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Escrito por
@ELVILCHEES

06/11/2007#N18513

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Como todas las mañanas me levanté un día y me paré frente al espejo del baño, pero a diferencia de otras mañanas, esta vez no encontré mi imagen y no era por ese caso muy común que yo llamo “de sonambulismo al revés” en el que soñamos exactamente todo lo que deberíamos hacer después del ruido del despertador, aunque en realidad estamos completamente dormidos y debajo de las frazadas. Ni hablar de las corridas que vienen después. Lo que quiero decir es que yo estaba, y estaba despierto, pero no veía más que el reflejo de los azulejos amarillos; la cortina de la ducha a mi izquierda, la bolsa con los broches que estaba detrás de mi (me di vuelta para verificar esto); la pequeña escoba también se veía, ropa, toallas, el rollo de papel, un balde, y los mismos sanitarios que podía ver de este lado. Recuerdo que allí no faltaba ningún detalle y a pesar de haber revisado una y otra vez, mi reflejo no estaba. Pasaron no sé cuantos minutos hasta comencé a desesperarme; sentí que algo empujaba mis ojos desde adentro y todo se movía a través de vértigos. Apoyé con tal fuerza mi cara contra el vidrio del espejo que casi lo rompí. Es que me urgía ver del otro lado, para encontrarme.
Aquello, que ya no podría reconocer más que una representación mía, apareció después. Llegó atrasado y repitiendo con fidelidad todos los gestos y movimientos que habían sido míos. Me descubrí como alguien ajeno; allí estaba yo, parado de perfil; luego de espaldas y hasta pude ver mi rostro deformado y aplastado contra el otro lado del cristal. Por fin se detuvo, pálido y tembloroso, con los ojos muy abiertos, como yo, que a esa altura apenas si respiraba, aferrado muy fuerte a la pileta del baño; para no caer. Tardé varios minutos en recuperar algo de mi calma habitual; con muchísimo cuidado fui haciendo alguna mueca y fue porque realmente tenía miedo de hacerme añicos; a partir de aquel momento, para mi suerte, ese que estaba del otro lado me acompañó y no me abandonó durante el resto del día.
Esto se volvió a repetir cada vez con mayor frecuencia, entonces me hacia el distraído y postergaba yo mismo (de este lado, digo) el encuentro con mi copia, quería darle tiempo a que me alcanzara, pero no dio grandes resultados. Es cierto que con este método, en un principio, la diferencia era casi imperceptible pero algunas veces no respondía al tratamiento y se demoraba claramente. Para que no quedara ninguna duda.
Por supuesto que cambié el espejo, y luego todo el botiquín, sin el menor efecto, si hasta llegué a pensar en mudarme. No recuerdo si sospechaba de una maldición en la casa o algo así. Pero la casa era muy nueva, casi no tenía historia.
Nunca quise probar con los espejos de viviendas ajenas por miedo a que mi imagen impuntual apareciera en el momento inoportuno en que otra persona se mirara ¿quién más podría soportar tal impresión?
Supongo que fui empeorando, en realidad lo comprobé porque al caminar por las calles mirando las vidrieras en donde estaba todo, es decir lo que se transparenta y lo reflejado, me di cuenta de que en esos cuadros se puede ver la realidad completa... o casi completa diría, porque en definitiva faltaba yo. La primera vez que me pasó en público, se sumó a mi propia incredulidad una inocultable vergüenza de que los demás conocieran mi secreto, creo que no salí corriendo por miedo a quedar en evidencia. Pero la gente no repara en esencias tan visibles.
Salvo una noche que visité la exposición de un escultor moderno, quien para despertar la idea de lo infinito, de lo eterno, había enfrentado casi perfectamente dos magníficos espejos en el corredor de la entrada. Ya era tarde para cuando me di cuenta. Por fin, después de quedar petrificado entre los dos cristales, comencé a avanzar tímido y mi imagen apareció casi de inmediato, aunque a destiempo; tomé coraje y seguí adelante, pero la imagen de mi imagen también se atrasó, igual que la imagen de esta última y así hasta lo infinito, lo eterno. Cada reflejo de un espejo atrapaba el instante anterior del otro. Los que estaban allí no se dieron cuenta, hasta que un niño infaltable señaló con su dedo hacia los espejos. En ellos la estela de reflejos formada a partir de mí, bailaban una danza elástica, rítmica, con una plasticidad tan bella que en muchas caras se plantó un asombro con la boca un poco abierta. En especial en aquellas que ya habían pasado del otro lado del pasillo. Yo en realidad hacía muy poco, sólo caminaba. Nunca había imaginado que provocaría aquella reacción. Entendí que el silencio de la gente había sido una aprobación; dejé de caminar y comencé a bailar embelesado (lo confieso) por la extensión armónica de mis ecos en los vidrios. Resistí un rato largo bailando, corriendo, disfrutando de la fama inmerecida. Llegué al límite de mis fuerzas y ya no pude seguir; estaba agitado; mi propio corazón me aturdía. Lentamente, de una en una, mis imágenes fueron perdiendo su inercia y se alinearon detrás de mí, fue como si me hubieran alcanzado.
Ya sin los espejos la gente comenzó a fijarse en el sujeto real, que era yo y lo hacían con recelo. Me acobardaron tantas miradas y viéndolo ahora, desde cierta distancia, creo que era de esperar, había pasado el momento culminante y ya no creían; oí que preguntaban cuál era el truco. Entonces miré a todos a los ojos, como pidiendo disculpas porque nunca tuve la intención de engañarlos con mi dificultad. Luego baje la mirada y recuerdo que descubrí una mancha con forma de alas en mi zapato izquierdo, cuando escapé.
Es por eso que de vez en cuando, si estaba solo en un ascensor (de esos que tienen espejos por todos lados) me atrevía a mover los brazos, la cabeza y luego todo mi cuerpo para reiniciar aquella danza infinita. Pero solo cuando nadie me veía.
Lo ocurrido después fue mas grave porque tuve la posibilidad de aprovechar la situación. Aunque en definitiva creo que otra vez caí en cierto exhibicionismo. Sucedió que no solo se hacía esperar mi reflejo, sino que comenzó a hacerlo mi propia sombra y al mismo tiempo me di cuenta de algo inusitado, efectivamente era yo quien llegaba tarde, o quizás era mi cuerpo... quiero decir que de alguna manera vivía anticipado y me di cuenta de este nuevo trastorno, porque nadie respondía de inmediato a mis saludos, ni a mis preguntas, era como si existiera un acuerdo universal para posponer las respuestas que me daban. Llegué a estar tan adelante de los hechos que ya no necesité preguntar nada. Sabía de antemano no solamente lo que debía contestar cuando me preguntaban algo, sino que también conocía el motivo de las dudas de los otros.
Y por esta causa fui exitoso, consultado y respetado, no se trataba de premoniciones de adivino, sino que simplemente les recordaba los detalles que habían olvidado, hasta solía adelantar respuestas sin que me las pidieran y fue quizás por este detalle de soberbia que muchos comenzaron a temerme.
Fui aprendiendo que todo lo que no podemos explicar de nosotros mismos nos aleja de los demás. Por otro lado debo agregar que no me gusta estar solo y realmente estaba harto de mis reflejos, fue por esa razón que intenté curarme y comencé a consultar con médicos, luego con analistas; sacerdotes; psiquiatras y hasta con curanderos. Ninguno pudo ayudarme, ninguno tenía ni la menor idea de cómo tratar esta enfermedad tan rara.
Por aquella época caí en la desesperanza, no encontraba la forma de hacer congeniar ese espectro que aparecía en los espejos, con este otro, al que llamamos “real” y que se mete a través de los ojos de quién nos mira; en definitiva debería ser el mismo. Invadido de ese ánimo, una noche sin luna ni reflejos, decidí salir a caminar para perderme, fueron mis piernas las que exigieron un lugar donde descansar, pero pasó bastante tiempo hasta que di con una plaza que no volví a buscar y me acomodé en la punta de un banco sin darme cuenta de que había alguien sentado en el otro extremo. El ocupante era un anciano, al cabo de un rato de estar sentados allí en silencio, el se arrimó y comenzamos a charlar, entre muchas cosas, contó que era poeta y lo probó recitando algunos versos que no entendí. Yo, sin proponérmelo, le conté mi historia y él me aleccionó de inmediato, sin tomarse el menor tiempo para reflexionar, se diría que tenía todas sus palabras preparadas por anticipado; o tal vez fue que yo tenía necesidad de respuestas.
Según recuerdo, su consejo fue que cambiara mi ropa, el peinado, los amigos e incluso, de trabajo, En ese entonces me di cuenta de lo poco que tenía que perder y puse en práctica su fórmula, que creí acertada, ya que me curó.
Mi vida desde entonces fue más alegre, con otra esperanza. Sin temor volví a verme en los espejos, en las pupilas de los otros o en las ventanas y puertas cerradas o afuera de las vidrieras. Y aún así, lo disfruté.

