fundamenta en los principios religiosos del Islam, está en pleno auge. De este auge constituyen prueba contundente las victorias electorales de partidos, agrupaciones y candidatos islamistas en Irak, Jordania, Egipto y Palestina –si se consideran tan sólo los comicios del último año–; que indican, a su vez, la consolidación de la convicción de que “el Islam es la solución” allí donde las promesas de quienes hasta entonces gobernaban fracasaron. No se debe, por lo tanto, confundir con una patología generalizada de las sociedades musulmanas alistándose para la guerra santa y el martirio como se proyecta en el discurso belicoso predominante y las manifestaciones públicas que por cierto no ayudan a convencer de que el islam es la religión de la paz... Deliberadamente, o por mera confusión e ignorancia, islamismo se asocia con terrorismo, cuando, en realidad, se trata de un fenómeno cuya complejidad desafía constantemente tanto a los analistas como a los tomadores de decisión a la hora de intentar entender la esencia del proyecto islamista y su posible desarrollo. Tres preguntas nos permiten abordar esta complejidad: ¿En qué consiste el proyecto islamista? ¿Será compatible con el proceso de secularización de la política y de la sociedad que caracterizó el curso de la historia en el resto del mundo? ¿Llevará a la convivencia pacífica o será la auto-realización de la profecía del “choque de civilizaciones?” No se puede, claro, pretender tener una respuesta definitiva a estas preguntas pues nos encontramos frente a un fenómeno en pleno proceso de desarrollo. El esfuerzo más racional consiste, por lo tanto, en la contextualización histórica del fenómeno para ubicar posibles escenarios del presente y tendencias del futuro. Así, en términos muy generales, los islamistas pretenden la reconstrucción de la Umma, o la comunidad de los musulmanes, y la refundación de la institución del Califato, abolida en 1924 por decisión de Mustafa Kemal (Ataturk), el fundador de la República de Turquía después de mil cuatrocientos años de existencia. Para los islamistas, la fragmentación del mundo musulmán como consecuencia de la victoria de los aliados en la Primera Guerra Mundial y la creación del mapa actual de Medio Oriente no es más que una gran conspiración occidental, equiparada a menudo con las cruzadas, cuyos nuevos episodios constituyen eventos como la creación del Estado de Israel en 1948 y las ocupaciones de Afganistán e Irak en 2001 y 2003. Más aún, en esta conspiración son cómplices los regímenes conservadores, tanto seculares como religiosos, de los países musulmanes que, de acuerdo a los islamistas, se han alejado de los principios del Islam. El islamismo como proyecto político, por lo tanto, no consiste sólo en una interpretación particular del Corán o la restitución de Al-Shura, o la Ley Coránica, sino en su forma más abstracta y extrema pretende un cambio geopolítico radical. El proyecto, evidentemente, parece utópico en su planteo. A lo largo de la historia del Islam, y quizá con excepción de los dos años (622-624) en los cuales el Profeta y sus Compañeros perseguidos en la ciudad de Meca, se refugiaron en Yathrib (Medina) donde se fundó la Umma, la unidad de los musulmanes ha sido más un mito que una realidad. No obstante, un mito no es, como equivocadamente se asume en su sentido común, la negación de la realidad. Así, si consideramos el poder de movilización global de la lealtad a la Umma, como se refleja en acontecimientos tan dispares como el atentado en Londres el 7 de julio de 2005 por ciudadanos británicos, quienes abrazaron la causa islamista, y la protesta global contra las caricaturas del Profeta que aparecieron en la prensa europea a partir de septiembre 2005, nos encontramos frente a un proyecto más bien atípico. REVISTA CRITERIO (03/2006)