TOMÁS EL ORTODOXO de Aida Bortnik
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@MONI2020
TOMÁS EL ORTODOXO de Aida Bortnik
“Tomás era un niñito muy prolijo. Tanto, que casi, casi, no parecía un niñito. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado. Estaba siempre limpio y e iba a dormir cuando los niñitos tenían que irse a dormir. Todos sus juguetes estaban enteros, brillantes y en el estante correspondiente. Estaba tan preocupado por conservar todos sus juguetes, que nunca jugaba con ellos. Tomas era un niñito al que no inquietaban el vuelo de los ajaros ni el funcionamiento de su cuerpo. Tomas era un joven muy disciplinado. Tanto, que casi, casi, no parecía un joven. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado. Estaba siempre prolijamente vestido y educado con las chicas y respetuoso con los mayores. Estaba tan preocupado por repetir bien sus lecciones que nunca sabia de que estaba hablando. Tomas era un joven al que no inquietaban el rotar de las estrellas ni el bullir de su sangre. Tomas era un hombre muy ordenado. Tanto, que casi, casi no parecía un hombre. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado, nunca se comprometía demasiado. Estaba siempre del humor justo y trataba cortésmente a las mujeres, a los mayores, a los jefes y a los subordinados. Estaba tan preocupado por cumplir con todos sus deberes que nunca tuvo tiempo para saber que significaban. Tomas era un hombre al que no inquietaban el destino de la humanidad, ni el significado de sus pesadillas. Tomas era un marido muy metódico. Tanto, que casi, casi, no parecía un marido. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca daba demasiado. Cuando era preciso se disponía a hablar brevemente, escuchar brevemente y proceder brevemente, durante el abrazo. Estaba tan preocupado en observar todas las reglas del matrimonio que nunca se le ocurrió disfrutar. Tomas era un marido al que no inquietaban los fantasmas de la felicidad, ni los demonios de los celos. Tomas era un padre muy riguroso. Tanto, que casi, casi, no parecía un padre. Nunca preguntaba bastante, nunca pedía bastante, nunca curioseaba bastante, nunca intervenía bastante, nunca se comprometía demasiado, nunca daba demasiado, nunca esperaba demasiado. Estaba siempre dispuesto a juzgar y a ordenar, sin olvidar los buenos modales. Estaba tan preocupado por ejecutar todas las obligaciones de la paternidad que nunca pudo conocer a sus hijos. Tomas era un padre al que no inquietaban las frustraciones de sus sueños, ni las posibilidades de una guerra. Tomas murió una mañana de verano. Lo enterraron por la tarde. Por la noche comenzaron a olvidarlo. El señor lo observo en silencio, mientras escuchaba el minucioso relato de sus deberes cumplidos. Después suspiro - el Señor, Tomas jamás suspiraba- y dijo: Cada siete días, cuando orabas prolijamente tus oraciones, sin olvidar ninguna palabra, yo esperaba. Como esperaron tus padres y tus hijos, tus maestros y tu mujer, tus compañeros y tus ángeles. Esperaba que preguntaras algo, que pidieras algo, que exigieras algo, que sintieras algo demasiado poderoso para ser controlado. Esperaba que te encontraras o te perdieras. Esperaba, como todos esperaron, que me necesitaras. Pero me has dado a mí, regularmente, cada séptimo día, lo mismo que le has dado a la vida: una devoción vacía. Tú eres el único fracaso imperdonable para la Creación: un hombre que no la cuestiona. Vete, Tomás -concluyó el Señor-, también yo quiero olvidarte.”
Pobre Tomas, hasta Dios lo hizo a un lado, sin embargo y para los que creen en la transmigración de las almas, quizas la de Tomas era aun un alma demasiado joven, sin historia ni inquietudes. Pero que clase de Dios aquel que quiere olvidarse de sus ovejas? O será que no hay un Dios y Tomas quizas sea esa parte de la humanidad que en el cuerpo humano podría estar representada por ejemplo por la parte de atras de la rodilla, un lugar en el que nunca pienso salvo cuando me pica. Quizas en la próxima vida Tomas sea algo mas imprescindible, como por ejemplo, el hígado o el corazón y no calle tanto porque un corazón nunca calla y sin hígado el cuerpo humano no puede vivir.
"Cuenta la historia que había un judío piadoso que, todos los años, para Iom Kipur, hacía su vidui (confesión) y se debatía preguntándose por qué no había sido capaz de comportarse lo suficientemente bien durante el año.
