Cronica de una desaparición y el despertar del alma P82 1ra


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Escrito por
@GIUSTINO

18/02/2009#N25396

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P-82
 

Crónica de una desaparición y el despertar del alma

Nota del autor
 

Hoy, exactamente a veinticinco años de mi secuestro, tiene mi alma, la necesidad de volcar en estas páginas treinta y ocho días de vida entre el infierno de los hombres y el cielo de la fe.

En aquel momento dejé de tener un nombre y pasé a ser una letra y un número, P82. Mi historia fue reemplazada por ese código y, de acuerdo con él, me quisieron hacer sentir.

Los primeros días las torturas irracionales y arbitrarias, sin mayor sentido que la destrucción del ser humano que caían en sus manos, me llevaron al borde del desequilibrio mental, pusieron a prueba bajo todas las condiciones inimaginables, mi resistencia física y espiritual.

En el noveno día, cuando creí que me desmoronaba el milagro se produjo. Mi alma se lleno de luz, el terror de mi rostro desapareció.

Los siguientes veintinueve días entre torturas y fe forjaron a mi nuevo ser.



 

                                                                     Giustino Carrea



 

P-82
 

Crónica de una desaparición y el despertar del alma


 

Nací, en el mil novecientos cincuenta y uno en Colledimezzo un pueblo de Italia ubicado a cien kilómetros de Roma.

Empujados por la posguerra, mis padres me trajeron a este maravilloso país llamado Argentina, cuando tan sólo tenía dos años de vida.

Árboles, sol, libertad y travesuras en complot con un enjambre de amigos, son los recuerdos de mi niñez.

Un industrial con doble turno, el E.N.E.T Nº 1 apañó mi adolescencia, compartiendo con mi gran amigo Mario, trabajos prácticos, estudios y aventuras, además de programar y ejecutar el primer periódico estudiantil de nuestra escuela, que fué la mejor excusa para acceder cada vez que lo deseáramos, al colegio profesional de señoritas que se encontraba a pocas cuadras de allí.

Después de seis años de secundaria y otros seis de universidad, la gloria tocamos cuando la Facultad nos entregó el título de Ingeniero.


 

Una bellísima joven, Elisa, hija de venecianos con ojos de mar, pelo dorado y la mirada mas dulce que te puedas imaginar, fue mi esposa, después de cuatro años de noviazgo y con veinte años de edad.
 

El día anterior


 

Amanecer, de otro hermoso día. El sonido del despertador, me dice que es hora de levantarse, a mi lado aun entre dormida, mi amor, con su imagen de niña angelical, y sus bellas formas de mujer, trata de abrir sus profundos ojos azules, su largo cabello dorado cubre casi toda la almohada.

Como cada mañana, nos cuesta desatar el nudo que nuestros cuerpos formaron.

Esta mañana es especialmente fresca, ella se niega a alejarse de nuestro calor y me persigue hasta el borde de la sábana, pero, más pudo el frío, y se hace una bolita, en el centro de la cama.

Después de disfrutar del baño matinal, bajamos a desayunar en silencio, para no despertar a Paola y Cristian, los ángeles de la casa. El aroma del café recién hecho y el pan tostado perfuman la cocina.

Le doy un beso a Elisa, nos despedimos y parto a otra jornada sabiendo que regresaré temprano, pues la universidad que me amarraba hasta media noche o más, ha finalizado.



 

Pasó el día, ya regreso, son las ocho, hace mucho frío; una noche particularmente destemplada, no importa, pronto llego a casa.

Mi cara se ilumina al ver la puerta de entrada.

¿Con que piruetas me aguardará mi niña? Paola; nació el 30 de diciembre de 1976, camina desde los nueve meses y siempre esta apurada, su carcajada todo lo llena, el juguete preferido es su hermano de tan solo tres meses, a quien no deja dormir mientras ella esté despierta, Cristian tiene ojos azules igual que ella y es mas tranquilo, tiene una mirada profunda y serena.



 

Entro, silencio. ¿Que pasa?

Los dos duermen, mi amor se acerca con su delantal y un pañuelo que le sujeta el cabello, o Dios…, que hermosa es…, cuanta dicha…, cuan generoso es el cielo…, que mas puedo desear.

Casi terminamos de cenar, se despertó Paola, como un remolino salta del sillón del living, corre hacia la cocina, (siempre corre), se abalanza primero sobre la madre, al minuto se tira de los brazos de ella, para enredarse entre mis piernas con la intención de subir a la mesa, cuanta energía, pobre madre para cuidarla durante todo el día.



