Una Reflexion sobre tantos años vividos


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Publicado por
@THUBAN

15/06/2005#N5939

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Si tenemos en cuenta que en mi región española, Cataluña, el término medio de vida de los hombres se estableció recientemente en 78 años, (no sé porque siempre es uno o dos puntos menor que el de las mujeres), he tomado conciencia de que acabo de entrar en la etapa que podríamos llamar "de yapa", que me va concediendo el Creador, quizás por mi buen comportamiento, (modestia aparte).

Hace poco cumplí los setenta y nueve años de edad, lo que me incluye ya en esta condición, que de todas las maneras es muy elástica, ya que precisamente es la materia imprecisa de ese valor, es lo que le da la ventaja de que no sabemos su verdadera dimensión, virtud que nos tendría que motivar a dos cosas primordiales: La primera a estar preparados anímicamente a su término y también, ¡ojo!, físicamente, cuidando al máximo nuestra salud y no pasarse de listo; tenemos que tener en cuenta que nuestro cuerpo es como una casa alquilada y lo tenemos que conservar lo mejor posible, tanto por amor a él como por la conveniencia de que esté siempre diez puntos o lo más aproximado posible, pues de ello depende en gran parte la llegada más o menos tardía del último segundo; y la segunda, a no temer a ese final ya que como sabemos que es inevitable, no tenemos porque tenerle miedo, al contrario, no preocuparnos demasiado y sí procurar estar serenamente preparados para cuando llegue la hora.

Tampoco tenemos que tener miedo de hablar de ella, ni de pensar en ella, al contrario creo que lo último, lo tenemos que hacer frecuentemente.

Pensemos que ese momento de este paso tan importante, es eso solamente: Un momento, un abrir y cerrar de ojos; lo que sí que todos deseamos es que llegue de manera suave, tranquila, sin temor, sin dolor.

Lo primordial es que podamos estar contentos y orgullosos de lo que hemos hecho en nuestra vida y las huellas que podemos dejar de nuestro paso por ella. Cosa difícil en verdad, pues todos somos débiles y mal preparados para forjar el espíritu de nuestros hijos, adaptarnos a la mujer que escogimos para acompañarnos en ella y ser su madre, a prepararlos suficientemente a emprender la gran aventura que ella representa, forjar su carácter, educarlos, a que sean honestos, saludables, comprensivos y sobre todo con una gran capacidad de Amar, esto con mayúscula, pues siempre he creído que sin Amor no hay nada que valga la pena.

No sé si solo me pasa a mí, pero creo que debe ser común a mucha gente, o mejor dicho, a muchos padres, el pensar que no lo hemos hecho bastante bien. Yo me quiero justificar interiormente en el hecho de que no tuve la gran felicidad de tener a mi padre junto a mí por mucho tiempo, ya que lo perdí demasiado pronto, cuando tenía nueve años de edad, y puede que sí, que me ha hecho mucha más falta que la que a mí me parece, pues no he tenido maestro en quien fijarme ni de quien aprender para poder serlo.

Por lo que me contaron de él, tengo la seguridad de que él era un hombre cabal, honesto, inteligente, muy querido y respetado por todos, modelo que no dudo hubiera influenciado fuertemente en mi manera de ser y de forma muy positiva. Muchas veces he pensado como sería ahora, si hubiera tenido el tiempo que se considera normal y necesario a mi lado. Pero nuestra vida está llena de estos "si..." y no dudo que habría sido muy diferente, pero somos y hemos seguido así y no hay nada que hacer. Tenemos que hacer nuestro balance honestamente sin los "si...".

La madre, a la que nunca queremos lo que se merece, por mucho que creamos que lo hacemos, nos da la vida, que es el todo y todo su amor, que nunca podremos imaginarnos lo grande que es. Nunca nosotros, los hombres, podemos comprender lo que representamos para nuestra madre; tan solo otra madre puede hacerlo. Pero todo el amor de la madre, ni la vida que nos ha dado, por si solo, son suficientes para formar el espíritu de nuestros hijos; y ahí es donde entramos nosotros, los padres, que siempre queremos que ellos sean un poco por lo menos, mejores que nosotros mismos, por lo que procuramos su buena educación, darles mediante buenos consejos y ejemplo, el temple necesario para emprender la lucha por la vida, que verdaderamente, cada día que pasa es mas dura; crear en sus corazones el espíritu de hermandad y que entre ellos, a pesar de las diferencias que es lógico tengan, reine siempre buena comprensión, paz y cariño.

Durante unos dos meses he vivido, una buena parte de ellos acompañándolo en la enfermedad e internación, de un familiar muy querido que tuvo que sufrir inútilmente para llegar inevitablemente al fin, al momento supremo que lo borra todo de un soplo. Muchas veces, mientras le acompañaba, estuve pensando en lo que representa para cada uno de nosotros este momento tan importante. Yo no sé si allí termina todo; no hay duda que toda persona, aparte del cuerpo físico, tiene algo intangible pero innegable, a lo que podemos llamar alma, espíritu, mente, esta incomprensible y maravillosa capacidad de raciocinio que tenemos. Esta alma, que por etérea, es inmortal; (he razonado en otros ensayos el hecho que el cuerpo es solamente el vehículo y sostén del cerebro que es digamos, habitáculo de la misma); al morir el cuerpo ¿dónde va?

