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Escrito por
@CRUZ_DEL_SUR

15/12/2016#N61758

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En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a su

En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.

En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.

En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.

En un cálido día de octubre del 48 a.C. una joven astuta, de 21 años, se levantaba dispuesta a jugársela a todo o nada.  Tenía un plan.  Y lo ejecutó de una forma tan original, y arriesgada, que le hizo ganarse de forma más que merecida el apodo de “Reina del Drama”. Haciendo gala de su magnetismo y astucia, se presentó en  palacio  envuelta en una alfombra, con el fin de ganar  simpatías y de paso, salvar su cuello y el trono de su país.

 

Un general de 52 años, casado, mujeriego y simpatizante de todo aquel que corre riesgos por alcanzar sus deseos, iba a recibir un regalo de lo más exótico.  La joven, deseosa de reunirse con él, única jugada que le quedaba para recuperar el trono, tenía que entrar en su país sin ser vista para evitar la sentencia de muerte que recaía sobre ella, cortesía de su marido y hermano.

Partamos de la base de que la dama en cuestión no era una mujer cualquiera, muy a pesar de lo que han escrito sobre ella.  Era una mujer fascinante, interesada por ciencias como la Astronomía y todos los libros que se hallaban en la Biblioteca de Alejandría, el corazón del mundo que tanto quería. Para cuando  se presentó ante ese general en palacio,  sabía hablar más de nueve idiomas, poseía una gran astucia e inteligencia y era una fina observadora que supo averiguar los deseos del general, antes de que él mismo los supiera.

Tal fue el truco genuino de la dama: adelantarse a cumplir los deseos de ese hombre al  que quería conquistar mediante una observación calculada de su “'presa”.

Pero ésta es una historia de seducción e instinto de supervivencia y no de amor, por lo que ella no sólo apostó a sus armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

Para Cleopatra, la disyuntiva frente a Julio César era el sexo o la muerte.

s armas de mujer para conquistarle, sino que recurrió a todo aquello que pudiera garantizarle una victoria.  Había ido  por todo o nada,  y no iba a escatimar en picardía.  Si la descubría su hermano y esposo, moriría. Si  no conseguía que el general estuviese de su parte, moriría. Y como recurso, sólo se tenía a ella misma.

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