De cómo Siqueiros volvió locos a los argentinos en 1933-


Registrate en Encontrarse y empezá a conocer gente ya

Publicado por
@JONES

09/02/2009#N25275

0 Actividad semanal
1358 Visitas totales


Registrate en Encontrarse y empezá a conocer gente ya

He aquí la inagotable historia de dos vidas. La primera ha sido estudiada ampliamente por especialistas del arte a lo largo del siglo veinte: se trata del mural de David Alfaro Siqueiros, “Ejercicio plástico’’, realizado por encargo en Buenos Aires hacia el año 1933 cuando este artista aún no había alcanzado reconocimiento internacional. La segunda existencia se ha mantenido en las sombras y no por ello resulta menos trascendente: tiene que ver con rocambolesco proceso de creación y del amargo destino final al que ha sido sometida esta obra de arte.


Aunque ingresó en Argentina para dictar tres conferencias sobre la creación artística en tiempos de la revolución mexicana, Siqueiros terminó pintando un mural para satisfacer las veleidades de Natalio Botana, disparatado magnate de las comunicaciones porteñas. La obra no corrió con ninguna suerte. Primero, lo ignoró el contratista del proyecto. Luego, fue frotado con ácido y tapado con cal por encargo de una familia que detestaba la “vulgaridad’’ de sus desnudos femeninos.

 
Finalmente, una paradójica operación de rescate lo mutiló en siete trozos, y lo guardó en cinco containers, con la intención de convertirlo en una muestra itinerante. Entonces, el proyecto derivó -para suerte de los honorarios profesionales de los abogados- en un pleito legal absurdo que ha ubicado este inefable mural en un limbo del que tal vez nunca logre salir con vida.
 

 
Sobrevive por supuesto la leyenda de esta singular odisea de Siqueiros, respaldada hoy por investigaciones sólidas como la del profesor universitario, crítico y artista plástico canadiense Desmond Rochefort, quien en su libro Muralistas mexicanos (Chronicle Books, San Francisco, 1993) la rescata como un fenómeno cultural de principios de siglo. También ha sido cotejada por la estudiosa Raquel Tibol, en su obra Siqueiros, introductor de realidades (UNAM, México, 1961). Y por las investigaciones de dos periodistas argentinos, Juan Ignacio Boido y Marina Macome, quienes siguieron de cerca las pistas del mural, desde el olvido en una casona de Buenos Aires (visitada por amantes fugaces) hasta su encierro final en cinco containers infranqueables.

Polemista inagotable
Hacia tiempo ya que David Alfaro Siqueiros andaba en problemas. Sus desaveniencias con la revolución mexicana lo condujeron primero a la cárcel (1924), y luego al exilio uruguayo (1929), donde conoció a su esposa Blanca Luz Brum. Convocado por un galerista de moda de Los Angeles en setiembre de 1932, pintó el mural “La América Tropical’’ en una de las fachadas del Plaza Art Center en Olvera Street, con todos sus pensamientos estéticos y revolucionarias en mente. Pero esa creación no soportó la polémica de su inauguración y Siqueiros tuvo que aceptar de apuro una invitación de la escritora argentina Victoria Ocampo, para dictar tres conferencias en la Sociedad de Amigos del Arte de Buenos Aires. Tenía 39 años.

Con una capacidad innata para irritar a cualquier audiencia, Siqueiros alborotó a la intelligentzia argentina con una propuesta irreverente: invitó a los artistas vernáculos “a sacar la obra de arte de las sacristías aristocráticas, para llevarla a la calle, para que despierte y provoque, para liberar a la pintura de la escolástica seca, del academicismo, y del cerebralismo solitario del artepurismo, para llevarla a la tremenda realidad social, que nos circunda y ya nos hiere de frente’’. La vanguardia argentina soportó el golpe durante la primera conferencia de Siqueiros. Pero no hubo segunda ni tercera. Lo que sí abundó fueron partes de guerra en los medios de comunicación locales, en donde adversarios y seguidores se enfrentaban con adjetivos hirientes. El gobierno del General Justo decidió entonces meterlo preso.