 

Son casi las once de la noche, mis angelitos duermen, también nosotros nos vamos a descansar.
 



 


 

PRIMERA PARTE 
 

11 DE AGOSTO DE 1978
 

De repente en la madrugada, estruendos, salto de la cama sin comprender que pasa, golpes en la puerta como para derribarla, en un segundo la mente analiza cientos de posibilidades para entender, pero no entiendo nada.

 

Bajo corriendo las escaleras así como estoy, abro la mirilla, una voz grita:

 

-¡Abra, o la derribamos!-

 

Hombres parapetados con todo tipo de armas, fusiles, pistolas…

 

Atónito, obedezco.

Entran y me tiran al suelo, son muchos no se cuantos. Corren por la casa, todo lo revuelven, patean lo que hallan a su paso. Van arriba, a las habitaciones, a la cocina, al fondo, no se que buscan, no se que quieren.

Invaden nuestro hogar. Impotencia, temo por mi señora y mis hijos, siento que no los puedo proteger, intento levantarme y un pie me aplasta la cabeza contra el piso, me atan los brazos a la espalda, el atropello continua…
 

¿Estaré soñando? ¿Es esta una pesadilla? No, no puede ser un sueño...

Escucho la voz de mi mujer que grita:-¡Qué quieren! Escucho ruido de cosas que caen, recién en ese momento me preguntan si conozco a quien es mi mejor amigo diciendo su apellido, respondo con su nombre de pila Mario, aclaro que lo conozco de casi toda la vida, ya que hicimos la secundaria y la universidad juntos, integramos siempre, los mismos equipos de estudios.

 

Me vendan, o en su lenguaje me tabican, me dan ropa para que me vista, uno de ellos se ríe, mientras me dice:

-Tomá el gamulan, lo manda tu señora para que no tengas frío.-

Otro me saca la alianza, diciendo:

- Al menos que le quede un recuerdo tuyo.-

Me levantan, me sacan de mi hogar a los empujones, me tiran en el piso del asiento trasero de un falcon. Dos de ellos me pisan para inmovilizarme. Uno me pasa una cuerda por el cuello, mientras el otro apoya su pistola contra mi cabeza, siento que arrancan con gran chillido de neumáticos, escucho que varios autos más integran la comitiva.

Todo esto duró cerca de una hora.

Enfrente de mi casa hay una YPF, que trabaja las veinticuatro horas, deben de haber dado aviso a la seccional de policía, pero nadie llegó, seguramente era zona liberada.

(Cuando los represores debían transponer una jurisdicción policial, para efectuar un operativo, pedían luz verde o zona liberada.

Si alguien llamaba a la seccional de policía o al radio comando, le contestaban que sabían de los hechos pero no podían actuar.

Esto nos da claras pruebas de la magnitud de la represión, con la participación directa de las autoridades del país.

Pregunto:

-¿Se despertó Paola?-

Uno grita:

-¡Volvé! ¿Quién es Paola?-

-Mi beba, tiene veinte meses – respondo.

-¡Ah, sigamos! – dice.

Aprietan la cuerda que rodea mi cuello, mientras el otro martilla su pistola.

-Tenés dos minutos para convencernos de que no sos tupamaro…o te liquidamos. – me dicen
 

-Trabajé de día, estudié de noche, esa es mi casa, tengo dos hijos, estoy luchando por una posición, no tengo tiempo para más.-

Silencio…, mientras el auto se mueve de un lado al otro.

Mi mente registra el camino que recorremos, damos vuelta en la esquina, pasamos el paso a nivel de la estación, más tarde, giramos a la izquierda, las luces me indican que tomamos La Panamericana. Al rato salimos de ella, girando a la derecha, la ondulación del asfalto me sugiere que es el camino de Cintura.

Entre los golpes, y las preguntas mezcladas con nombres de personas, y de acciones terroristas, que en la mayoría de los casos eran seudónimos, parece una obra surrealista, en un momento grito:

-¡Qué carajo están diciendo!, porque no sé de que mierda me están hablando.-

Por supuesto, cortésmente me contestan con un par de trompadas y un mayor apriete de la cuerda que rodea mi garganta.

Luego de aproximadamente una hora, llegamos a mi primer destino.

Me bajan esposado y vendado, me sacan la cuerda, me llevan entre dos, me entran a través de una puerta de dos hojas, y digo a través, porque antes de lograr que ingrese, me pegaron en dos oportunidades contra la hoja cerrada.