Sin embargo hoy estoy parado aquí, en el baño de mi casa, frente al botiquín y veo como desde los ojos de mi imagen brotan algunas gotas de cristal salado. Sé del gusto que tienen porque puedo sentirlas en mi boca cuando las veo llegar por medio del espejo, puntuales, hasta mis labios.
Seguramente entendí hoy que los hombres, como todas las cosas, giramos en círculos por distintos caminos que tarde o temprano se cruzan. Formamos entre todos un ovillo de hilos infinitos. Quien corta la hebra se pierde.
Pude entenderlo hoy, que llegué como siempre, antes que los otros oficinistas al edificio de mi nuevo empleo. Allí hay un vestíbulo, con espejos para que me regocije a esa hora solitaria viendo en ellos, mis nuevos pasos exactos, obsecuentes.
Y es que estaba en aquel lugar totalmente solo otra vez y entonces vi como pasó junto a mí imagen reflejada en los espejos, el reflejo de una mujer con cabellos desordenados y con ese tipo de belleza tan especial, tan unívoco, ella se detuvo sorprendida y desde el otro lado encontró mis ojos, los verdaderos. Por comparar, diría que todo era como la escena de un cuento que recuerdo muy bien, se trataba de una laguna con un genio en su interior, había sido encerrado en ella mediante un conjuro hasta que cumpliera su condena. Solo podía pretender ser parte de la realidad asomándose apenas a la superficie, para no asustar. Si alguien se miraba en el agua se lo llevaba en un recuerdo junto con el resto del paisaje, sin darse cuenta.
Pero se rompió el encanto, cuando aquella imagen giró para seguir su camino hasta los ascensores del fondo, decidida a desaparecer en uno de ellos. Después de que el espejo puso a mi lado su imagen, no tuve el coraje de perderla y arremetí contra el vidrio para atravesarlo y seguirla, pero me contuvo el ruido de la cerradura.
Entonces me di vuelta y vi entrar (ahora sí), a esta misma mujer sin reflejos, por la puerta principal del edificio.


 

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