 
El periódico Crítica se había mostrado interesado en la visita de Siqueiros. Su propietario, el excéntrico Natalio Botana, no perdió tiempo cuando se enteró de que el muralista mexicano andaba en apuros. Le ofreció un trato justo: pintar el primer mural en un espacio interior de una casa (un bar en el sótano) a cambio de alojamiento y alimentación. Sin opciones, Siqueiros aceptó a regañadientes: “Ese mural es el fruto forzoso de nuestra condición de asalariados’’, escribió en aquel momento.

 
Existían razones reales para que el pintor mexicano se sintiera aprensivo ante el encargo, más allá de las objeciones ideológicas. En la casona de Natalio Botana vivía recluida la esposa del empresario, Salvadora Medina Onrubia, quien era vidente, parasicóloga, escritora, pintora, lectora de novelas policiales y manuales espiritistas. Ella le había confesado a su primer hijo que su padre no era Botana. El joven enloqueció y se pegó un tiro. De manera casi inmediata la mujer se volvió morfinómana y adicta al éter. Ese era el entorno que rodearía a Siqueiros a la hora de trabajar en su mural.

¿Pero, quién era Botana?
En 1915 un uruguayo de 25 años fundó un periódico en Buenos Aires que se convertiría en historia. Lo llamó Crítica. En quince años esta empresa se convirtió en una usina periodística tan curiosa, que se permitía publicar textos exclusivos del boxeador Jack Dempsey, del escritor George Bernard Shaw (había recibido el Nobel en esos años), y del físico Albert Einstein. Botana tuvo la visión innegable de publicar por entregas un libro desconocido hasta la fecha, Historia Universal de la Infamia, de Jorge Luis Borges.

La mitología alrededor de Botana podría abarcar varios tomos de una biografía irrepetible. Aseguran que abastecía a la redacción de cocaína para soportar las tensiones del cierre; que apoyó primero el golpe de estado de Uriburu y luego exigió la restitución democrática; en fin, que obligaba a los políticos a negociar en su mesa de redacción. Quienes lo conocieron, establecen similitudes entre Botana y Hearst, el empresario norteamericano de los medios de comunicación que inspiró a Orson Welles en Ciudadano Kane (1941).

 
Aunque resultan diferentes de muchas maneras, ciertas paralelas se tocan en sus vidas. Botana no sólo dirigía uno de los periódicos más vendidos de la época, sino que era el dueño de Estudios Baires, cuna de la edad de oro del cine argentino. Durante años, Baires desarrolló sus actividades en Villa Los Granados, 18 hectáreas en las afueras de Buenos Aires. Allí este empresario construyó una casona de 1300 metros cuadrados, guiado por las coordenadas de la arquitectura colonial, con cerámicas sevillanas y decoración árabe, motivos que lo habían fascinado durante un largo viaje por España.

Los interiores de esta casa constituían un repertorio del nuevorriquismo más vulgar: arañas con setenta velas en techos saturados de relieves; sistemas complicados micrófonos y parlantes que comunicaban las pajareras del jardín con la cama del dueño de casa, imitando los sonidos de un despertador; chimeneas, patios y puentes con ríos, todos en estilos incompatibles. En estos escenarios Botana ofrecía fiestas pantagruélicas, en una de las cuales hizo coincidir al hijo de Mussolini con el fundador del partido comunista argentino, Victorio Codovilla.

 
 
Lo que hizo Siqueiros
Al igual que había ocurrido en procesos previos en Estados Unidos, Siqueiros buscó un grupo de artistas locales (Berni, Castagnino, Spilimbergo, y el uruguayo Lázaro) para que lo acompañaran en producción del mural. Había decidido crear “una visión algo etílica, como la estar parado en el centro de una burbuja transparente en el fondo del mar’’. Esto se tradujo en una serie de cuerpos femeninos desnudos que se deforman y fusionan a lo largo y ancho de las paredes, techos y pisos. La musa era Blanca Luz Brum, esposa de Siqueiros, quien posó desnuda dentro de un cubo transparente mientras la fotografiaban. Después proyectaban sus imágenes en las paredes como bocetos.