 

-Dame todo lo que tenés, documento, cadenitas, plata, todo – dice uno.-

-Olvídate de tu nombre, acá sos, P-82, entendiste, o querés que te lo repita.-irrumpe otro.

-No, señor – digo. (Ya había aprendido cual era sus métodos de enseñanza.)

 

Me ponen en una silla.

 

(P-82…significaba DEJAR DE SER, así es como intentan desde el principio, suprimir tu personalidad, anular tu identidad, pretenden hacerte perder la relación con el tiempo y el espacio, masacran tu cuerpo y espíritu más allá de lo imaginable.)

Estoy desconcertado, preocupado, pero no reconozco al miedo en mi interior. Sé que no estoy involucrado en nada de todo lo que dijeron, seguramente se trata de un error, se aclarará todo después que me pregunten y saldré de aquí.

Cuando nos fuimos parecía que mi casa estaba tranquila, no escuché mas la voz de mi señora, los chicos no se despertaron, debe estar todo bien.

Mejor conservo la mente clara para poder hablar con esta ”gente”.

¿Qué hora será?, debe estar por amanecer.

Los ruidos confirman que empezó el día.

¿Dónde estaré? Se escuchan muchísimos pasos y voces, no importa, permanezco en mí sin prestar atención a mi entorno.

Mi mente vuela recorriendo acontecimientos de mi vida, trato de no pensar en el momento actual para no generarme más ansiedad.

 

Me trae a la realidad el hocico de un perro que me esta olfateando, una voz grita:

-¡Negro!...junto. (El perro se aleja).

Me toman de los brazos y literalmente me levantan de la silla. ¿Me iré? No exactamente.

Me llevan a un cuarto, me quitan las esposas.

-¡Sácate la ropa!- me gritan

No reacciono, no obedezco, creo entender mal. Los golpes me dicen que no entendí mal, que eso querían. Obedezco. Apenas terminé de desvestirme íntegramente, me levantan entre varios y me arrojan sobre una plancha de metal, soy estaqueado fuertemente, estiran cada uno de mis miembros.

El tiempo, la mente, el alma, todo se detiene, un segundo es eterno.

De repente una descarga eléctrica crispa mis músculos, el cuerpo salta, se contrae, de tal modo, que solo me queda la cabeza y los talones en contacto con la plancha, un trapo es introducido y apretado en mi boca.

Luego, el interrogatorio:

-¿Cómo explica que Miani…, tenía un papel con tu teléfono en el bolsillo?-

Nuevas descargas y aplastan el trapo contra mí cara, para aminorar los gritos

-No es verdad – digo.
 

Nuevas descargas

 

-¡Mienten!- grito.

-Para que lo va a anotar si hace veinte años que nos conocemos y lo recontra sabe de memoria.-

Otra voz me pregunta:

- ¿Vos reventaste la bomba en lo de Lambruschini?-

-¿Cantá, dónde está… y el chino a dónde se…?- insisten, mezclando las preguntas.

Cómo se puede hacer preguntas tan estúpidas piensa mi mente, mientras, mi boca grita, ensordecida por el trapo que apretan contra ella.

Exploran todo mi cuerpo para saber qué tan sensible es al voltaje, les diré, que a mis dientes no les gusta nada, pero no sé que decir de mi pene, pues se va detrás de las chispas.

Se abre la puerta y alguien pregunta:

-¿Que están haciendo?-

-Trabajando – es la respuesta

 

Puedo entender que en realidad no les importan mis respuestas, sólo están dando comienzo al terrorífico método de destrucción sistemática del ser, que cae en sus manos.

Tapan mis gritos, no por el sonido, sino como un modo de aumentar la tortura, ya que la única forma que se tiene de liberar parte del terrible estrés y tensión que se te produce, es gritando.

Me pareció una eternidad el tiempo que estuve recostado en esa cama.

Dolor, impotencia, bronca, y no sé cuantos otros sentimientos se agolpan en mi alma…

Estoy en mi silla, le digo mía, porque cuando te sacan de ella solo para torturarte, su incomodidad se convierte en un refugio deseado.

No recuerdo cómo regresé a ella, ni cuáles fueron las últimas preguntas. ¿Habré perdido el conocimiento? No lo creo, más bien el dolor y el estrés puede resultar tal, que el cuerpo se defiende bloqueando los sentidos y recuerdos.

