¿¿¿QUE PODEMOS HACER POR ELLOS???


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@ANALIAPADILLA12

21/02/2006

EN LOS DOMINIOS DEL PACO http://www.lanacion.com.ar/ Destructiva como pocas drogas, está causando estragos en zonas marginales de la Capital y en el conurbano bonaerense. Testimonio de quienes consumen y trafican esta sustancia Patricio no recuerda el día ni la hora, ni siquiera si fue por la mañana o por la tarde. Estaba en una casilla de tres por tres: cinco chapas oxidadas con algunos agujeros de 9mm. por los que la luz entraba como navajazos. Había otros pibes: seis pibes y dos pibas. Quién sabe cuántos pacos habían fumado. A veces, Patricio miraba por los agujeros; afuera había unas sombras violáceas; se movían; alguien iba a llegar para matarlo o algo así. Eso recuerda. El espacio, los verdugos imaginarios, los gritos... ¿Era su padre el que gritaba? ¿Estaba ahí? Sí, era el padre, Omar. Había llegado corriendo a la villa Mitre, en Berazategui, esa mañana o esa tarde. Esa tarde. Sí. Ahora se acuerda: fue a las cinco de la tarde. Patricio había entrado en esa casilla astrosa la noche anterior. Compró 50 pacos con los 50 pesos que llevaba en la billetera; después cambió las zapatillas de 120 pesos por 15 pacos; finalmente entregó la remera. Ahora sólo vestía bermudas. Pero tenía un poco de base. Uno más. Fumó el último, antes de que el padre lo sacara de ahí. A palazos. El paco, o pasta base de cocaína, provoca eso: una ansiedad desesperada por consumir más. En pocos segundos -entre ocho y cuarenta-, este sulfato de cocaína lleno de solventes tóxicos llega al cerebro. Pero el efecto, estimulante, no dura más de cinco minutos. Y los adictos quieren más. En pocas semanas se les empiezan a notar las costillas y los ojos se les hunden en unas cuencas grandes y cenicientas. Es como si en lugar de chupar el humo por ese caño, el caño succionara todo lo que hay entre los huesos y la piel. Estos adictos ingrávidos hacen cualquier cosa para conseguir más paco: venden lo que encuentren en las casas propias y ajenas. Roban. El Ministro de Seguridad de la provincia, León Arslanian, había dicho que el número de menores que delinquen es cada vez más elevado y que la influencia del paco era evidente. Abajo están las historias de estos sujetos indómitos que miran el infierno desde palcos de proscenio, y a veces son ellos los observados por otros sujetos iguales. Dicen que en las fiestas se murieron tres chicos por el paco en Berazategui y otros ocho en Ciudad Oculta. Lo dicen en el CPA de aquel distrito. Allí está Patricio. Patricio, de 21 años, cuenta su historia. Una historia con robos de autos que después vendía a 400 pesos, noches de locura, un tiro del 38 en la espalda que casi terminó con su vida, un compañero preso al que traicionó. Después empezó con la pasta base. Eso fue hace un año y medio. Ahora dice que quiere dejar. No sabe si va a poder. Hace poco tuvo una recaída. Fue en esa casilla. Ese día había fumado con "una pipa hermosa", de aluminio y cobre. Después llegó el padre. "Estaba reduro -dice Patricio-. Escuché la voz de mi viejo y di la última seca. Mi viejo entra y agarra una pala y me empieza a dar en el espalda. No sentía nada. Reduro, estaba". Los de la casilla de chapa, que está en el fondo del terreno de un transa (traficante), siguieron allí: unos cuerpos amarillos o grises, consagrados a la tarea de chupar por esos caños, y entonces conceden el humo caliente que mandan al cerebro las propiedades de un alimento único para sobrevivir. Transas y fumaderos En la zona sur del conurbano, casi todos los transas tienen un fumadero en el fondo. LA NACION