HISTORIAS DE RABINAS .........


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@CECILYA

10/11/2019#N70954

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En medio de las luchas por equiparar derechos, me impresionaron,  tres mujeres conociendo sus historias de vida y vocación comparto una... fue un artículo de Página 12 del 14 de julio pasado, por si alguien quiere leer las otras dos ...valen la pena..
 
Historias de líderes religiosas en la comunidad judía argentina
Rabinas
En 1994 se graduó la primera rabina en el Seminario Rabínico Latinoamericano, el único lugar de la región que forma a las líderes religiosas de la colectividad judía. Esa pionera fue Margit Oelsner-Baumatz, nacida en Breslav, Alemania, durante el ascenso del nazismo. Actualmente, cinco mujeres estudian la carrera rabínica. Aquí, tres historias que dan cuenta de cómo es ser mujer religiosa en la comunidad judía en la Argentina.

“¿Abuelo, cómo no vamos a ir al templo porque llueve? Dios está igual”, inquirió cuando era una niña Silvina Chemen. “Mi abuelo era el que siempre me llevaba al templo”, recordó. Hoy Chemen, junto con al rabino Daniel Goldman, está al frente de Bet-El, la comunidad conservadora que fundó en el país Marshall Meyer en la década del ‘60. “De chiquita nunca dije que quería ser rabina. Lo único que quería era ser morá –maestra– como mi mamá, que era la mejor maestra del mundo”, agregó. Su vínculo con la educación comenzó temprano, después de bat mitzvá. Uno de los profesores de la primaria le pidió a Chemen que lo ayudara a preparar a las chicas de sexto grado para el ritual. “A los catorce ya era organista del templo y a los 15 dirigía el coro. Después me dieron las llaves del templo”, dijo la rabina entre risas. “Era la época de la dictadura y mis viejos no me dejaban ir a ningún lado, salvo al templo. Y cuando no había minián allá, me venía a Bet-El caminando, me sentaba en la última fila y rezaba. ¡Y terminé en este templo sin proponermelo!”, agregó. Chemen nació en 1962 en una familia sefaradí que vivía en el Tigre. “Yo me crié en la calle, jugando con mis vecinos. Nunca me enteré de que había problemas entre judíos y cristianos porque jugaba con todos y en el verano sacábamos la tabla de la puerta, poníamos dos caballetes, comíamos todos juntos en la calle y mi abuelo fumaba toscano para que no nos piquen los mosquitos. Esa fue mi infancia”, contó. Su madre, apodada Titi, era maestra y su padre, Jack, tenía un negocio de arreglo de electrodomésticos sobre lo que hoy es la 9 de Julio.  “Mis padres eran re humildes. En la cocina había una lata que decía ‘Para la educación judía de las nenas’ y ponían plata ahí. Todo lo que ganaban era para poder pagar una escuela judía”, afirmó Chemen. En primer grado comenzó a asistir a una escuela sefaradí de Acassuso y, cuando con su familia se mudaron a Capital, fue a Shalom y a Rambam, una institución ashkenazí donde hizo el secundario. “Mis padres decían que ellos tenían la tradición, porque respetaban tradiciones, pero que no me podían transmitir el significado de las cosas”, dijo. Cuando tenía diez años, Chemen decidió copiar a mano el Ma Nishtaná para todos los comensales del Seder de Pesaj. “Con los años fui armando yo el Seder y me preguntaban a mí lo que iba en la keará. Siempre vivimos la tradición judía con muchísima alegría”, recordó la rabina.  Cuando terminó el secundario, Chemen empezó a prepararse para ser morá de música. “Era la mejor manera de enseñar judaísmo, hebreo, tradiciones y plegarias”, opinó. En paralelo, siguió trabajando en instituciones judías, pero quería completar su formación intelectual. “Siempre estuve metida en un frasco judío, entonces me anoté en la universidad en Ciencias de la Comunicación”, explicó. La bibliografía de la carrera le permitió interpretar de otra forma los textos de la tradición judía. “Yo soy comunicadora y mi rol es la traducción de un judaísmo milenario a una espiritualidad de sentido hoy día”, aseguró.  Chemen también trabajó en sinagogas donde ofició como rabina para festividades religiosas, casamientos, entierros y bar y bat mitzvá. En el 2000, cuando su hijo menor entró a la escuela, decidió terminar el rabinato. “Yo tocaba el piano, cantaba, predicaba y, cuando no había rabino, yo me quedaba de pseudo rabina. Quise legitimar eso”.  En el seminario se encontró con algunas dificultades. Chemen contó que no faltaron docentes que, sin rechazarla abiertamente, manifestaban su disgusto por tener a una mujer en el rabinato. “Cuando un profesor te elige un tema donde denostan a las mujeres y te lo hace estudiar, ahí hay una decisión”, remarcó ella y confesó que muchas veces pensó en abandonar la carrera. “Mi marido siempre me decía que yo tenía que trascender las miserias humanas y seguir la vocación. El me decía: ‘¿Les vas a regalar a ellos tu vocación, tu deseo?’”, relató. Con el amor y el apoyo de su familia, Chemen se recibió de rabina en 2006. Para terminar sus estudios, Chemen tuvo que irse a Israel durante un semestre junto a Héctor, su marido, y sus dos hijos, Ariel e Ilán, que en ese entonces tenían 17 y 9 años, respectivamente. Ya en ese entonces, la figura de Chemen en la colectividad era reconocida por su participación en congresos y encuentros. Es así que Bet-El, que también era la escuela de sus hijos, le ofreció trabajo como rabina de la comunidad antes de que viajara a Jerusalén. “Ellos (la comisión directiva de Bet-El) me dijeron que me fuera y que me esperaban”, contó.  Según Chemen, en otras comunidades se relega a las mujeres a roles menos respetados o que a los rabinos varones no les interesa ocupar. “Te dan el horario de plegaria más temprano porque viene poca gente o hacen subir al cantor para que diga una plegaria que las mujeres, según no sé qué fuente, no la pueden decir”, manifestó. La rabina aseguró que eso jamás le sucedió en Bet-El. “Dani (Goldman) desterró ese sentido de que él mandaba y yo tenía que obedecer y ocupar los lugares menos respetados. Siempre me puso en un lugar de absoluta igualdad y la comunidad ve eso. No aprenden de lo que decimos, sino de lo que hacemos”, sostuvo. Goldman y Chemen continúan con el lineamiento de Meyer de estar a la altura de la necesidad de su tiempo. Los actuales rabinos de Bet-El fueron los primeros que hicieron casamientos entre parejas del mismo sexo en Argentina. “Si yo soy parte del pueblo judío, masacrado en la Shoá, perseguido en la Inquisición y si soy parte de la sociedad argentina, con una dictadura cívico militar en los hombros, cualquier lucha por la ampliación de derechos de cualquiera para mí es un mandato religioso. Yo lo entiendo así”, determinó.

 

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