VI LUZ Y ENTRÉ


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Escrito por
@KOPSI

20/02/2008#N20201

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Vi luz y entré. No es algo que haga habitualmente. Quise pasar a ver, porque que yo recuerde, esta casona está abandonada. Y todos le temen. La puerta chirrió al abrirse, y reconozco que pensé en vampiros, fantasmas, cadenas, y todo el imaginario popular del terror… o de las películas de terror.

Pero no. Ante mí una estancia con telarañas colgando de los techos, enroscadas en las columnas, algunas plantas silvestres creciendo en donde faltaba el piso… pero la grandiosidad del aposento me sobrecogió. Una hermosísima escalera de madera estaba sobre un costado. El parquet, aunque con faltantes, era de roble eslavonia, con bordes de bronce. ¡Una exquisitez! Y había muebles cubiertos con fundas. Miraba todo boquiabierta, porque en otras épocas esa casa debió haber sido un palacio.

- Hola – dije - ¿Hay alguien ahí? Hooolaaaaaa…. –

No obtuve respuesta. Pero un no lejano crepitar de llamas me sobresaltó y busqué el lugar del que venía. Más allá del fin de la estancia había una puerta corrediza, abierta sólo en parte. Y aunque la luz allí era más tenue, me pareció ver alguna que otra llama revoloteando. Me acerqué y abrí un poco más la puerta. En efecto, la chimenea estaba encendida. Me acerqué a ella para calentarme las manos.

Una voz me sobresaltó. Me hablaban desde atrás. Me di vuelta con rapidez y vi a un hombre con bata. Alto, delgado, con una barba desaliñada y un libro en la mano. Estaba parado al lado de una pared cubierta de estantes repletos de libros.

- ¿Quién es usted y que quiere? ¿Para qué vino acá? – preguntó.
- Hola, dije yo – Pasaba por aquí, vi luz y entré.
- Le hice preguntas que no respondió.
- ¿Quiere saber mi nombre? Me llamo Lucía. ¿Qué quiero? Nada. El resto ya se lo dije antes – respondí.
- ¿Quién la envía?
- Nadie. ¿Quién me podría haber enviado? ¿Ud. vive aquí?
- Por temporadas.
- Ya me parecía, porque esta casa está abandonada. Y la gente le teme.
- Sí, ya sé de la fama de esta casa. Pero es infundada, créame. De todos modos, ya que no quiere nada y vio que está ocupada, puede retirarse.
- La hospitalidad no es su fuerte, ¿verdad?
- Señorita, me encanta estar aquí solo, con mis recuerdos, en mi propiedad.
- ¿Esta casa es suya?
- Sí.
- ¿Y por qué no vive en ella?
- ¿Y Ud. por qué se inmiscuye en las historias de otros?
- ¡Gracias por su amabilidad! Me siento halagada de que haya invertido algo de su valioso tiempo en responderme. Ya me voy. Adios.

Me dirigí con paso firme hacia la puerta de entrada. Puse la mano en el picaporte pero no pude abrirla. Me di vuelta y le pedí que abriese la puerta.
- Está abierta – me dijo.
- No, Sr., está con llave – respondí - No puedo abrirla.
- Déjeme ver…

Se acercó a la puerta y la abrió sin inconvenientes. Me quedé parada sintiéndome tonta e inútil. La cerró nuevamente. Se corrió y me acerqué yo y la quise abrir, pero estaba otra vez trabada. Lo intenté varias veces hasta que me di vuelta y le dije:

- Algo tiene esta puerta que hace que se trabe. ¿Sería tan gentil de abrirla para que yo pueda salir?

Dicho esto levanté la vista y me sorprendió que estuviese sonriendo socarronamente. Confieso que me sentí incómoda.