habló con mucha gente de El Bajo, en Berazategui. Todos conocen a los transas: El Tabi, El Babi, El Loro, El Gordo, La Caniche, La Pochi, El Pupi, El Peque, El Manga, los hermanos El Pali y El Lucho. El Lucho está muerto, lo encontraron con la pipa al lado, y El Manga anda por ahí, con una escopeta recortada escondida bajo un sobretodo mugriento. "El Manga está limado. Se cree que es Steven Seagal", dice un sujeto esmirriado con la mitad de los globos oculares afuera de sus órbitas. El sujeto esmirriado tose y cuenta que los transas "compran la base en la villa Los Alamos, en lo de los peruanos, en lo de La Carmen. Todos saben quién es la Carmen". Acá todos saben quienes son todos. LA NACION habló con uno de estos transas: El Peque, que trabajaba con El Lucho, que una vez estuvo dos semanas sin dormir, de tanta pasta base que fumó. El Peque, de 29 años, empieza perorando una serie de subterfugios. El paco fue lo peor que le pasó. Fueron las juntas, amigos capciosos, los que lo hicieron caer. Esas cosas. Después dice la verdad: "Le llegué a vender a pibitos de 11 años. Te sentís poderoso. Tenés un arma, fumás lo mejor, tenés todas las minas. Se te regalan por un paco. Hay pibitos que te tiran la goma por un paco. A esos los esquivo. Sos poderoso. Llegué a ganar 130 pesos por día. Eso, sin contar lo que fumaba, porque yo fumaba gratis. Te traen de todo: televisores, computadoras, armas... Todo por un par de bases. Sabés si hubiera ahorrado..." Vivía en Plátanos, Verónica, cerca de una villa miseria muy pequeña. En esa villa vive un matrimonio amigo: "Ella está embarazada de cinco meses y fuma con el nene en la panza. El otro día, él estaba raspando la pipa. Como no tenía más paco se iba a fumar la cera que queda en la pipa. Te rompe la cabeza. Yo fumaba con ellos". -¿Qué sentías? -No sé. Te salta el corazón. O se te para. Sentís cuando se te para el corazón. Te asustás y pensás que te vas a morir. A veces fumaba sola y, mientras me miraba en el espejo, todo alrededor de los ojos se pone amarillo y después los ojos brillan. Escuchás el riudo de las hojas. Te asustás. Todo te asusta. Menos la gente que fuma. En septiembre -cuenta Verónica-, fue caminando desde Plátanos hasta El Bajo. Caminó dos horas. Entró sola en la villa. Consiguió la droga. Se la vendió un tipo que parecía una lagartija. "Fumé en la calle. Había cinco patrulleros. Los policías fuman paco. Están perdidos. Había un pibe tirado con la boca llena de espuma. Debe haber muerto", dice. Así es este conurbano que huele a cloaca, basura fermentada y plástico quemado. Los límites son imprecisos. Las experiencias se confunden. Los quioscos no venden golosinas. El negocio, ahora, son los encendedores. Los paqueros necesitan encendedores. Es legal vender encendedores. El Sur, dominio del paco El sur del conurbano: este es el territorio donde el paco está haciendo más estragos, aunque también está en la Capital y en otros lugares del Gran Buenos Aires. Sobre todo, en las villas populosas de laberintos inextricables al lado de las autopistas. Lo sostiene el ministro de Salud de la provincia, Claudio Mate. Y suelta esta sentencia: "El que fuma paco, es adicto". Jorge Franquet, psicólogo del CPA de Berazategui, dice que los adictos llegan a fumar cien pacos en una noche. Los fuman con un cañito de metal envuelto en cinta adhesiva, para no quemarse los labios; adentro colocan virulana o alambres de cobre y ceniza, para contener la droga. Gabriel Abboud, del área de lucha contra el narcotráfico de la Sedronar, dijo: "Esta es una zona gris. El paco es distinto según el lugar en el que se lo compre. Puede haber pasta básica o