Finalmente, decidido a mejorar definitivamente, encaró un ambicioso proyecto: evitar cometer cualquier desliz y completar el año en tal estado de pureza que resultase innecesario confesarse. Se trataba de un desafío mayúsculo: cometer un jeth es, como la palabra lo indica (jeth=error), tan fácil como errar al disparar una flecha: ¡el blanco es tan pequeño!
Temeroso de cometer alguna injusticia en su trabajo, lo dejó y vivió austeramente de sus ahorros. Para asegurarse que no dañaría inadvertidamente a ningún ser vivo, por pequeño e invisible que fuere, se recluyó en su casa. Deseoso de evitar cualquier falta hacia sus semejantes, evitó el contacto con otras personas –salvo el imprescindible durante los rezos, en los que era acompañado por nueve amigos que completaban su minián. Redujo al mínimo su comida y bebida, y sostuvo durante doce meses un estado de retiro casi absoluto.
Cuando llegó el siguiente Iom Kipur, comprobó con satisfacción que había logrado cumplir su propósito, y que nada ni nadie había sido capaz de distraerlo de su plan. A la hora del vidui, cerró su majzor y se dispuso a escuchar las confesiones de los demás con la tranquilidad de quien tiene su conciencia libre de toda culpa.
En lugar del coro de “Ashamnu, bagadnu…”, escuchó otra voz que le decía:
“Deberías redoblar tus confesiones”.
“¿Acaso no he evitado todo mal?” se preguntó sorprendido, “¿en qué pude haber errado?”.
“No erraste con ninguna de tus flechas porque te negaste a lanzarlas. Cometiste, así, el peor de los pecados al evitar el desafío de vivir”.
“Tomás era un niñito muy prolijo. Tanto, que casi, casi, no parecía un niñito. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado. Estaba siempre limpio y e iba a dormir cuando los niñitos tenían que irse a dormir. Todos sus juguetes estaban enteros, brillantes y en el estante correspondiente. Estaba tan preocupado por conservar todos sus juguetes, que nunca jugaba con ellos. Tomas era un niñito al que no inquietaban el vuelo de los ajaros ni el funcionamiento de su cuerpo. Tomas era un joven muy disciplinado. Tanto, que casi, casi, no parecía un joven. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado. Estaba siempre prolijamente vestido y educado con las chicas y respetuoso con los mayores. Estaba tan preocupado por repetir bien sus lecciones que nunca sabia de que estaba hablando. Tomas era un joven al que no inquietaban el rotar de las estrellas ni el bullir de su sangre. Tomas era un hombre muy ordenado. Tanto, que casi, casi no parecía un hombre. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca intervenía demasiado, nunca se comprometía demasiado. Estaba siempre del humor justo y trataba cortésmente a las mujeres, a los mayores, a los jefes y a los subordinados. Estaba tan preocupado por cumplir con todos sus deberes que nunca tuvo tiempo para saber que significaban. Tomas era un hombre al que no inquietaban el destino de la humanidad, ni el significado de sus pesadillas. Tomas era un marido muy metódico. Tanto, que casi, casi, no parecía un marido. Nunca preguntaba demasiado, nunca pedía demasiado, nunca curioseaba demasiado, nunca daba demasiado. Cuando era preciso se disponía a hablar brevemente, escuchar brevemente y proceder brevemente, durante el abrazo. Estaba tan preocupado en observar todas las reglas del matrimonio que nunca se le ocurrió disfrutar. Tomas era un marido al que no inquietaban los fantasmas de la felicidad, ni los demonios de los celos. Tomas era un padre muy riguroso. Tanto, que casi, casi, no parecía un padre. Nunca preguntaba bastante, nunca pedía bastante, nunca curioseaba bastante, nunca intervenía bastante, nunca se comprometía demasiado, nunca daba demasiado, nunca esperaba demasiado. Estaba siempre dispuesto a juzgar y a ordenar, sin olvidar los buenos modales. Estaba tan preocupado por ejecutar todas las obligaciones de la paternidad que nunca pudo conocer a sus hijos. Tomas era un padre al que no inquietaban las frustraciones de sus sueños, ni las posibilidades de una guerra. Tomas murió una mañana de verano. Lo enterraron por la tarde. Por la noche comenzaron a olvidarlo. El señor lo observo en silencio, mientras escuchaba el minucioso relato de sus deberes cumplidos. Después suspiro - el Señor, Tomas jamás suspiraba- y dijo: Cada siete días, cuando orabas prolijamente tus oraciones, sin olvidar ninguna palabra, yo esperaba. Como esperaron tus padres y tus hijos, tus maestros y tu mujer, tus compañeros y tus ángeles. Esperaba que preguntaras algo, que pidieras algo, que exigieras algo, que sintieras algo demasiado poderoso para ser controlado. Esperaba que te encontraras o te perdieras. Esperaba, como todos esperaron, que me necesitaras. Pero me has dado a mí, regularmente, cada séptimo día, lo mismo que le has dado a la vida: una devoción vacía. Tú eres el único fracaso imperdonable para la Creación: un hombre que no la cuestiona. Vete, Tomás -concluyó el Señor-, también yo quiero olvidarte.”