- ¡Pero cómo no! Ya la abro, pero antes, ¿le parece bien que nos sentemos y conversemos? Lamento haber sido tan brusco y no quisiera que se fuese Ud. teniendo una mala impresión de mí.
- No – contesté – Me siento incómoda.
- ¿Incómoda o temerosa?
- Ambas cosas.
- No entiendo el motivo de su temor, Lucía. Además, usted está en propiedad ajena.
- Vi luz y entré.
- ¿Entra en todas las casas donde ve luz?
- No, pero ésta es una casa abandonada. Y me llamó la atención.
- Y ahora tiene miedo…en vano, mi querida. No puedo hacerle daño.
- No puede… ¿pero si pudiera querría? – pregunté con temblorosa voz.
- No lo sé. No pienso en lo que no es posible concretar.
- Bueno, ya conversamos. ¿Sería tan gentil como para abrirme la puerta?
- ¿No quiere conocer toda la casa?
- No, sinceramente no.
- ¡Qué pena! ¡Es tan bella! Tiene muchas cosas sumamente interesantes.
- En otra ocasión. Me están esperando en casa.
- Insisto. Venga conmigo.

Se levantó y me empujó la espalda. Comenzó a subir la escalera, pero yo quedé abajo. Me llamó y emprendí la caminata. Cada escalón chirriaba a medida que se lo pisaba. Confieso que estaba aterrorizada.

En el piso alto había un gran pasillo, con marquetería en las paredes, muchas puertas. Como si fuese un hotel.

Se dio vuelta y me dijo:
- Escoja qué habitación quiere ver primero.
- No sé cuáles hay. ¿Tienen nombre?
- La primera de la izquierda es la sala de los deseos reprimidos. La que le sigue es la de la infancia perdida. La última, es la de la pérdida de la inocencia.
- Mmmmmm, ¿y las del lado derecho?
- La primera es la sala de confidencias. La que le sigue es la de los temores y la última, es la sala de la muerte.
- Decididamente a ésa no quiero ir.
- Tiene miedo, ¿verdad?
- Sí.

Me di vuelta y bajé las escaleras corriendo. Una vez abajo le grité que quería salir de allí. Respondió que no sin antes ver una sala al menos, y que si yo no elegía, lo haría él por mí. Por ello subí nuevamente. Y le dije:

- Pues bien, muéstreme la de los deseos reprimidos y terminemos con esto de una vez.

Su sonrisa fue curiosa y me preguntó por qué la había elegido. Le dije que fue al azar. No creo, me dijo, aunque yo esperé que eligiese la de las confidencias.

- Eso jamás, dije – No me interesan confidencias ni rumores.
- Bueno, pues puede entrar a la que quiera. Las puertas están abiertas.
- ¿Luego podré salir o me ocurrirá lo mismo que con la puerta de entrada?
- Luego podrá irse, si quiere. Luego de entrar a cualquiera de las salas, todas las puertas estarán abiertas para usted como lo están para mí.

Abrí la puerta de la sala elegida y se encendió la luz apenas pisé el interior. Miré hacia todos lados. Había sillones, sillas, dos mesitas, una lámpara de pie. No había nada fuera de lo común que se ve en cualquier aposento.

Me acerqué a un enorme ventanal con hermosos vidrios trabajados. Quise abrirlo, pero no pude. Mis ojos dieron una mirada general y me dispuse a irme. Al poner la mano sobre el picaporte sentí que algo me había pinchado en el cuello. Quedé inmóvil. Me sobrepuse; abrí la puerta y salí. Me esperaba este desconocido y me preguntó si aún deseaba irme. Asentí con un movimiento de cabeza.

Bajé la escalera y una vez en planta baja, fui en sentido contrario: Me dirigí hacia la alcoba donde estaba la chimenea y me senté frente a ella. Él se sentó en otro sillón y me dijo:

- Ahora somos dos. Pronto seremos más, no te preocupes. Hay muchos que, como tú, piensan que la luz da seguridad. Pero nada más equivocado. Tendrás todo lo que siempre quisiste tener… ropa, tranquilidad, estarás acompañada… pero no creo que quieras salir. No nos fascina precisamente la luz del día.
- ¿Quiénes no estamos fascinados? – pregunté.
- Nosotros, tú y yo, pero pronto seremos más.
- No entiendo.
- Mira tus manos.

Vi mi piel muy blanca, me toqué el cuello y sentí dos protuberancias. Bajé la vista, quedé pensativa, y luego pregunté:

- ¿A qué hora encendemos la luz mañana?

 

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