El “Hostal” esta completo creo, porque mi silla está en el despacho de jefe, que a cada rato pregunta;

-¿Por qué sigue éste acá?-

Compartimos este cuarto con Negro, el perro del comandante, que por lo que escuché al único que no había mordido fué a su dueño. (Pienso, para no contagiarse la rabia.)

Me parece que está anocheciendo, ¿ya pasó el día?

Me conecto con el entorno y comienzo a sentir los movimientos, sonidos que se producen, pasos, voces. Recién me doy cuenta que ni tomé ni comí nada desde que me secuestraron, no creo que sea conveniente pedir.

Se aquietan los sonidos, sólo pasos sueltos, Negro ya vino a olerme infinidad de veces, todavía no intentó morderme.

Cierro mis ojos, aun con la capucha los mantenía abiertos, de ese modo todos mis sentidos estaban alerta.

Mi cuerpo, que recién lo vuelvo a sentir en su totalidad, me pesa una tonelada, veré si puedo dormir.

Tengo frío, me doy cuenta que me quitaron el gamulán y el saco que traía.

Me adormezco, los sonidos se dispersan.
 

Día dos

 

Los ruidos me indican que comienza el día. ¿Cómo seguirá esto?

Me sacan de mi silla y dicen:

-Tenemos que seguir la conversación.-
 

Salimos, giramos a la izquierda, caminamos unos veinte metros, me apoyan contra una pared, allí me dejan.

Escucho pasos, traen a alguien a los empujones, escucho una puerta que se cierra, comienzan a interrogar a quien pasó recién a mi lado.

Utilizan el mismo método que me aplicaron a mí ayer.

¡Dios, como me lastiman estos gritos, más que la picana!

Prefiero estar en la plancha de chapa…

No, no quiero vivir esto, nos están torturando a ambos, aunque nadie me toca. Al fin termino. Que salvaje tiene que ser una persona para poder torturar a otra de este modo…

 

Me toman del brazo, y mientras me conducen me preguntan:

-¿Te gustó? Ahora estamos cansados, después seguimos con vos.-

 

Otra vez estoy en mi silla.

¿Qué es lo que realmente quieren?...

No pienso en el interrogatorio, nada puedo hacer para evitarlo, pienso qué respuestas querrán, más que el contenido de las respuestas, cómo encararlas, porque si siguen utilizando seudónimos y hablando en su jerga no voy a entender lo que quieren preguntar.

Es increíble, como un solo pensamiento, te puede mantener horas dando vueltas sobre él, sin llegar a ningún lado, como perro que persigue su propia cola.

Alguien se acerca y me pone sobre las rodillas, algo que parece un plato, me desatan las manos.

- No seas boludo no te saques la capucha sólo levántala hasta la nariz y comé, en el piso tenés un vaso con agua. – me dice.
 

Yo no tengo ninguna intención de sacarme la capucha, es más, creo que no moví un músculo en todo el día.

Llegó la noche, no me interrogaron, igual la tortura fue atroz, al estar al lado de la sala de picana, mientras se ensañaban con alguien…

¡Dios!

Segunda noche gran revuelo, muchos pasos a mi alrededor, uno se tropieza con mi silla, descarga su bronca pegándome una terrible patada en la canilla, aprieto los dientes para no dejar escapar sonido alguno, escucho que están manipulando armas. Son un montón.

-Vamos, tenemos menos de una hora par llegar - dice uno.

Salen todos rápidamente. Silencio, mis sentidos están al máximo, lo único que escucho es mi propio corazón, que va a cien por hora.

Solo percibo pasos a la distancia, supongo, son de guardias.

El sueño me vence, no sé qué hora es no quiero estar más aquí…

Intento mantener los ojos abiertos, la cabeza se me cae, no me quiero dormir, pienso en mis chicos, mi señora, mi casa…
 

No sé dónde se separan los sueños y los recuerdos…

Estoy en mi dormitorio, mi amor esta jugando con nuestra beba sobre la cama como es costumbre, mientras ella resopla en su ombligo, la niña se ríe a las carcajadas, de tal modo que todo aquel que esté cerca, no puede más que reír con ella. En este instante me siento feliz.