Cuando éramos chiquitos, (tuve mi enseñanza siempre en colegios religiosos) al estudiar el Catecismo, la doctrina cristiana, nos enseñaron que había un Cielo y un Infierno, incluido un Purgatorio intermedio, donde iban a parar las almas una vez separadas de sus respectivos cuerpos; al Cielo van las correspondientes a las personas que durante toda su vida terrenal han vivido en paz consigo mismos y con su prójimo, cumpliendo con los Mandamientos que Dios nos impuso; al Infierno, lógicamente, los malos, y en la antesala del Purgatorio, aquellos que no fueron malos del todo, sino que tienen la oportunidad, mediante penitencia, de redimir sus culpas y poder entrar en el Reino de los Cielos.

Personalmente creo que aquellos no son lugares materiales, sino un estado de ánimo o anímico: Si es una persona que durante su vida ha seguido los cánones de la ética, ha tenido buenos sentimientos y ha sentido Amor por los suyos, restará en la Eternidad en paz y bienaventuranza, no en un lugar preciso, sino que, al ser etérea, restará en todo el Universo, gozando de ellas, ignorando nosotros los posibles lazos que les puedan unir de alguna manera desconocida con su terminada vida terrenal. Y las otras, las que han llevado una vida tormentosa, con maldad en sus corazones, sin límites éticos, sin Amor, así deambularán por el Universo padeciendo el peor de los castigos: La falta de Amor, la soledad en su máxima expresión.

¿Seguiremos sintiendo, gozando o recordando? No creo en la idea de que con la muerte todo se termina; como escribió mi hermano, al final de un responso a un amigo: "...y una voz me dirá, segura y clara, que cuando ya todo está muerto, no todo es ceniza"

Siempre nos duele la muerte de nuestros seres queridos y siempre procuramos consolarnos en parte, diciéndonos que es la Ley de la Vida. Sabemos que esta es la Ley, pero hay diferentes grados para sentir este consuelo, pues cuando pierdes un ser querido de edad ya avanzada, el consuelo puede ser mas justificado al pensar que es el fin inevitable para todos nosotros, pero cuando perdemos a alguien de corta o mediana edad, es diferente.

Recuerdo cuando falleció mi padre; yo tenía nueve años y no pude valorar en aquellos momentos la gran pérdida que para mí representó a lo largo de toda mi vida, pero pienso en el gran dolor que tuvo que sentir mi madre y los otros ya mayores que le rodeaban; ¿y sus padres? El abuelo Juan y la abuela María, ¿cómo sería de grande su dolor, que ya nunca más fueron los mismos, se les terminó para siempre la alegría en sus corazones, que se habían llenado de tristeza y desesperación?. ¿Cómo podemos comprender su dolor día a día, momento a momento los ocho o diez años que lo sobrevivieron? Hoy, padre, me desespero solo de pensar en la posibilidad, Dios nos guarde, de perder algún hijo. Debe ser lo peor que le pueda pasar a un padre o una madre.

Personalmente no le temo a ese momento supremo; sé que he hecho algunas cosas mal hechas en mi vida, pero creo que ninguna de grave, por lo menos conscientemente, por lo que dejaría de serlo pues según nuestras creencias, para que sea una acción pecado, es necesario que haya conocimiento y conciencia de que lo sea. Si no crees que es malo, no cometes pecado.

Cuando medito sobre ese momento tan trascendental, me invade una gran tristeza y lástima al pensar en lo que sufrirán mis seres queridos cuando les deje, cuando toda mi vida he procurado evitarles los malos momentos y si alguna vez no lo he conseguido, no habrá sido por falta de voluntad.

Yo les pediría que no sufrieran demasiado cuando llegue ese momento, piensen que he vivido, gracias a Dios, una muy larga vida, más buena que mala, a pesar de todas las grandes vicisitudes que he pasado, que he disfrutado mucho de todos ellos: De mi querida esposa, por tan largo tiempo fiel compañera y amorosa madre de mis hijos; a vosotros, queridos hijos míos de los que me he sentido siempre tan orgulloso; de los cuatro capullos que me habéis dado y que tan pronto se han convertido en estas hermosas rosas que son mis nietas; a todos mis hermanos, parientes, amigos, a todos os doy las más expresivas gracias por haberme acompañado y querido.

Para terminar, quiero usar aquellas sabias palabras que tantas veces pronunciamos sin pensar en lo que significan: "... y perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido". @

(*) Josep Turull Bargués, Ramos Mejía, Buenos Aires, Argentina. Mayo 1999.

 

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