 
Siqueiros y la troupe que lo acompañaba experimentaron por primera vez con pinturas sintéticas (piroxilina y silicato) y pistolas de aire, que convirtieron ese mural en imborrable. La idea era “quebrar el estatismo arquitectónico’’ (Tibol) del sótano. Tres meses después de terminar “Ejercicio plástico’’, el artista es invitado gentilmente por el gobierno argentino a dejar el país. Había participado de un mitin del sindicato de la industria del mueble y sus arengas comunistas alertaron a la policía. Pero se fue sólo, porque en el trance de pintar el mural su esposa Blanca Luz Brum se enamoró de Natalio Botana.

 
El empresario mantuvo la casa de Villa Granados hasta 1941, cuando falleció en un accidente de automóvil: su Rolls Royce se desbarrancó en el norte argentino. El imperio de Botana no tardó en venirse abajo como un castillo de naipes. Las tierras de Villa Los Granados fueron loteadas, y un político local, Alvaro Alsogaray, compró la casa. Su esposa se escandalizó con el mural que había en el sótano, y exigió que lo frotaran con ácido y lo taparan con cal. No deseaba que sus hijas descubrieran semejante vulgaridad.

Enredo legal
Lejos del centro de Buenos Aires, la casa comienza a perder interés para la familia Alsogaray. Cambia de propietario y los años le caen encima como una maldición. Sólo se acuerdan de ella parejas de enamorados furtivos, apurados por hacer el amor en cualquier rincón del sótano. En 1988 un grupo de socios funda la empresa Seville. Han leído Muralistas mexicanos, y se enteran de que el Instituto Getty recuperó los murales tapiados de Siqueiros en Los Angeles. Advierten un negocio en puertas. Y compran el lote de la casa. Sólo les interesa el sótano.

 
Contratan a la empresa mexicana Restauro y a un estudio de ingeniería, para rescatar el mural. Tardaron quince meses. Removieron la cal, cavaron el sótano, redujeron el espesor de las paredes de 60 centímetros a 2 centímetros. Y lo cortaron en siete partes para convertirlo en una muestra itinerante. Los socios de Seville viajaron a la isla Robinson Crusoe, frente a Valparaiso (Chile), en el archipiélago Juan Fernández. Allí había derivado Blanca Luz Brum, cuando se decepcionó del amor de Botana, y abrió una posada. Encontraron a Beche Brum, su hija, quien vendió cartas, bocetos, dibujos y demás papeles de Siqueiros que Blanca jamás había abandonado.

Asfixiados por las deudas, los socios de Seville nadan demasiado para morir ahogados. Venden toda la investigación y el mural mutilado en siete partes, por 820 mil dólares, a la empresa Dencanor. Después piden la quiebra. Los acreedores de Seville solicitan medidas cautelares sobre las piezas del mural que no se han entregado aún. Consideran que esta es la única vía para cobrar las deudas. Dencanor alega que compró el mural y que todos los días pierden fortunas, rechazando invitaciones de museos de Berlín, New York, París y Ciudad de México, en el momento preciso del centenario del nacimiento de Siqueiros.

 
En posesión de dos dueños irreconciliables, “Ejercicio plástico’’ se ha convertido en una obra invisible (para tomar una foto de cualquier motivo del mural hace falta una autorización judicial que no se consigue en ninguna parte). Lo que pocos saben es que aunque Siqueiros se cansó de repetir que había pintado esta obra sin bocetos, existe uno en la sala de la casa del argentino Chiche Gelblung, quien lo heredó de su abuelo, miembro del partido comunista argentino y amigo personal de Siqueiros en los años en que vivió en Buenos Aires. En algún lugar del universo el muralista mexicano debe divertirse con la vida absurda de “Ejercicio plástico’’, un mural que fue pintado para nadie.

Nota de Sergio Dahabar, periodista Colombiano.

 

Comentarios

@JONES

09/02/2009



Hace dias, que estoy buscando algun texto que cuente la historia de estos dos personajes, tanto Natalio Botana, como de su esposa Salvadora Onrubia.

Personajes, cuestionables, pero tambien interesantes. No es para polemizar, solo para los que no los conocen, sepan de ellos.

Otra historia tragica de los años 30. De esas que me gustan a mi.