El último sacrificio


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Escrito por
@RUYVALENTE

16/01/2017#N61999

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EL ÚLTIMO SACRIFICIO

 

Vinieron de noche. Eran muchos hombres armados con lanzas, hondas y hachas. Pertenecían todos a la guardia del Consejo de las Trece Aldeas, las cintas que ceñían sus antebrazos denunciaban su procedencia. Los discípulos se juntaron alrededor de su Maestro, todos menos uno. El Maestro, varón manso y pacificador, había recorrido los polvorientos caminos de la tierra tarkasiana, ya bajando a los fértiles valles umbríos ya subiendo a las resecas montañas, para llevar su mensaje salvífico al labriego, al artesano, al escriba, a la madre, al joven y al anciano; al malo y al que se tenía por bueno. Ahora estaba rodeado por quienes lo habían acompañado en su peregrinaje evangélico, a excepción de uno, y los carceleros enviados por el Consejo para prenderlo. Ambos grupos ocupaban posiciones concéntricas respecto de Él. El círculo más íntimo lo componía el reducido número de sus discípulos; a cinco pasos de distancia, se cerraba el otro círculo, el de los captores, y estos eran muchos. A empujones abrieron una brecha y llegaron hasta el Maestro; le pusieron una soga al cuello como a una bestia de carga y se lo llevaron. Muchos discípulos cayeron al piso y lloraron, otros clamaron a Dios, pocos intentaron liberarlo y fueron brutalmente reprimidos, algunos Lo siguieron desde lejos, pero, finalmente, todos se desbandaron. Todos menos uno. Ése estaba sobre la rama de un árbol viendo como prendían y se llevaban al Maestro. No sintió pena. Él lo había entregado: había puesto en su morral una pieza de oro robada del erario público. La suerte del Maestro estaba echada.

Ése presenció disfrazado la parodia de juicio en la que pusieron dos testigos falsos y ése disfrutó morbosamente el momento en que se pronunció sentencia de muerte sobre el Maestro. Ése no se sentía arrepentido; Tarkasia necesitaba un caudillo guerrero, no un predicador de la paz; Tarkasia necesitaba un lobo alfa, no un manso cordero. Sacaron al Maestro fuera de la ciudad, lo arrastraron hasta una loma y lo clavaron en la horqueta de un árbol solitario. Expiró clamando a Dios y de sus labios salieron palabras que evocaban el cumplimiento de antiquísimas profecías.

El traidor se compró un campo con el pago que le dieran los del Consejo de las Trece Aldeas por su traición. Edificó allí y, cuando iba a inaugurar, una columna cedió y le partió la cabeza. Nadie se sorprendió: los vivos saben que son los únicos que mueren. Antes de que su alma dejara el cuerpo, su memoria se expandió hasta alcanzar cada instante de su vida, desde el útero hasta la traición, después vinieron el vacío y la oscuridad. Así pasó un instante eterno hasta que las tinieblas lo parieron dentro de nuevos cuerpos y nuevos mundos.

Fue un gusano en el planeta Kalion del sistema solar Derim en la galaxia Háliax. Allí tuvo una vida breve, cumplió el ciclo biológico y expiró. En Idridion 4, de la misma galaxia, fue un insecto semejante a una cucaracha, pero a poco de salir del capullo pereció aplastado bajo la gigantesca pata de una megabestia. En Rimina 2, de la Vía Láctea, encarnó en una tortuga marina que logró salir del huevo y orientarse hacia la playa, pero un aguilucho lo atrapó antes de que alcanzara la seguridad del mar y lo devoró. Nació ciego en Áderal 3 y fue leproso en Dinus 5. Fue esclavo en cuatro mundos distantes entre sí del Cúmulo de Virgo y vivió parapléjico durante tres cuartas partes de su vida en el planeta Gob del sol Shule, Vía Láctea. Eones de nacimientos y muertes, de encarnaciones en multitud de formas en mundos dispares, de expiar su culpa por haber entregado a un avatar, al Mesías. Como Jacob, en su sueño en Bet-El, fue ascendiendo penosa y lentamente los peldaños de la escalera evolutiva por donde transitan las almas hacia la bondad y la sabiduría. Las sucesivas reencarnaciones lo santificaron y volvió a nacer por última vez en Gaia, la Tierra, el tercer planeta en torno a una estrella amarilla llamada Sol de la constelación de Casiopea, en el seno de una civilización preindustrial.

Acontecimientos portentosos anunciaron públicamente su nacimiento y el bebé fue adorado por reyes y pastores. Ejerció una noble profesión y, llegado a la medianía de edad, dejó el hogar paterno y salió a las aldeas a difundir el mensaje que le fuera encomendado de lo alto. Hizo sanidades a montones y liberó a muchos de la esclavitud del pecado y el odio. Juntó a su alrededor un grupo de discípulos que recogieron sus palabras y las hicieron Escrituras para las futuras generaciones.

Una noche en que oraba en un olivar, vino uno de los suyos hasta Él y lo entregó con un beso, los otros en seguida le pusieron una soga al cuello y se lo llevaron. Todos sus discípulos lloraron cuando el Maestro fue clavado en la cruz. Todos menos uno, el que le había besado. Sus miradas se cruzaron en la agonía de la cruz y el Mesías crucificado lloró por el traidor porque en sus ojos se vio a sí mismo.

 

Comentarios

@LILIANABRUJI

16/01/2017



muy buen relato!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Gracias!!!!