Comentarios
@AMIX
08/02/2015
Pobre Tomas, hasta Dios lo hizo a un lado, sin embargo y para los que creen en la transmigración de las almas, quizas la de Tomas era aun un alma demasiado joven, sin historia ni inquietudes. Pero que clase de Dios aquel que quiere olvidarse de sus ovejas? O será que no hay un Dios y Tomas quizas sea esa parte de la humanidad que en el cuerpo humano podría estar representada por ejemplo por la parte de atras de la rodilla, un lugar en el que nunca pienso salvo cuando me pica. Quizas en la próxima vida Tomas sea algo mas imprescindible, como por ejemplo, el hígado o el corazón y no calle tanto porque un corazón nunca calla y sin hígado el cuerpo humano no puede vivir.
@MONI2020
08/02/2015
Jaaaaaaaaaa!! Es para ver cómo se puede vivir sin honrar la vida, sin compromiso. Me hace acordar a la canción "El hombrecito del sombrero gris"
Y sí, hay almas más jóvenes que otras...Eso me cierra.
Pero no escuestión de Dios.
@MONI2020
09/02/2015
Creo que el sentido es diferenciar las acciones "caretas" de las auténticas ?' Y ver que no se trata de ir "cumpliendo", sino de sentir real compromiso con la vida, las acciones y los afectos, algo sincero...
Pone a "dios", creo, haciendo alución por un lado al Apocalipsis: "`Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca." (referido al no compromiso, a la vaciedad de implicancia. Y se relaciona , con lo que publicaste Ana, referido a un mensaje del Papa, donde habla de la sinceridad de los actos espirituales.
Y desde la creencia judía, aparece el mismo mensaje en un cuento:
"Cuenta la historia que había un judío piadoso que, todos los años, para Iom Kipur, hacía su vidui (confesión) y se debatía preguntándose por qué no había sido capaz de comportarse lo suficientemente bien durante el año.
Finalmente, decidido a mejorar definitivamente, encaró un ambicioso proyecto: evitar cometer cualquier desliz y completar el año en tal estado de pureza que resultase innecesario confesarse. Se trataba de un desafío mayúsculo: cometer un jeth es, como la palabra lo indica (jeth=error), tan fácil como errar al disparar una flecha: ¡el blanco es tan pequeño!
Temeroso de cometer alguna injusticia en su trabajo, lo dejó y vivió austeramente de sus ahorros. Para asegurarse que no dañaría inadvertidamente a ningún ser vivo, por pequeño e invisible que fuere, se recluyó en su casa. Deseoso de evitar cualquier falta hacia sus semejantes, evitó el contacto con otras personas –salvo el imprescindible durante los rezos, en los que era acompañado por nueve amigos que completaban su minián. Redujo al mínimo su comida y bebida, y sostuvo durante doce meses un estado de retiro casi absoluto.
Cuando llegó el siguiente Iom Kipur, comprobó con satisfacción que había logrado cumplir su propósito, y que nada ni nadie había sido capaz de distraerlo de su plan. A la hora del vidui, cerró su majzor y se dispuso a escuchar las confesiones de los demás con la tranquilidad de quien tiene su conciencia libre de toda culpa.
En lugar del coro de “Ashamnu, bagadnu…”, escuchó otra voz que le decía:
“Deberías redoblar tus confesiones”.
“¿Acaso no he evitado todo mal?” se preguntó sorprendido, “¿en qué pude haber errado?”.
“No erraste con ninguna de tus flechas porque te negaste a lanzarlas. Cometiste, así, el peor de los pecados al evitar el desafío de vivir”.
@MONI2020
11/02/2015
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