La primera vez que la escuché reír con tal estruendo, fue cuando apenas tenía seis meses y desde ese día, su risa llena la casa…

Las imágenes se entremezclan y distorsionan, se mutilan, la pieza se derrite, las paredes se cubren de sangre, las risas se transforman en lamentos. Me despierto quiero saltar de la silla, pero como estoy esposado, con las manos entrecruzadas con el respaldo, al querer levantarme de golpe, me caigo hacia adelante, quedando en cuclillas, con la cara contra el suelo y la silla en mi espalda, ni con semejante golpe puedo volver a la realidad.

Ésta es la tortura.

Debo pararme, si me encuentran así, no sé qué me puede pasar. Parece que a mis labios le han dado una gran cuota de colágeno por el tamaño que tienen.

¿Cómo mierda me paro? Esta posición además de insoportable parece inmodificable, las piernas también las tengo atadas, si muevo los dos pies juntos no consigo nada. Voy a probar con el pie derecho, me balanceo, lo único que consigo es seguir golpeándome la cara. Lanzo un alarido de bronca sin darme cuenta, al tomar conciencia de lo que acabo de hacer, me inmovilizo. Pienso si me habrán escuchado.

Alguien entra, se me corta la respiración, se acerca, sin decir nada me levanta, y se aleja.

A los minutos vuelve, me alza un poco la capucha y con un trapo húmedo me limpia la cara, luego, siempre sin emitir palabra se va; estoy desconcertado.

¿Quién será que demostró una cuota de humanidad?

Ruidos, pasos, gritos, todos hablan a la vez, parecen enojados, son los del operativo que regresan.

-¿Porqué carajo le pegaste tan fuerte? – preguntó uno, creo que es el jefe.

-¡Se había puesto la capsula en la boca! – respondió.

-Pero ¡boludo! Para que no se mate con el cianuro lo matas vos - insistió el primero.

Comenta que le tuvo que dar un culatazo, para que no mordiera la cápsula de cianuro.

El jefe insiste que lo quiere interrogar, alguien que oficia de médico, dice que allí es imposible operarlo para extraerle el coágulo. Sería mejor llevarlo al hospital de Campo de Mayo.

Yo, convertido en un mueble más, ni respiro para que no noten mi presencia.

Por los comentarios sobre la forma que le han pegado a ese pobre cristo, lo mejor que le puede pasar es dejar este mundo.

Al fin se fueron.

 

Día tres.

 

De nuevo los ruidos, la adrenalina me mantiene despierto, hago ejercicios, con los músculos, los contraigo y distiendo, ya que no me puedo mover.

La mayor parte de mi cuerpo es recorrido por un cosquilleo como aquellos que te producen los calambres, o tal vez sea por los golpes. ¡Qué importa, cuál es la diferencia!

Me desatan, me dan una taza de mate cocido con un pedazo de pan. Cuando estoy por comer, alguien a mi lado me dice:

- Flaco, si te van a dar maquina mejor no comas ni tomes nada, sino vas a reventar como un sapo-

Me quedo como si me hubiera petrificado, con la taza en la mano y la boca abierta. ¿Será verdad? No tengo idea, pero mejor no como.

Al promediar la mañana, me vienen a buscar, me llevan a la sala de interrogatorio, siempre a los empujones.

Siento la plancha de metal que esta a mi derecha, la toco con la mano, qué fría está. Como de costumbre, a los gritos, me ordenan sacarme la ropa, lo hago y me siento en la chapa. Prefiero eso a que me arrojen violentamente sobre ella, me recuesto intentando que el tiempo no pase, pero todo llega.

Una vez estaqueado, escucho que se van.

Tengo el corazón en la boca, la capucha aumenta mi incertidumbre.

(El estar encapuchado incrementa la sensación de desprotección, de aislamiento, me sumerge en la certeza de mí soledad. De este modo, pretenden socavar aun más mí moral y minar mí resistencia.)

De repente escucho una chicharra y a los segundos vienen las descargas.

Por lo visto son automáticas.

¡Mierda! Ahora me picanea una maquina, al menos puedo gritar.

Suena de nuevo la chicharra, los músculos se crispan, los dientes se aprietan, la adrenalina a borbotones, invade todo mi cuerpo, espero el dolor, la chispa no llega. ¿Se habrá descompuesto?

No, para nada.

No me imaginaba que el sonido y la picana están combinados de modo tal, que no siguen ningún patrón, de ese modo nunca sabés cuándo llega o no la descarga.

Qué hijos de puta, (sin querer ofender a las madres) Esto es atroz, me quieren quebrar física y mentalmente, no les puedo dar el gusto.

Hay muchos que me quieren y esperan, debo mantener lo más sano posible, mi cuerpo y mi mente.

