El día después del hombre que se divorcia


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Publicado por
@JORGE22

22/02/2009#N25438

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Según un mito muy difundido el hombre que se divorcia tiene "via libre": recupera su "libertad" de salir con cuanta mujer se le cruce, se aleja de sus responsabilidades familiares, se convierte en un alegre soltero. Este mito está alimentado por la conducta de algunos hombres que, efectivamente, actúan y/o se exhiben así. Pero, de ninguna manera, ésa es la realidad generalizada entre los hombres recién divorciados.

Lo que observo en mi contacto permanente con hombres a través de grupos, talleres y seminarios es distinto. Inmediatamente después de divorciados los hombres se enfrentan con situaciones y vacíos dolorosos. Como la costumbre indica que es él quien se va (o "debe" irse) del hogar común, el varón se encuentra con la pérdida de sus escenarios cotidianos, de sus rincones domésticos, de sus rutinas, de olores y aromas conocidos, de sensaciones asociadas a lugares. Si tiene hijos, pierde el contacto y los espacios comunes con ellos, pierde el día-a-día de su paternidad. El único lugar que sigue siendo suyo suele ser el espacio en el que trabaja (oficina, consultorio, estudio, fábrica, etc.) y lo más común es que se aferre a él: permanece más horas allí, se inventa tareas y compromisos laborales. Convierte a lo laboral y profesional en una especie de "muleta". Lo mismo puede ocurrir con ciertas relaciones que establecen mujeres: aunque ni lo digan ni lo hagan consciente, lo que buscan es "llenar" vacíos afectivos dolorosos y profundos y tratar de ratificar lo que muchos divorciados perciben como una herida en su identidad de hombres.

Por educación (y no por naturaleza) el varón está disociado de sus sentimientos. Ha sido preparado más para la acción y para la producción que para la emoción, la reflexión y la mirada interior. No aprendió (no le enseñaron, no tuvo modelos masculinos) a tomar contacto con sus sentimientos, a nombrarlos, a expresarlos. En consecuencia se siente confundido, desorientado, sin patrones de comportamiento sensible, ante una situación emocionalmente dolorosa como es el divorcio. Y apela a lo conocido: escapa de lo "blando", lo "femenino", bloquea sus partes sensibles y redobla lo "masculino". La consecuencia no la anulación del dolor, sino un sufrimiento silencioso, que se manifiesta en conductas que vistas desde afuera -especialmente por las mujeres- pueden resultar insensibles, incomprensibles, "irresponsables".

Sin embargo un hombre recién divorciado es, en la mayoría de los casos, un hombre que sufre, que teme a la soledad, que carece de las redes de solidaridad que habitualmente suelen rodear a las mujeres (madres, amigas, compañeras e, incluso, la ley). Que no sepa expresarlo, que no pueda hacerlo, no significa que no lo experimente.

Así como la preocupación central de una mujer recién divorciada pasa por lo económico ("¿Cómo me mantendré?", "¿Podré sola?'", "¿No le faltará nada a los chicos?"), las del hombre -acostumbrado desde chico a trabajar para mantener y mantenerse- se centran en la paternidad. El mayor temor masculino en estos casos suele ser el de perder contacto con los hijos, el de ser culpado por ellos u olvidado en la cotidianeidad. Esto está reforzado por la tradición segœn la cual los hijos permanecen con la madre, lo cual si bien puede ser explicable en bebés de meses no tiene sustento científico ni razonable en otras edades. La ley habla de que los hijos deben estar "con el más idóneo". Y, fuera de las creencias y los mitos, nada dice que "naturalmente" esa es la madre. Depende de cada historia, de cada caso, de cada madre, de cada padre. Sin embargo hijos y dinero suelen ser, de un lado y de otro, elementos de presión para continuar las disputas matrimoniales a través del divorcio.

En síntesis, en el día después el hombre divorciado enfrenta:

*Un cambio profundo y dramático de rutinas y escenarios, que lo desorienta, lo atemoriza y repercute en sus conductas, salud y estado de ánimo.

*Un desconocimiento del know-how doméstico para organizar su nuevo espacio y su vida cotidiana no laboral.

*Desconocimiento de sus derechos legales, en lo económico y, sobre todo, en cuanto a la paternidad, que lo lleva a "borrarse" antes de ejercerlos o a elegir mal los abogados que pueden orientarlo.

*La presión del machismo social para que demuestre que "está en carrera", es decir que el matrimonio no le ha hecho perder "masculinidad". Esto se manifiesta a través de la expectativa de otros hombres que lo impulsan a sumarse a ellos (solteros) o a hacer lo que ellos quisieran y no pueden (casados). Y de las mujeres que lo convierten en un nuevo "soltero disponible". Un hombre tiene que tener muy en claro sus búsquedas en la nueva vida para escapar a estas presiones.

*En la mayoría de los casos, una añoranza de sus hijos que lo lastima profundamente y sobre la que suele hablar y exteriorizar poco.

Es cierto que hay hombres que desaparecen, no se ocupan de sus hijos y no cumplen con obligaciones legales. Pero son una minoría, aunque se habla más de ellos que la de la mayoría silenciosa de divorciados que atraviesan su crisis de otra manera. Esos hombres, en mi opinión, le hacen un gran daño a la mayoría de los varones, los convierten a todos en sospechosos y deben ser denunciados y rechazados en primer lugar por los propios hombres. El resto, la mayoría de los hombres que se divorcian, sufren por el final de un proyecto amoroso, atraviesan la crisis con mayor o menor conciencia, algunos retoman proyectos, se encuentran con partes postergadas de sí mismos, se preguntan por su propia vida como varones. Otros tratan, mientras viven momentos de confusión, de temor, de desorientación, de ser los mejores padres para sus hijos.

Sergio Sinay

 

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