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Escrito por
@FITO

15/03/2017#N62569

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Vera Mirí

               Vera Mirí, caminó por el lecho seco del rio, se detuvo y miró sus pies desnudos, colorados por la tierra y el polvo que pisaba. Con lentitud elevó la cabeza para ver al cielo, la mano pequeña como una rosa, le ayudó a tapar los rayos del sol implacable que le dañaban la vista y que habían marcado esos surcos irregulares en el suelo. “Ni una sola nube” – pensó.

Comenzó a girar una y otra vez, hasta que su falda formó una campana y luego se desplazó, danzaba con los mismos movimientos que hacía el señor del Op’y delante de los opyguas de la tribu, mientras que sus también ancianas compañeras cantaban sus plegarias, los más jóvenes deslizaban las manos en los mimby y  la suave música inundaba el caserío.

Aún cuando en ese momento no había música, ella giraba y se desplazaba, juntaba las manos y las elevaba hacia el cielo. Rogaba a Ñamandu, el Origen y el Principio, por las lluvias demoradas. Ya agotada y jadeante, con las manos sobre el pecho, sintió el acelerado ritmo de su corazón, entonces regresó a su choza imperfecta, se recostó y una pequeña hendidura en el techo le permitió ver una estrella. Afuera las voces de la tribu se unían en un melodioso canto, rogando  que el clima fuera benigno con ellos. La música, de intensidad suave y  melodiosa, no logró despabilarla y con esa mboraí  en sus oídos y con la estrella invasora, se quedó  dormida y comenzó a soñar. Soñó con las lluvias, con los más chicos que jugaban en el agua. Era todo tan real,  que en un momento pasó la mano por su cara, para quitar una gota, luego otra y otra, comprendió, al despertarse,  qué era lo que había sucedido, se levantó y corrió hacia el río. El lecho estaba cambiado, ya no era tierra seca, era un lodazal donde sus pasos dejaban huellas profundas que se llenaban de agua. Vio las marcas que habían nacido y caminó en círculos creando senderos pequeños que se entrelazaban. Entonces sonrió, se agachó y sobre la misma falda colocó ese lodo y lo llevó a su choza. Su madre la reprendió:

 

  • Vera Mirí, haz tus cosas. ¡Deja eso!
  • Ñamandu  dijo que lo hiciera.

No hubo discusión alguna, la niña con las manos comenzó a crear una imagen, tomó como modelo la cara de un joven que habitaba en un caserío cercano. Cuanto más deseó lograr el parecido, más se alejó de la realidad. Le pareció que el barro tomó formas que ella no había delineado, las orejas eran distintas, las cejas se habían alzado y los ojos parecieron abrirse. Ella, la imperfecta, había creado a otro imperfecto o quizás él se estaba creando solo.

¿Por qué no te quedas quieto? ¡Déjame hacer!

  • ¡No!  Seré como debo ser, como el Origen quiere.

Vera Mirí, se asustó al oír la voz, retrocedió un poco y lo miró.

  • ¡No puedo creer que hayas hablado! Eres polvo, agua, nada más.
  • Soy mucho más que eso, formo parte del origen, pero no temas, no seré un ser eterno.
  • No sé qué contestar,  me has asustado.

Retrocedió para salir corriendo y llegar otra vez al rio, pero ya no se veían sus senderos, sus huellas, el agua había tapado todo. Los más pequeños se bañaban, algunos más grandes juntaban guijarros para jugar al Yaguareté y los Perros. Unas mujeres juntaban cañas de takuapí para preparar flautas de pan. “Todo sigue igual” —  pensó — “¡Pero él me ha hablado, eso no es posible!”

Retomó el sendero y se dirigió hacia la choza. Cuando se acercó al camino que venía desde el sur,  escuchó unos ruidos, notando que alguien se acercaba. Quedaron enfrentados,  ella se asombró y él se sintió sorprendido por ver a esta pequeña mujer, que lo miraba con firmeza.  Entonces ella extendió la mano, hasta tocarle la cara y entonces comprendió que era un ser real. Giró y corrió hasta donde estaba su creación. Vio que no eran parecidos, eran idénticos. Lo tomó entre las  manos y lo miró otra vez.

  • ¿Quién eres?
  • Te he dicho, soy mucho más de lo que te imaginas.
  • ¿Qué eres?
  • Sólo algo efímero, imperfecto, sólo Ñamandu es perfecto. ¡Tú lo sabes!

Cayó de sus manos y se destrozó. Ella trató de juntar los fragmentos, pero era inútil, cada vez eran más pequeños, se partían una y otra vez, hasta quedar reducidos a polvo.

Salió de su casa y vio que el joven llegado del sur, la aguardaba al lado de un árbol. En el rostro de él, se reflejaban varias preguntas que su boca no iba a pronunciar. Ella lo entendió. Supo que no podía huir, entonces se acercó.

  • Soy Vera Mirí de los Mbyá.
  • Soy Eugenio, de los Tekoa Yma.
  • Ñamandu me hizo saber que vendrías.
  • Ñamandu me hizo llegar acá.

 

Comentarios

@MABAT20

15/03/2017



Interesante cuento autóctono. Felicitaciones!!!