Grito lo más que puedo con cada descarga, pero no es suficiente, me esta haciendo mas daño cuando no llega la descarga, que la picana. ¡La puta, qué hago!

Empiezo a cantar a los gritos:

CHE BELLA COSA UNA GIORNATA DI SOLE…UN ARIA SERENA DOPO LA TEMPESTA………IL ARIA TRESCA PARE GIA UNA FESTA………O SOLE MIO IN FRONTE A TE………O SOLE MIOAAAAAAAAAA……………….
 

A los oídos, mi voz cantando, produce la misma sensación que al volcar un camión de ladrillos.

Garantizo que esa mezcla de canto y alaridos, al gritarlos en forma continua, me desconecta de la incertidumbre que produce la maldita chicharra.

No sé cuánto tiempo pasó, pero no escucho mas ningún sonido y no hay descargas.

¡Qué frío que hace! ¡Ángeles, qué duro que es todo esto!

No importa, sé que voy a sobrevivir.

Se abre la puerta, por fin me van a sacar de acá, me estoy congelando.
 

-¡Hay, mierda!... ¡Me tiraron un balde de agua fría!

¡Cuánta impotencia! Estoy juntando demasiada bronca. Es lo que ellos quieren, hacerme perder el control, no lo conseguirán. Me pongo a rezar y al aceptar la realidad como es, le pido al Señor que no me abandone.

Entre el agotamiento, el dolor y el frío, no sé si me duermo o me desmayo, siento alivio.

Alguien me despierta y desata, trae unos trapos para secarme, me ayuda a vestirme, casi no puedo caminar, siento mis piernas entumecidas.

Con su ayuda, llego a mi silla, parece el atardecer.

Estoy sentado.

Es otro lugar, un pasillo entre dos filas de celdas, hay mucho agitación, mucha gente moviéndose, pero sin hablar.

Alguien se acerca y me pregunta cómo estoy.

-Bien, señor – le contesto.

-No, yo también estoy acá, como vos, ¿cómo te están tratando?- me dice.

-Normal, supongo – contesté.

Sigue intentando pasar de amigo, realmente no creo encontrar aquí uno.

Acercándose a mi oído dice:

- Si colaborás, te dan una mano.-

-Ah, entonces no te conviene colaborar – le respondo.

-¿Por qué decís eso? – exclama.

-Mirá según vos, si colaborás te dan una mano, pero si no colaborás te dan con varias – le dije…

Creo que no le gusto la broma, no siguió hablando.

Uno a lo lejos grita:

-¡Déjalo no ves que esta hecho mierda!-

Mi respiración es agitada, mi corazón esta desbocado, las palabras me salen entrecortadas. Tiene razón estoy hecho mierda, pero estoy vivo y así voy a seguir.

No fui todavía al baño pero, por lo que comí, no siento ganas.

Que frío que tengo, es pleno invierno, pero no estoy en la Antártida, estoy en Buenos Aires.

Mis dientes parecen castañuelas andaluzas, tiemblo como hoja al viento.

El trapo que me dieron para secarme parecía lona, con el apuro para salir del quirófano (es como llaman a la sala de tortura), me puse la ropa casi mojado.

Hay mi Señor, permíteme descansar.

No sé qué hora es, alguien me tapa con una manta, gracias.

Creo que fue uno de los guardias.

Me queda en el alma un agradable sabor, no sólo me tapó y lo hizo con delicadeza, además apoyó su mano en mi hombro por un instante, en un intento de reconfortarme. Una actitud tan simple, que seguramente pasaría desapercibida en la vida cotidiana, en esta condición extrema toma una dimensión inimaginable. Considerando además, que está absolutamente prohibido manifestar cualquier gesto humanitario sincero, ya que el mismo es severamente castigado por los superiores.

Me reconforta, y hace saber que no todos los integrantes de estas fuerzas, engendran odio en sus almas.

Me quedo dormido.

Día cuatro.

 

¡Cuánto ruido!, Todo me molesta, estoy sin esposas, se escucha ruidos de jarros alguien viene silbando. Parece el desayuno.

A mí me toca un jarro grande de mate cocido caliente, con bastante azúcar y dos panes. Es la mejor comida desde que llegué

Pero si, a cambio de esto, debo pasar todo lo que me tocó ayer, prefiero no comer.

Nadie me vino a joder hoy, todavía.

Creo que es el atardecer. Alguien se acerca, se detiene.