clorhidrato mezclado con solventes o un mix de porquería. Ellos consumen algo, pero no saben qué". No importa. A este muchacho intoxicado de pelo naranja y dentadura incompleta y llena de sarro que vive en la villa Itatí no le importa qué es lo que ahora va a fumar. Saca del bolsillo unos pequeños papeles de diario doblados. Los abre. Adentro hay un polvo blanco. No le tiemblan las manos cuando con el cañito de metal junta el polvo. Se sienta en un rincón oscuro de la casa. Aprieta los maxilares. Mira con rudeza impostada, penosa. La casa es precaria pero de material. Afuera, una nube gruesa tapa el sol de las cuatro de la tarde, pero no logra neutralizar este calor brumoso de verano. La llama palpita, le tiñe el rostro anguloso de naranja, sus ojos se clavan en el fuego. Chupa del caño. La mirada cruje de terror. Debe pesar una tonelada, ese pensamiento, porque su cuerpo se encoge en ese rincón oscuro. "Te perseguís. Pensás que te van a matar", dirá más tarde. -¿Y entonces por qué fumás? -No sé... Es como un vicio... No sabe. Tampoco sabe Sara María Cabral -que también vive en Itatí- por qué sus hijos Oscar, de 24 años, y Jonathan, de 17, son adictos "a esa gilada". Jonathan es el que más fuma. Era un pibe lindo, dice la madre, y ahora está tan flaco. Es ése que está ahí en el triángulo de Bernal, limpiando los parabrisas de los autos. A veces también roba. A veces no: casi siempre. Oscar no fuma tanto. Casi no puede caminar. Aspiró pegamento desde los 14 años, hasta que las piernas dejaron de funcionarle y lo internaron. Ahora camina con pasos cortos y trémulos. "A la droga hay que consumirla, no hay que dejar que te consuma a vos. El paco te saca el hambre. El viernes me fume 30 o 40 pacos. Pero después fumo marihuana, que te da un hambre", dice Oscar. La madre asiente. Parece tranquila. Es como si asumiera esta derrota como una certeza. Como si detrás de las cosas claras estuviera, siempre, la tranquilidad. Una vecina, Gladys, cuenta que se separó de su marido, de 42 años, porque fumaba -aún fuma- 200 pacos por día. También lo cuenta con una naturalidad atroz. Ambas saben que acá a la vuelta venden paco. Esos chicos de más allá son paqueros. Ven esa chica, tan delgada, está perdida. Los tres de gorra que están tirando piedras a los caballos también fuman. Son buenos chicos. Chicos chicos. El rubiecito tiene 13 años. La otra noche le robó a su maestra. La arrastró por el piso. Al otro día le devolvió la billetera y le dijo: "No, seño, yo no fui. No sabés cómo te quiero". "Estos químicos están destruyendo a los adictos. Son como el tolueno del pegamento, como la nafta", indicó Gabriel Abboud, de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar). Así es la llamada droga de los pobres. Pero Franquet hizo una aclaración al respecto: "La gente se confunde. El paco no es una droga barata. Está bien: cuesta un peso, pero nadie fuma sólo uno. Fuman, como mínimo, 30. Algunos, más de
0". Drogas de ricos y drogas de pobres. Obvié párrafos por ser mucho más crueles que los que copio, pero: ¿¿¿QUE PODEMOS HACER PARA QUE SE TERMINE CON ESTE FLAGELO, INSTALADO Y ENQUISTADO EN NUESTRA SOCIEDAD???  
@ANALIAPADILLA12

21/02/2006

María, Graciela, cuando escribí qué podemos hacer, me lo estaba preguntando, tengo una somera idea acerca del tema. Presumo el orígen, imagino soluciones, pero prefiero quedarme pensando a ignorar lo que pasa. Si no estoy al tanto, si pienso que es más allá de mi cuadra, si digo, qué me importa, me siento cómplice y estoy convalidando una barbaridad. Gracias por acompañarme a pensar, ya somos tres, aunque no sea divertido. Un beso a Mendoza, otro a Pergamino Analía