EL RITO DE ICARO
Escrito por
@QUIRONNET
Era hora.
La luna realizaba su mejor esfuerzo por brillar más que nunca. El despejado cielo, violeta y ámbar, parecía expectante de la proeza que pronto se realizaría.
Icaro miró a su padre, que experimentaba en su interior mezclas de ansiedad e incertidumbre. No sabía si su hijo estaba preparado.
-¿Estás seguro de que lo quieres hacer?- había cuestionado Dédalo muchas veces a su muchacho, ensimismado días y noches en su ambicioso proyecto.
-¡Oh, padre! Estoy tan cerca de alcanzar las estrellas...
Desde la cúspide del dolmen, Icaro extendió sus brazos hasta sentir sus propios huesos, mientras se desplegaban por primera vez, las alas que con tanta emoción y paciencia, hubiera desarrollado durante semanas.
Respiró profundo, como si el aire inhalado lo tornase más ingrávido. Apuntó la mirada hacia la cima de la colina, que se erguía a distancia y sólo se distinguía por su silueta, con la difusa luz de la noche. Esa era su meta, y el joven alado dejó de un salto, su humanidad y alas en manos del vacío.
Dédalo, absorto e inmóvil, podía unicamente mover sus ojos y seguir con ellos el aleteo frenético de su hijo, que de a ratos brillaba, con el reflejo que sobre sus alas, le regalaba la luna.
Icaro sentía correr por su sangre el vértigo que tanto había anhelado. Al principio, su cuerpo vibraba descontrolado. Luego aprendió a estabiñizarse. Poco a poco empezó a animarse a girar, a ascender, a hacer cabriolas. Finalmente, cuando aterrizó sobre la cima da la colina, una lágrima de satisfacción le rodó por su emplumado pecho.
Dédalo, henchido de orgullo, pensaba sólo en felicitar a su hijo, que se había convertido en adulto. Desplegó sus viejas alas y voló a su encuentro.
La luna realizaba su mejor esfuerzo por brillar más que nunca. El despejado cielo, violeta y ámbar, parecía expectante de la proeza que pronto se realizaría.
Icaro miró a su padre, que experimentaba en su interior mezclas de ansiedad e incertidumbre. No sabía si su hijo estaba preparado.
-¿Estás seguro de que lo quieres hacer?- había cuestionado Dédalo muchas veces a su muchacho, ensimismado días y noches en su ambicioso proyecto.
-¡Oh, padre! Estoy tan cerca de alcanzar las estrellas...
Desde la cúspide del dolmen, Icaro extendió sus brazos hasta sentir sus propios huesos, mientras se desplegaban por primera vez, las alas que con tanta emoción y paciencia, hubiera desarrollado durante semanas.
Respiró profundo, como si el aire inhalado lo tornase más ingrávido. Apuntó la mirada hacia la cima de la colina, que se erguía a distancia y sólo se distinguía por su silueta, con la difusa luz de la noche. Esa era su meta, y el joven alado dejó de un salto, su humanidad y alas en manos del vacío.
Dédalo, absorto e inmóvil, podía unicamente mover sus ojos y seguir con ellos el aleteo frenético de su hijo, que de a ratos brillaba, con el reflejo que sobre sus alas, le regalaba la luna.
Icaro sentía correr por su sangre el vértigo que tanto había anhelado. Al principio, su cuerpo vibraba descontrolado. Luego aprendió a estabiñizarse. Poco a poco empezó a animarse a girar, a ascender, a hacer cabriolas. Finalmente, cuando aterrizó sobre la cima da la colina, una lágrima de satisfacción le rodó por su emplumado pecho.
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