-¿Qué número calzas? – me pregunta

-Treinta y nueve – le contesté.

Se fue. (Le reste tres a mi talle, seguro de qué quería mis botas de cuero.)

Al rato regresa y me dice:

- Me estas cagando, no podes calzar treinta y nueve, ¿cuánto calzas?

-Yo sé que mi vida aquí no vale nada, pero me prometí morir con las botas puestas, si las querés ya sabes que tenés que hacer.-

Me perdonó la vida, y yo me quedé con mis botas.

Me sorprendió mi respuesta, pero una les debía ganar, aunque mi vida fue la apuesta, necesitaba saber que sigo siendo un hombre.

Los ruidos se acallan, parece estar todo tranquilo.

Por primera vez duermo unas horas de corrido, siempre en mi querida silla.
 

Día cinco.

 

Me suenan absolutamente extraños, los murmullos y ruidos. Todos mis sentidos están exaltados.

Estoy aprendiendo a interpretar los nuevos códigos de supervivencia, ruidos, olores, movimientos, tonos de voz, todo aquello que me permita predecir o adivinar si hay peligro, o por lo contrario, si la situación se distiende.

-¡Vamos carajo, apuren, que esta noche sí o sí, tenemos que irnos! Poné a trabajar a todos los que sean necesarios. Mañana tiene que estar todo limpio –

Alguien da estas órdenes a los gritos. Los ruidos y desorden van en aumento.

Estoy en mal lugar, ya me corrieron varias veces, al final me levantan y me llevan, a un patio, me encadenan a algo, parece una columna.

- Quédate acá –me dice una voz.

Estoy esposado, y encadenado a una columna, no creo poder llegar muy lejos.

Llega la noche. Escucho que somos muchísimos. Todos esposados, encadenados, unidos, unos a otros, subimos a los vehículos que son camiones militares, formaban un convoy. Partimos rumbo a la nueva prisión.

(El primer centro de detención clandestina en que estuve, fue el que llamaban El Banco, desde allí fuimos trasladados creo que todos, a un nuevo centro, El Olimpo. Le dieron este nombre porque ellos se consideraban dioses. )
 


 

 

Día seis.
 
 
   El traslado de los secuestrados, se efectuó en horas de la madrugada. Luego de una hora aproximada de marcha, llegamos a un lugar, aparentemente recién acondicionado, para los huéspedes.
  Se escucha decir a alguien:
   - Aquí los ponemos por color.-
   No sé cómo nos distinguirán, ya que en general, estamos todos morados por los golpes.
 
   El lugar está totalmente techado, hay luz artificial. Bajamos, aparentemente todos en fila, nos sacan la cadena de los tobillos y nos conducen hacia la celda.
   Se escuchan sonidos de cadenas arrastrando por el piso.
   Cuando me toca a mí, toman la cadena que sujetan mis manos y, tirando de ella me conducen.
   Me liberan de las ataduras, me introducen en una de las primeras celdas, sobre la derecha, creo que en el primer pasillo.
   Estoy solo... He abandonado mi silla.
   Sigo encapuchado, escucho el sonido del cerrojo de la puerta. Es indiscutiblemente el sonido de una puerta de hierro sólida.
   Se aquietan los ruidos, me animo a levantar por primera vez la capucha, para mirar mi entorno.
   Las paredes están literalmente mojadas, recién fue finalizada la obra, mide aproximadamente, un metro veinte de ancho por dos de largo, dos camas de cemento, adosadas a la pared, una sobre la otra, sin ningún tipo de colchón o abrigo. Una puerta tosca pero sólida, de hierro, con una pequeña mirilla, que se abre del exterior.  
   Por el techo se escucha el ir y venir de los guardias.
 
 
 
 
Día siete.
 
