El cuento del tío.


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Escrito por
@FITO

22/02/2013#N42833

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El Cuento del Tío

 

  

Él les había contado mil historias sorprendentes a sus sobrinos bajo la higuera, pero nunca pudo terminar de escribir su propia historia. Los visitaba mensualmente, alrededor del día diez, tenía como hábito llevarles un presente.

Esa tarde del sábado, luego de contarles una historia asombrosa y lograr que los tres estuvieran atentos casi dos horas,  se levantó de la vieja silla de madera y paja para ir a la cocina y tomar una merienda, dos de sus sobrinos lo siguieron. Carlos, el menor, se quedó sentado, pensando, algo no le cerraba en las visitas del tío, pero como aceptando lo que sucedía se levantó para alcanzarlos.  

Cuando entró ya se habían servido el café con leche, en las tazas que llevaban grabado el nombre de cada uno. Algunos más café, otros más leche, todos con azúcar, el infaltable plato de tostadas y el de la mermelada casera que Amanda preparaba con los higos  y con la sonrisa amplia. 

Alguien había dicho algo gracioso, pero Carlos no supo quién. No pudo escucharlo y no quiso preguntar, pensó que era hacer repetir algo a alguien mientras otros se aburrían. Prefirió ir hasta el armario tomar la canela y luego del refrigerador, un poco de crema, así le gustaba su café. No prestó atención a la conversación. Miró a su tío, su ropa. Se dio cuenta que casi siempre llegaba con la misma campera gris que ahora  notaba gastada en los puños y en el cuello. Dijo suavemente:

 

      ¡Ahora vuelvo! – como para informar lo que iba a hacer, sin distraer.

 

Cerró la puerta y caminó por la galería techada que separaba los cuartos que daban al patio, de la cocina, del zaguán, la puerta a la calle y de la sala a la cual entró.

No había mucha luz en ella, las pesadas cortinas de paño, apenas dejaban pasar la luz del sol que se ponía sobre el jardín posterior. A la mañana la sala era distinta algunos rayos juguetones reflejaban colores sobre las paredes y sobre los otros muebles y cuadros, por el centro de cristal que adornaba la mesa.  

Cerca de una de las ventanas, en un viejo sillón de pana bordó  estaba apoyada la valija del Tío Martín. Carlos no dudó en abrirla, sabía que encontraría una muda de ropa y si alguien lo notaba, diría que sólo ayudaba y acomodaba. Lo sorprendió encontrar un cuaderno un poco gastado, que no sólo tenía sus propias hojas, también tenía otras guardadas dentro, dobladas. Tomó una de ellas. Estaba escrita prolijamente a mano y con tinta, al pie tenía una pequeña mancha. Su título lo atrapó – “Viaje a Estambul” de Richard Wilson. – Tomó otras hojas y se repetía la prolijidad, “Retorno de Java” de Jonson Tudor – “El Canal de Panamá” de Jesús Ortega.

Carlos, tenía entre sus manos las historias fantásticas, que su tío contaba en el patio del fondo, debajo de la higuera. Miró las hojas del cuaderno. Cada hoja tenía un encabezado, con un mes y un año. Luego una palabra “Jubilación” y un importe, luego en el renglón de abajo se encolumnaban otras palabras – “Presentes a los sobrinos” y otro importe – En el tercer renglón decía “Saldo” y una cifra. Carlos no tenía conocimientos contables, tampoco los necesitaba, se quedó mirando el cuaderno, hasta que esa realidad entró en su mente y logró que dos lágrimas aparecieran.

Su tío, cobraba una pequeña jubilación todos los meses y lo único que hacía era destinarla a comprar unos regalos para sus sobrinos, pero eso no le alcanzaba, no satisfacía su ansia de obsequiar. Les contaba historias robadas de libros de viajeros que quizás nunca conoció. Lo imaginó en una biblioteca, copiando con tintero y pluma cada aventura y convirtiéndose en protagonista de ellas.

Guardó todo en la valija marrón, de cuero gastado, con ternura, sintiendo amor y respeto. Volvió a atravesar la galería y entró a la cocina, sus hermanos, Amanda y Tío Martín todavía estaban ahí. Todos riendo, seguro por una loca historia de él.

Carlos quiso hacer uso de sus derechos de hermano menor para sentarse sobre las rodillas de su tío, como hasta hace poco lo hacía. Sólo atinó a pararse detrás de él, para abrazarlo y decirle cerca de su oído:

 

      ¡Te quiero! Te quiero mucho.

 

Amanda no lo escuchó, pero se levantó para comenzar a juntar la vajilla, sus hermanos tampoco habían escuchado, se fueron a sus cuartos a recostarse un rato. Lo habitual de los sábados. Carlos tomó la mano de su tío y lo llevó al patio, debajo de la higuera. Cuando se sentaron el tío le preguntó:

 

-       Nunca te he contado de Panamá. ¿Verdad?

-       Cierto. Tampoco de la jubilación y de tus cuentas.

 

El tío lo miró fijo y acercándose, le puso la mano sobre su hombro y le respondió:

 

-       Carlos, esa es mi historia. Te pido que no la conviertas en mi tristeza, deja que siga siendo siempre mi alegría.

 

Los dos se miraron, durante un largo rato. Hasta que el joven rompió ese silencio y aceptando todo, esbozó una sonrisa intentando tapar sus lágrimas y le preguntó:

 

-       ¿Cómo es la historia de Panamá?

 

El tío sonrió, se sintió importante nuevamente, general y corsario, duende y mago, todo ello y comenzó a relatar debajo de la higuera una historia sorprendente a su sobrino, Carlos.

 

 

 

 

 

Comentarios

@MARIO

25/02/2013



Me gustò mucho !!! Es muy linda historia y muy bueno el relato. Gracias por compartirlo.  
@ANSOGUAT

25/02/2013



Ojalá todos los cuentos del tío, tuvieran el mismo final  no? la verdad es que da gusto leer este tipo de narraciones , te felicito

RiC  
@ANDYNET

26/02/2013



Felicidades Rodolfo!! muy lindos tus cuentos. Este especialmente. Tierno y conmovedor. Besos !  

ARG

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