 
   Reina una inusual tranquilidad, nos han dado el desayuno, luego supongo que al medio día, lo que ellos llamaron almuerzo, un poco de polenta y un pedazo de falda, con abundante grasa.
   De más esta decir que lo único que no comí fue el hueso porque mis dientes no lo podían moler, aunque lo intenté.
   A la noche nos dieron nuevamente mate cocido y pan.
   Este aparente cambio de condiciones, sumado a que el lugar aún no estaba embebido por el dolor y los gritos de los interrogatorios, aportan una distensión a las almas que nos encontramos aquí cautivas.
   Aún sin tener contacto físico con los otros secuestrados, cada sentimiento y emoción es perfectamente percibida.
   La iluminación es la misma durante todo el tiempo, sé que llega la noche debido al aumento de los guardias que caminan sobre el techo.   Eso contribuye para poder seguir conociendo en qué día vivo.
   Hoy se dedicaron a acomodarse al lugar, estuvo todo muy tranquilo.
   Aquí, tengo espacio suficiente para moverme, intento una pequeña rutina de ejercicios, bloqueando en lo posible las sensaciones de dolor que surgen de distintas partes de mi cuerpo.
   Mi prioridad es mantenerme lo mejor que pueda, física y mentalmente.
   Debo aprovechar esta noche para descansar lo más posible.
   No veo cómo mitigar el frío, no puedo pasarme la noche saltando. 
   Seguro que mis Ángeles me cobijaran.
 
   Voy a dormir.
 
 
 
 
 
 
Día ocho.
 
 
   Dormí algunas horas, no sé en realidad cuántas…
   Al despertar me pregunto: ¿Cómo la mente de un ingeniero puede procesar todo esto?
   Me preparé durante los seis años de industrial y los seis años de ingeniería, para un razonamiento lógico, racional y previsible, todo lo opuesto al caos, incertidumbre e irracionalidad de la situación por la que estoy atravesando.
   Mi intuición me dice que esta calma será arrasada en cualquier momento.
   Dios, necesito tu protección y sabiduría.
   Debo buscar las respuestas a cada situación que se presente en mi alma, en mi interior, porque lo único seguro es, que no he de encontrar ni las respuestas, ni la fortaleza que necesito en la razón.
 
   Pasan anunciando que hoy nos daremos un baño, ya que no soportan más el olor que tenemos.
   Después del almuerzo, nos hacen salir de las celdas, armamos una fila, siempre encapuchados, vemos los pies del que va adelante, salimos de las filas de celdas, giramos a la izquierda, caminamos unos metros y nuevamente a la izquierda, allí nos detuvimos, nos hacen desvestir, dejamos la ropa en el piso.
   Detrás de unas lonas, que hacían de división, se ve un salón de unos treinta metros cuadrados, con cañerías en el techo que hacen de duchas.
   Todos somos hombres jóvenes, entre dieciocho y treinta años de edad.
   Me estoy bañando, alguien se acerca y en vos baja me llama por mi nombre.
   (Es un chico joven de diecinueve años, que vive a dos cuadras de mi casa paterna.)
   - Cuidado, que no se den cuenta que estamos hablando, sino la vamos a pasar mal – me dice.
   - ¿Cuánto hace que estás? - me pregunta.
   -Una semana, ¿y vos?-   le respondo.
   - Yo no sé, perdí la cuenta, pero seguro que mucho más.-
   -¿Porque te trajeron? ¿Cómo estás?, ¿Saldremos?-
   (Las preguntas se entrecruzan, queremos saber tantas cosas...
   Se mezclan en mi interior los sentimientos, por un instante, la alegría de ver a alguien conocido, luego una terrible tristeza, al ver el profundo terror que reflejan sus ojos, prácticamente no parpadean, están desencajadamente abiertos, su cuerpo tiembla.)
 
   -Mira, ya pasamos lo peor, tranquilizate, pronto volveremos a casa. – le dije
 
   (Deseo abrazarlo para poder hacerle sentir un poco de afecto. No pude hacerlo, se que las represarias pueden ser terribles.)
 
   -El que sale primero lleva noticias del otro – le propuse.
   - OK, Sí, lo prometemos. Yo, yo pertenecía al centro de estudiantes… – me aclara.
    ( Me dice esto como si fuera un pecado o fue cómo se lo hicieron sentir aquí dentro.)
Nos separamos porque estábamos llamando la atención.
   (Cuando me liberaron, vi al padre, viudo, avejentado y destruido por la perdida de su único hijo, en su hablar expresaba una enorme carga de culpa, como si él hubiese sido el responsable del destino de su hijo.
   Buscando algún alivio a su dolor me vino a ver varias veces, hablamos, trate de darle esperanza, cómo explicar lo inexplicable, cómo llevar un destello de luz ante tanto dolor.
   Hoy, él como miles, siguen integrando la lista de desaparecidos.)
 
   Salí de las duchas, con la piel limpia, y el alma totalmente empañada.
 
   Termina el día, retomo la rutina de ejercicios.
   Mi Señor, qué debo aprender, con todo esto…
                                                     
 
Día nueve.
 
 
  

 

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